The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


22 de abril de 2011

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 6

Chapitre 6
Royaumes

Sentía el latir de su corazón a mil por hora. Intentó moverse, pero la falda de su vestido se había atorado en la flecha que había sido disparada por aquel joven. Amelié tenía miedo. Rex había caído dando un golpe seco en la tierra, y parecía algo aturdido ya que no se ponía de pie para seguir ladrando al caballo, que relinchaba mientras se paraba en sus patas traseras, con el joven tratando de calmarlo. Y Amelié seguía teniendo el corazón en el puño. Intentó sacar la flecha del vestido, pero fue en vano.

El caballo finalmente se calmó, y se retiró un poco, mojando sus patas en el río, dándose la vuelta para beber un poco de agua. Amelié podía escuchar las pisadas del joven, acercándose a ella.

-¿Te encuentras bien? –preguntó el. Pero en ese momento Rex brincó y se puso entre ellos, gruñendo y mostrando sus afilados dientes. -¿Qué…? ¡Ah! –dijo el joven al ver que el perro no se quitaba.
-¿Qué quieres? –preguntó Amelié, con la voz muy agitada, evitando verlo.
-Solo creí que necesitarías ayuda para zafar tu vestido… -respondió el joven, logrando que Amelié lo mirara.

No parecía una mala persona.

-De acuerdo –respondió Amelié-. Rex, atrás –dijo firmemente, con lo que el perro la miró, un poco alicaído, y se alejó de ahí, pero aún vigilando al joven, quien se acercó a la falda de Amelié, y con un gran jalón, logró sacar la flecha.
-Es una lástima –dijo mientras la examinaba-la punta se ha doblado, y ha perdido filo. Supongo que después de todo no era una buena flecha –y se la guardó en el bolsillo.
-¿Quién eres tú? –preguntó Amelié, sin poderse contener.
-Oh, disculpa mis modales –dijo el joven, mientras extendía su mano para ayudar a Amelié a ponerse de pie-. Soy el… Me llamo Alexander. Un gusto…
-Amelié –dijo ella prontamente, mientras volvía a incorporarse.

Alexander era en verdad muy alto, ya que Amelié apenas le llegaba al hombro. Era un poco delgado, mucho comparado con Robert, pero se veía fuerte y firme. Su cabello era un poco corto, de un castaño muy claro, cuasi rubio, mientras que sus ojos eran de un azul casi gris. Su piel era muy blanca, dándole un aspecto pálido, y su voz sonaba firme, imponente.

Amelié no podía dejar de mirarlo, sobre todo porque estaba intrigada, asustada de que alguien hubiera encontrado los terrenos de Marie, asustada por la flecha.

-Tienes un muy bonito nombre –Alexander interrumpió sus pensamientos-. En realidad, tu nombre es poco común… -Amelié sintió que el pecho se le oprimía-. Sólo he conocido a alguien que se ha llamado así… En realidad, no la conocí, pero sí sé quién era.
-Y… ¿Y quién era? –preguntó Amelié, temerosa.
-Era la princesa de un reino que cayó a manos de otro. Los rumores dicen que ha muerto, pero aún hay gente que no lo cree.
-¿Una princesa?
-Sí. Su reino, y el reino de donde yo vengo, eran amigos. Eran, ya que el reino aquel no existe más. Fue conquistado hace varios años. Por otro reino más poderoso. Aunque supongo que hubiera podido soportar más si no hubieran sido emboscados y atacados por sorpresa.
-¿Atacados? –Amelié se apuró a preguntar. Sabía lo que había pasado esa noche, pero quería más respuestas, y aún así, le daba mucho miedo llegar a preguntar de más, y levantar sospechas del joven.
-Así es-respondió Alexander, mientras se sentaba en la orilla del río. Amelié se apuró a imitarlo-. Aquel reino se dedica a emboscar aldeas, a someter pueblos. Están acostumbrados a hacer lo que desean. Se supone que los tres reinos más poderosos tenían una pacto de no atacarse, pero…
-¿Pero?
-Bueno, solo digamos que dos de los reinos hicieron una alianza, algo muy personal, que hizo enfadar al otro reino y… Ese fue el motivo por el cual fue atacado… -Amelié se apuró a responder.
-Hubiera sido muy interesante –dijo algo rápido-, el haber sido aquella princesa.
-¿Interesante?
-Bueno, es decir, toda mi vida he vivido en estas tierras –mintió prontamente-, no conozco nada sobre princesas, castillos, reinos lejanos… Mi vida se trata simplemente de lavar la ropa, cosechar el trigo… Supongo que toda niña sueña con ser una princesa –y sonrió tímidamente. Alexander sonrió también.
-A veces, ser de la realeza trae más problemas de los que soluciona.
-¿A qué te refieres?
-Nada, nada. Es solo que… Digamos que yo trabajo para el príncipe de mi reino. Soy parte de la escuadra de cacería –dijo Alexander, tomando nuevamente la flecha mala-. Salimos con el príncipe a cazar liebres y ardillas. Es deporte… a veces cazamos cosas más grandes, como ciervos. Y cuando el príncipe se siente muy valiente, lobos.
-¡Lobos! –gritó Amelié, tapándose la boca.
-Sí, pero ellos se encuentran más al norte, muy lejos de aquí. Esta vez… he venido solo –Alexander miró a su alrededor-. No tenía ganas de escuchar las órdenes del príncipe, ni tampoco de estar rodeado de los otros cazadores, así que decidí recorrer estas tierras, que se supone nadie viene nunca… Estaba por atrapar un conejo blanco, cuando tu perro asustó a Lancelot, y se volvió loco, haciendo que mi flecha saliera disparada.
-¿Lancelot?
-Es el nombre de mi caballo. Vaya nombres más raros les ponen en el castillo, ¿verdad? –dijo en tono de broma. Lancelot, un poco alejado, relinchó-. Pero bueno, le queda bien, y hace caso, así Lancelot será.

Rex se acercó a Amelié, empujando su mano con la nariz. Entonces, se escuchó el ruido del estómago de Amelié.

-Parece ser que alguien tiene hambre –dijo Alexander, mientras Amelié se ponía roja, y se apuraba a ponerse de pie.
-Debo irme a casa, es tarde. Seguramente han de estarse preguntando ya donde estoy…
-Un gusto conocerte –Alexander se puso de pie también, y Lancelot se acercó a él, como si le indicara que debía subirse a su lomo ya-. Si decido darme la vuelta mañana, ¿te encontraré aquí?
-Eso depende de si me seguirás contando cosas sobre tu reino, y los otros.
-Claro, siempre es bueno platicar con alguien que sí escuche, para variar.

Amelié le dirigió una última sonrisa, se despidió de Alexander, y emprendió el camino de vuelta a la cabaña, corriendo un poco, mientras Rex iba a su lado.

Alexander, por su parte, dejó la flecha clavada en el piso, subió al lomo de Lancelot, y emprendió el camino de vuelta al reino.

Era curioso. Nunca había visto a la princesa de aquel reino que sucumbió aquella trágica noche. Él era algo pequeño, y había crecido escuchando los rumores, pero se sabía la historia completamente. Y durante todos esos años que habían pasado, recordaba que siempre preguntaba por la princesa Amelié. Tenía muchas ganas de conocerla. Pero había ocurrido la masacre, y nunca pudo ir a aquel reino, a conocer a la que decían ser la doncella más bella entre todas.

-Ciertamente –se dijo así mismo, mientras salía de los límites del bosque, y podía ver un enorme castillo blanco mármol a lo lejos-, se parece mucho a la descripción que siempre me dieron de la princesa Amelié, salvo que ella se ve… Más salvaje.

Lancelot relinchó, y emprendió la carrera hacia el castillo. Mientras cruzaban las enormes puertas que protegían el pueblo, suspiró. En verdad esperaba poder volverse a escapar al día siguiente, para ver a Amelié de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario