Salieron del distrito de Queens mientras Christine regañaba a Rosallie por haberse quedado en tan feo lugar. Rosallie decía que Queens le traía muy buenos recuerdos de su infancia, ya que había sido ahí donde Christine había sido la única tía que la había “adoptado” después de que sus padres murieron. Christine dijo que simplemente odiaba Queens porque fue donde vivió toda su pobre niñez, y ya no se habló nada del asunto.
Así que salieron de Queens, y se dirigieron a Manhattan. Christine tomó el celular, y realizó una rápida llamada, tras la cual, le indicó a Robert que pasara de largo la 5ta Avenida, y fuera un poco más adelante, hasta llegar a Central Park, donde tenía que dar vuelta a la derecha. Llegaron a un edificio de departamentos de gente millonaria, y fue ahí donde bajaron.
Christine tenía ya reservado el departamento del piso 15, donde se quedarían ella y su secretaria Katie, mientras que Rosallie estaba en uno de los departamentos del piso 5. Robert, por su parte, se quedaba en una modesta posada, unas calles más abajo. El investigador privado subió las maletas a los departamentos y después de intentar invitar a Christine a cenar (cosa que no logró), se retiró del edificio, prometiendo estar al día siguiente a primera hora del día, ya que Christine quería ir de compras.
Así que al día siguiente, a primera hora de la mañana, Christine y su secretaria Katie, recorrían las tiendas de la 5ta avenida.
-¿Señora, se puede saber por qué no trajo nada de ropa si sabía que se quedaría una temporada por aquí? –preguntó Katie, mientras entre ella y Robert cargaban las compras.
-No quería cargar cosas inútiles que me recordaran al imbécil por el cual tuve que recorrer el país. Anótalo como número uno. Número dos, ir de compras me relaja, y necesito estar tranquila cuando a aquel imbécil reciba los papeles de demanda con cachetada incluida. Y número tres, quería renovar el guardarropa.
Y fue así como toda la mañana, y gran parte de la tarde, Christine no vio más que ropa, joyas y accesorios nuevos, mientras que Katie y Robert no veían más que bolsas y paquetes amontonarse en sus manos.
Por otro lado, aún en el departamento número 4D del piso 5, Rosallie, que había vendido sus dos bolsos Prada favoritos por 800 dólares, se encontraba ahora viviendo a expensas de su tía Christine. Así que se dedicó toda la mañana a pensar en un plan para poder volver a ver a Leopold Hudson, pero como su cabeza seguía llena de recuerdos sobre aquellos bolsos verdes, no adelantó mucho. Así que llamó a una pizzería cercana, y después de acabarse una pizza grande ella sola, fue cuando las ideas surgieron en su cabeza, y se decidió a cenar helado y quizá una hamburguesa. Su plan, si fallaba, le saldría muy caro.
Alrededor de las 5 de la tarde, Rosallie había salido a dar la vuelta, para despejar su mente. Christine había vuelto a su departamento para dejar las compras de aquella media tarde, y cambiarse por un vestido de coctel rojo, su color favorito. Y así, ella, Kaite y Robert, volvieron a salir.
-Buenas tardes –la voz de Robert se escuchaba en el recibidor de la pequeña casa, ubicada frente al Starbucks de la esquina.
-Buenas tardes, joven –respondió la anciana que había abierto la puerta. Miró a Robert un poco asustada, seguramente pensaba que era un cobrador.
-Discúlpeme la molestia, honorable dama, pero estoy buscando a Daniel Stevenson, me dijeron que podía encontrarlo aquí.
-Oh, oh si, aquí vive –dijo la anciana, haciéndose a un lado para que Robert pasara, pero en ese momento Robert se hizo a un lado, y dejó entrar a la dama del vestido rojo, dejando a la anciana sorprendida.
-¿Se encuentra arriba? –preguntó Christine, mientras la anciana decía que sí, con la boca abierta.
-La primera puerta a la derecha, querida…
Christine y Robert subieron al segundo piso. Christine tocó sólo una vez a la puerta, y antes de esperar respuesta, entró.
-¿Qué…? ¡¿Qué haces tú aquí?! –preguntó Daniel, poniéndose de pie de repente.
-Qué gusto verte… -respondió Christine, mientras entraba a la habitación-. Muy poco sensato de tu parte huir de tal manera, pequeño Daniel.
-¿Qué es lo que quieres?
-Oh, solo vengo a informarte de una pequeña demanda que he puesto en tu contra. Digamos que, la belleza de auto que está estacionada allá afuera, la has robado.
-Pero… ¡Pero ese auto me lo has regalado tú!
-Digamos que te he contado una mentirilla. Por favor Daniel, te amé, pero no a tal punto de regalarte un Cadillac. Digamos que fue, un préstamo. Préstamo que has robado, traficado a lo largo de todo el país, y que ahora debes devolver. Me gustaría mucho simplemente tomar las llaves ahorita y despedirme de ti para nunca volver a verte en mi vida pero… -y aquí, Christine se alzó cuan alta era, usando un tono de voz un poco amenazador, haciendo que Daniel se encogiera en un rincón-: Has sido un completo imbécil al pensar que podrías simplemente huir de mí, pensé que me conocías, pero ya veo que no. Así que, si tú te has dignado a romperme el corazón y mi imagen al querer hacerme parecer una vieja solterona a la cual acababan de dejar, déjame decirte que estás muy equivocado, y te regresaré el favor. Así que tienes una demanda por delante, disfruta viendo el Cadillac, hasta que te deje en la quiebra y entonces sí, me lo lleve en una grúa para que veas todo lo que has perdido.
Christine aventó los papeles de la demanda a los pies de Daniel, le dirigió una última mirada asesina, y se dio la media vuelta.
-¡Eres una…! –ocurrió muy deprisa. Daniel había tomado a Christine por el brazo, pero antes de poder sujetarla con fuerza, Robert se había entrepuesto, sujetándolo del cuello.
-¡Cuidadito con lo que haces, muchacho! –Daniel soltó a Christine, quien se alejó prontamente. Daniel farfullaba a causa de la presión que Robert ponía en su tráquea, que no le permitía respirar.
-No creo que quieras agregar a la demanda agresión, Daniel, así que a partir de hoy, ten mucho cuidado –Christine le dirigió una mirada asesina, y salió de la habitación. Robert derribó a Daniel, y le propino un buen puntapié en el estómago.
-Allá va la mejor mujer que pudiste haber tenido, allá va la mejor mujer que jamás podrás dejar ir –Robert le susurró a Daniel-. Allá va tu felicidad –y con una risa un poco sarcástica, salió del lugar.
-Las cosas fueron mejor de lo que esperábamos –Christine le dijo a su secretaria, mientras subía al auto.
-¿Ha presentado resistencia? ¿Qué le dijo?
-No ha dicho nada, estoy segura de que ha de estar mirando por la ventana, esperando el momento en que vea el auto arrancar. Entonces bajará y buscará en la guantera del Cadillac los papeles, y cuando lea las letras pequeñas, bueno… Se dará cuenta de que efectivamente, me ha robado el Cadillac. Si no es tan imbécil como ha demostrado serlo hasta ahorita, se quedará en esa casa, leerá los papeles de la demanda, y se presentará a la audiencia de la semana próxima.
-¿Y si no? –preguntó Katie -. ¿Si es que piensa en huir…?
-Aumentarían los cargos, y tendría aún más cosas que perder. Y además, tenemos a Robert. Él puede rastrearlo, vaya a donde vaya.
Robert sonrió, y puso el auto en marcha. Katie procedió a ponerse el cinturón de seguridad, y Christine sacó el celular.
-Aún tenemos tiempo, parece ser que llegaremos temprano.
-¿A dónde vamos? –preguntó Robert, mientras empezaba a conducir.
-A casa de Leopold Hudson. Tenemos una cena ahí esta noche.
-¿El amante de su sobrina? –Robert dijo con atrevimiento. Christine rió.
-Un “caballero” de la talla de Leopold Hudson no se tomaría enserio a una niña mimada como Rosallie. No dudo que se hayan acostado, he ahí el encaprichamiento de mi sobrina. Pero de una noche de pasión, a una vida entera juntos, que es lo que ella planea, hay mucha distancia.
-Y el señor Hudson está por casarse… -susurró Katie.
-Exacto. Así que espero que Rosallie no cometa ninguna estupidez. Mira que meterse con Mía Roche, con lo amable y linda que es. Será mi sobrina, pero no tengo verdaderamente lazos que me unan con ella. Ahora, Leopold Hudson es otra cosa. Será un inglés con apellido y título rimbombante, pero tiene dinero, y estatus, y nos abrirá las puertas para extender la compañía por toda Europa. Así que sí, en pocas palabras, nos conviene que se case con Mía Roche.
-Aunque la señora Roche solo era la secretaria del señor Hudson.
-Bueno Katie, hay ciertas cosas que no mucha gente sabe pero, la familia de la señora Roche, también fue en su tiempo, una familia poderosa –Robert entró a la conversación-. Ahora lo único que les queda, es el apellido, perdieron el dinero hace ya varias generaciones. Es muy posible que Hudson lo sepa, y si no es así, pues lástima por él; pero ese matrimonio, les conviene a los dos. A ella, le regresará la fortuna, y a él, le abrirá muchas puertas en Francia.
-Eso significa…
-Que primero nos ganamos la confianza de Hudson demostrando ser una buena inversión, y entramos a Inglaterra. Despúes, nos ganamos el cariño y aprecio de Roche, y entramos a Francia e Italia. Y así, con la parejita, tenemos más oportunidades de tratar con Boulet y tener la sucursal en Alemania. Todo está fríamente calculado, Katie.
-Hemos llegado –dijo Robert, mientras estacionaba el auto.
-Que bonita casa –dijo Christine mirando por la ventana-. Nadie creería que aquí están por firmarse contratos que nos volverán el banco más importante del mundo. Pero bueno, nadie creería que mi fortuna se debe a la suerte de comprar el boleto ganador de la lotería. 5 millones en efectivo…
Y los tres bajaron del auto. Robert tocó el timbre. Mía Roche les abrió la puerta personalmente. Los saludó, abrazó y besó en las mejillas, y los invitó a pasar. Aquella sería una velada muy productiva.
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