Capítulo 4: Rihna
Los asuntos pendientes le habían llevado algo más del tiempo previsto, por lo que Rihna se encontraba ahora caminando sola entre las oscuras calles de la ciudad de Tokyo, con dirección a su casa, en busca de su “hermano”.
No, ella y Shizuku nunca habían sido hermanos. Desde que los padres del pobre chico murieron, y él se quedo sin guardianes protectores, el Consejo la había designado a ella como el guardián sustituto, y tenían una única regla: estaba terminantemente prohibido el uso de los poderes de Shizuku, como heredero del agua.
Rihna regresaba a casa, el lugar donde había tenido que vivir durante los últimos 10 años. Pero no contaba con que esa noche, resultara ser algo diferente.
-Shizuku…
Lo había sentido. Sentía como si el poder del agua se encontrara exactamente a su lado. Sabía que Shizuku había usado sus poderes del agua, pese a la prohibición, pero no solo eso. También había podido sentir los poderes de la heredera del fuego. Y de repente…
Un rayo de luz morado surgió de un punto de la ciudad, el iluminó toda la noche. Rihna se puso inmediatamente a la defensiva, y brincó al tejado más cercano para poder observar la situación. A lo que parecía ser una distancia de aproximadamente 4 kilómetros, surgía ese extraño resplandor morado, que le indicaba que las cosas andaban mal.
-Shizuku, Honoe… -susurró mientras se ponía en marcha-. Tengo que llegar a tiempo…
Pero no llego.
Escondida detrás de uno de los tejados de la mansión de la familia de Honoe, pudo verlo todo:
Aquel chico alto y delgado invocando los poderes de la oscuridad, y frente a él, la campana de luz que mantenía prisioneros a…
-Mizu, Kaji… -susurró Rihna, mientras los veía desvanecerse junto con la luz, y ahora, en aquel oscuro lugar, solo podían distinguirse las sombras de aquel joven, y las dos pequeñas niñas que habían vuelto a recuperar su forma, una vez que la luz se disolvió.
-Deja de esconderte, podemos verte a la perfección –le dijo el joven a Rihna.
La chica se sobresaltó un poco, pero recuperó su compostura, y bajó brincando de techo en techo, hasta llegar al suelo. Ahora que estaba delante del chico, pudo distinguir de quién se trataba.
-Tsu… ¿Tsumi? –preguntó débilmente mientras se acercaba lentamente a él.
-Al parecer, esta chica lo conoce, Joven amo –dijeron Tora y Buru al tiempo.
-Parece ser que mi padre tenía razón, el Consejo sabe de nuestra existencia.
-¿Qué has hecho con Shizuku y Honoe?
-¿Te refieres a Mizu y Kaji? Solo he hecho lo que mi padre me ha ordenado.
-¿A donde los has mandado?
-Eso es algo que me parece que no debo decirte a ti. Tora, Buru, debemos irnos.
-¡Espera! –dijo Rihna, al tiempo que se adelantaba para detenerlo, y lo tomaba del brazo.
-Quite sus sucias manos del amo, señorita –dijeron Tora y Buru mientras se acercaban a ella.
-No pueden obligarme…
-Tora, Boru… -les dijo Tsumi, y las dos chicas se sonrieron.
-Como usted desee, Joven amo –y miraron a Rihna, de nuevo con esa sonrisa tenebrosa-. Dulces sueños, señorita.
Y cada una de ellas colocó una de sus manos en uno de los ojos de Rihna, con lo que la chica sintió como perdía sus fuerzas, y solo un par de segundos después, sus piernas le fallaron dejándola caer al piso, y perdió el conocimiento.
Siempre que entraba al Consejo, tenía la sensación de que entraba a un hospital. Los monjes con sus capas blancas le recordaban a los doctores y sus batas, las paredes blancas y el aroma excesivo a limpio la ponían nerviosa. Antes de abrir los ojos, ya sabía dónde estaba. Se giró un poco en la cama, fingiendo que aún dormía ya que estaba segura de que al despertar tendría problemas, pero…
-El Sacerdote Supremo ya sabe que estás despierta. A él no le puedes ocultar nada, Rihna. Debes darte prisa, que están esperando leer tu memoria.
Rihna abrió los ojos lentamente. La habitación se encontraba completamente vacía, y en ese momento, la puerta se cerraba sola. Sintiéndose algo avergonzada, se apuró a bajar de la cama, ponerse los zapatos, y salir de la habitación.
Conocía el Consejo como la palma de su mano. Había vivido en él desde que había nacido, y cuando tuvo que mudarse para cuidar al heredero del agua, visitaba el lugar cada mes para llevar los reportes acerca del comportamiento y vida de Shizuku. Igual que cada mes, se dirigió a la oficina del Sacerdote Supremo, y después de tocar tres veces la puerta, y escuchar el tan acostumbrado y calmado “adelante”, Rihna entró a la oficina. Pero esta vez, había un cambio.
El Sacerdote Supremo no estaba solo. Se encontraba con él una chica muy parecida a Rihna, pero que al mismo tiempo tenía cierto parecido con un fantasma, debido a su pálida tez y el vaporoso vestido blanco que llevaba. Tenía un aire de fragilidad, como si al menor paso pudiera romperse en trozos, y daba la impresión de que flotaba unos centímetros por encima del suelo.
Por el otro lado de la habitación, se encontraban dos personas más. Un par de gemelos, niño y niña, que parecían estar ya alrededor de los 20 años. Tenían el cabello rubio dorado, y los ojos azules, y se sujetaban de la mano de manera silenciosa, con una sonrisa algo tenebrosa.
-Vaya Rihna, que suerte tenemos de que hayas despertado tan rápido –dijo el Sacerdote Supremo, mientras se levantaba de su asiento, e invitaba a Rihna a que fuera ella la que se sentara-. Esta noche, hemos podido sentir dos presencias que se supone que no deben de hacer acto de presencia todavía. También, hemos sentido un poder maligno surgir cerca de ellos, y solo unos segundos después, ya no sentimos nada. Tu protegido uso sus poderes, no solo él, también la heredera de fuego, pese a la terminante oposición del Consejo…
-Señor, no es culpa mía, se lo juro-. Suplicó Rihna-. Aceptaré mi castigo como la falta que cometí, aunque debo de decirle que el accidente, ha ocurrido fuera de mi alcance. Yo también pude sentirlo, Señor, y por más que traté de llegar a tiempo, yo…
-No es necesario que des explicaciones Rihna. Sabemos que el Consejo te entretuvo con unos trámites… algo complicados.
-He oído que al parecer, quiere leer mis memorias.
-Así es, Rihna. Queremos saber que les ha ocurrido a nuestros dos herederos. Kioku, por favor…
-Si no tienes ningún inconveniente, voy a empezar –la chica que parecía un fantasma, Kioku, se acercó a Rihna, y colocó su mano sobre su frente.
Rihna y Kioku cerraron los ojos. Después de solo unos segundos, Kioku volvió a abrirlos, y miró de manera aterrada al Sacerdote Supremo.
-Es terrible –le dijo mientras se alejaba de Rihna, y esta abría los ojos, y todas las miradas se posaban sobre el Sacerdote Supremo-. Tsumi ha dividido las dimensiones.
-En ese caso, todo va según lo planeado –los gemelos hablaron por primera vez, y se sonrieron entre sí ya que ahora eran en el centro de atención-. Los clones han hecho contacto.
El Sacerdote Supremo había podido sentirlo. No era necesario que viera a los herederos poner sus habilidades en práctica, dado que la presencia del agua y del fuego era algo que se podía sentir en el ambiente. Y esa noche, lo había sentido con muchísima claridad. Pero, tal y como él lo había sentido, Kurayami lo había sentido también.
Ahora que el heredero del agua y la heredera del fuego eran un punto fácil para Kurayami, al Sacerdote Supremo no le quedaba de otra más que esperar que Rihna hiciera algo, pero su hija había llegado demasiado tarde. Confiando en las habilidades de su otra hija, Kioku, mando traer el cuerpo inconsciente de Rihna, y esperar que Kioku pudiera extraer información valiosa de su memoria.
Y ahí estaba su invocadora de memorias, Kioku, diciéndole que la realidad se había partido en tres, y que los herederos nacidos no existían más en este mundo.
-Aquellas dos niñas que Rihna vio –le explicaba Kioku al Sacerdote Supremo-, son energía creada por Kurayami, con forma humana. Ellas fueron el círculo de invocación que mandó a nuestros herederos a dos dimensiones alternas.
-¿Y Tsumi que hacía ahí?
-Antes de partir, Tsumi aplicó un conjuro sobre los herederos: Tsumi les ha sellado la memoria, y los ha hecho partir a estas dimensiones sin posesión de ningún recuerdo de lo que ocurra, hasta que despierten en estas dimensiones. El conjuro será eliminado cuando Kurayami decida que es momento de que regresen a este mundo.
-¿Y cuándo será eso?
-Cuando Kaze despierte.
-Pero Kaze no existe…
-Quizá no ahora, pero sí en un futuro.
-Debemos de regresarles la memoria. Tú podrías…
-Se equivoca –interrumpieron los gemelos-. Nosotros también hemos hecho nuestra movida.
-¿A qué se refieren? –dijo el Sacerdote Supremo, y los miró fijamente.
-Kurayami cree que los ha mandado a las dimensiones que el diseñó para los herederos, pero nosotros se lo hemos impedido –le explicó la rubia chica-. Tal como Madre Naturaleza nos ha indicado, cada uno de los herederos fue mandado a una dimensión distinta, creada específicamente para hacer crecer sus poderes de heredero, y ser lo suficientemente fuertes para cuando el momento llegue…
-¿El momento?
-Sacerdote Supremo, esta vez no se trata de sacrificarse y morir –le dijo el rubio chico-. Esta vez, los herederos tendrán que luchar. Esas dimensiones se crearon con ese propósito. Será mejor que los herederos vivan ahí hasta que el momento llegue, pensando que esa es toda su realidad, de lo único que deben preocuparse ahora, es de estar a la altura de Kaze, cuando despierte. No se preocupe, no están solos. ¿No es así, abuela?
-Así es, abuelo.
Y se sonrieron el uno al otro, mientras reían en silencio.
La mano de Kurayami había dejado su silueta grabada en la mejilla de Tsumi. Era una gran mancha roja, que le provocaba al pobre chico un ardor, y lo hacía lagrimear, mientras aguantaba las ganas de gemir, acurrucado en un rincón.
Su padre por su parte, no podía dejar de dar vueltas a la habitación, y al estar su hijo demasiado lejos como para atestarle otro golpe, se desquitó con lo primero que encontró: el espejo.
El puño de Kurayami se encontraba bañado en sangre, igual que los trozos de vidrio que habían caído al suelo. Kurayami se envolvió la mano en la túnica, y mientras se acercaba a la puerta, le dijo a su hijo “limpia eso” y salió.
Tsumi se levantó a duras penas. Las piernas le temblaban, pero tenía que hacer lo que su padre le ordenaba, porque si no, tendría que pagar las consecuencias con otro golpe, quizá aún más mortífero.
Kurayami, por su parte, caminaba por los pasillos de la mansión, en dirección a sus aposentos. Mientras caminaba, la sangre que había quedado sobre su mano, era absorbida por la herida, y esta se había vuelto a cerrar, dejando ningún rastro de lo que había pasado hacía apenas un par de minutos con el espejo.
Pero, ¿cómo era posible? Su plan no tenía fallo alguno. Tsumi le había dicho que el sellado de las memorias había salido a la perfección, y Tora y Buru habían transportado a los herederos a otras dimensiones, pero… ¿Por qué no eran las dimensiones que él había previsto?
Cegado por el coraje, volvió a estrellar el puño en una de las ventanas, y mientras seguía avanzando, la herida volvió a sanarse.
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