Terminó de vestirse, y mientras tomaba el bolso Chanel, se metió el pequeño trozo de papel que contenía la dirección de Leopold Hudson, y salió a la calle, a buscar un taxi que la llevara. Media hora después, se encontraba en una bonita casa victoriana, ubicada en el centro de la ciudad. No muy grande, no muy pequeña, dejó a Rosallie con la idea de que la casa había sido escogida por la futura mujer.
Dió un leve suspiro, pagó al taxista, y se bajó del vehículo. Delante de la casa, de pie en la acera, suspiró de nuevo. ¿Y ahora qué? ¿Debia simplemente tocar a la puerta y pedir hablar con Hudson, arriesgándose a encontrarse a la mujer, o a que el caballero inglés se negara a a recibirla? O quizá Leopold ni siquiera estaba en la casa, seguiría en la oficina, y podría pescarlo antes de entrar.
Pero cada idea que se le ocurría, se volvía a su propio criterio, tonta, infantil y desesperada. Suspiró una tercera vez, y se sentó en el primer escalón de la entrada de la pintoresca casa. Apoyó su cara en sus manos, y miró al piso. Se había gastado los ahorros y ahora no sabía que hacer.
-¿Se encuentra bien, señorita? -preguntó la voz de un hombre. Rosallie levantó la mirada. Entonces, el señor retrocedió rápidamente, mientras ella se ponía de pie con un brinco-. ¿Qué... qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me encontraste?
-Leopold... -susurró Rosallie, mientras Hudson retrocedía nuevamente.
-¿Qué haces aquí? -repitió él, asustado.
-Vine a buscarte. No puedo creer que me hayas abandonado así. Tengo que hablar contigo.
-No puedes estar aquí, ¿que sería de mí si mi prometida nos ve?
-Eso debiste pensar antes de acostarte conmigo.
-Shhh -susurró Hudson, mientras le tapaba la boca-. No podemos hablar de eso aquí afuera. Tanto quieres hablar, vamos a mi estudio.
Y sin atreverse a tomarla de la mano (le daba miedo siquiera rozarla) la precedió dentro de la casa.
-Querido, has llegado -se escuchó la cálida voz de una mujer. Hudson se quedó quieto en el recibidor, mientras aparecía a medio pasillo, su futura esposa. Una mujer pequeña, delgada, de largo cabello negro, con los ojos del mismo color, que contrastaban en una piel pálida. Rosallie no pasó por alto los lentes que llevaba puestos, y pensó (con malicia) que semejante "intento" de mujer, no podría arrebatarle al hombre que amaba.
-Amor -dijo Hudson, tratando de parecer calmado-, siento mucho traer el trabajo a la casa, pero quería llegar rápido para probar esa lasaña; es por eso que esta jovencita me acompaña. Te prometo que no tardaré mucho, amor.
La futura esposa, Mía, sonrió tanto a Leopold, como a Rosallie, y regresó a la cocina. Hudson entonces recorrió el pasillo, y torciendo a la derecha, subió las escaleras que los llevaron a él y a Rosallie al segundo piso. Un par de segundos después, se encontraban a puerta cerrada dentro del estudio del caballero inglés.
-¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Vienes a sobornarme con contarle a mi prometida sobre nuestro encuentro casual? ¿Cuánto dinero crees que puedes robarme?
-No vengo a hacer eso -se defendió Rosallie, mientras veía como Leopold recorría el lugar, a grandes zancadas-. Vengo a decirte que te amo.
-¿Y eso qué?
-¿Cómo que "y eso qué? Recorrí todo el país para buscarte, lloré por tu ausencia, gasté todos los ahorros de mi vida para volver a encontrarme contigo...
-Pues lamento escuchar eso. Estaba seguro de que sabías que aquello fue solo una aventura de una sola noche. No se en qué estaba pensando cuando decidí arriesgarme así, pero tienes que saber que yo a Mía la amo, y no la dejaré por nada ni por nadie. Y eso te incluye a ti. Así que te recomiendo que vayas y regreses a tu vida antes de mí, porque yo seguiré con la mía antes de ti. Y el asunto está zanjado.
-Pero...
-Dije que eso es todo.
Tomó a Rosallie del brazo, y la levantó de la silla donde la chica se había sentado. Salieron del estudio, bajaron las escaleras, y la llevó a la puerta de la casa.
-Ahora, si me disculpas, tengo una prometida que me espera, y un plato de lasaña caliente en la mesa que pide que lo coma.
-No entiendo que le pudiste ver a ella -susurró Rosallie con desprecio-. Es chaparra y demasiado flaca. No tiene cuerpo, no parece... "mujer".
-¿Ah, si? Pues es la "mujer" que me ha estado apoyando desde hace 10 años, aquella que, a diferencia de ti, supo ganarme con amor, apoyo, comprensión y afecto, a diferencia de ti que solo sabes usar minifaldas y escotes. Ella es mi secretaria.
Y cerró la puerta con un estrépito, que dejó a Rosallie más en shock de lo que ya estaba.
No sabía como le haría, ni sabía cuando sería, pero volvería a aquella casa. Se dijo a sí misma que haría entrar a Leopold en razón, y que aquella "secretaria" seguiría siendo simplemente la secretaria durante toda su vida.
Sabía que Leopold era el amor de su vida, y aunque sonara un poco interesado, sabía también que era uno de esos peces gordos, y que no podía dejarlo escapar.
Sonrió lentamente, una sonrisa fría y calculadora. La sonrisa que se dibuja cuando surge en la mente un plan malévolo. Contuvo una leve risita, y se dio la vuelta. Bajó el par de escalones, y caminó a la esquina, donde tomó un taxi, para ir de regreso al hotel donde se hospedaba.
Mientras el taxista conducía rumbo al hotel, el teléfono de Rosallie sonó, indicando que tenía un mensaje nuevo. Sacó el celular, y miró la pantalla: el mensaje era procedente de su tía Christine.
"No vayas a cometer ninguna estupidez. Voy para allá. Llego en la noche."
Cerró el celular, y volvió a sonreír. No necesitaba que su tía le diera consejos, ella sabía perfectamente que tenía que hacer, y estupidez o no, era el mejor plan que tenía.
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