The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


3 de abril de 2011

Syaoran Card Captor: Capítulo 1

Capítulo 1
Syaoran y el misterioso libro mágico

                -Este sueño... No es la primera vez que lo tengo...
            La torre de Tokio brillaba iluminada por todas las luces que la hacían resplandecer. Ahí se encontraba un pequeño niño, de alrededor de 10 años, de pie en la azotea de un edificio, observando, casi sin parpadear, la belleza atrayente de la torre...
            No se encontraba solo; un pequeño ser alado, de un brillante color amarillo, suspendido a la altura de su cabeza, le susurraba instrucciones, así como advertencias, que él no alcanzaba a escuchar. Algo más flotaba frente a él. Alargadas cartas con formas extrañas dibujadas en ellas, que desaparecían cuando estiraba el brazo para alcanzarlas...
            Y su ropa; también había cambiado... Su pijama de rayas blancas y azules había desaparecido para revelar un traje negro, con los bordes blancos, de mangas largas, además de que llevaba una larga capa roja, con un extraño símbolo negro. También, tenía en la mano derecha un...
            Había saltado. Flotaba sobre los edificios, acercándose cada vez más a la torre, que lo atraía de manera extraña, como hipnotizado...

            El despertador estaba sonando. el niño, que tenía el cabello castaño muy alborotado, y unos ojos  color avellana, había tardado algo de tiempo en reaccionar, y al hacerlo de manera tan repentina, había pegado tal brinco, que se había caído de la cama.

            -Buenos días –dijo al bajar a la cocina.
            -Buenos días, Syaoran –respondieron su hermano mayor y su papá.
            La familia Kinomoto solo estaba compuesta por ellos tres. Syaoran Kinomoto, que tenía 10 años, y cursaba el 4to grado de primaria. Su hermano mayor, Touya Kinomoto, que tenía 17 años, y estaba en 4to semestre de preparatoria, y su padre, Fujitaka Kinomoto, quien era profesor de la Universidad de Tomoeda.
            La madre de Syaoran había muerto cuando el solo tenía 3 años,  casi no tenía recuerdos de ella. Aún así, su padre nunca había intentado el volver a casarse.
            -Tengo que irme –dijo Touya, y se apuró a terminar de tomarse su café.
            -¿Ya te vas? –preguntó Syaoran, atragantándose con el arroz.
            -Así es. Yukito-chan  me dijo que le tocaba hacer hoy el servicio, así que acordamos llegar los dos temprano...
            -¿Yu-Yukito-chan? –tartamudeó Syaoran, y se le colorearon las mejillas.
            -Ni creas que vas a venir con nosotros –lo reprendió su hermano, pero Syaoran se hizo de oídos sordos. Bebió su jugo de naranja a toda velocidad, se despidió de su padre, y salió al recibidor antes de que Touya se hubiera levantado de la silla.

            -Te dije que no podías venir.
            -Y yo te dije que me vale madres.
            -Chingados, maldito mocoso impertinente. Sabes que ella es mi novia y ahí vas a fregar.
            -Te pone celoso que ella piense que soy un niño muy tierno.
           Mientras iban por la calle, Touya en su bicicleta y su hermano menor en la patineta, discutían como siempre lo hacían.
            Ambos eran muy groseros el uno con el otro, si había que reconocerlo, bastante mal hablados, excepto cuando se encontraban delante de otras personas. Sus discusiones se debían principalmente por la novia de su hermano mayor, Yukito, una chica alta y delgada, con un hermoso y largo cabello gris, y con una gran habilidad para hacer muchas cosas.
            -Buenos días –la voz de Yukito hizo que los dos se quedaran callados en seco. Touya detuvo su bici, y Syaoran hizo lo mismo con su patineta.
            -Buenos días –respondió Syaoran, sonrojándose cuando Yukito lo miró, y le dirigió una de sus habituales sonrisas.
            -Buenos días –dijo Touya, y besó a Yukito en los labios. Syaoran le dio un pisotón en el pie, con lo que hizo que su hermano mayor se separara de Yukito, con los ojos llorosos.
            -¿Estás bien? –preguntó Yukito.
            -Si, si... Es solo que, extrañaba mucho el verte –mintió Touya, y mientras Yukito sonreía, fulminó a su hermano con la mirada, mientras él trataba de hacerse el disimulado.
            Cuando llegaron a la escuela de Syaoran, Yukito se despidió de manera alegre, y tomó a Touya de la mano. Syaoran no podía hacer nada más que rechinar los dientes.
            -¡Buenos días! –lo sorprendió una voz dulce, pero cargada de energía. Syaoran pegó un brinco cuando se dio cuenta de que estaba a unos pocos centímetros de la cara de su mejor amiga, Tomoyo.
            -Bu-buenos días –respondió él, aún algo asustado, y los dos empezaron a caminar hacia la escuela.
            -Tienes que ver los nuevos trajes que te he confeccionado para la obra de esta temporada. Además, he comprado una cámara nueva,  quisiera probarla contigo –dijo Tomoyo, mientras se cambiaban los zapatos.
            -Cuantas veces tengo que decirte que me repatea participar en esas estúpidas obras escolares, solo para que tú te puedas dar gusto con tus tontas grabaciones –dijo Syaoran enojado. Los ojos de Tomoyo brillaron maliciosamente. Syaoran se echó para atrás, asustado. Acababa de acordarse de que no era bueno molestar a Tomoyo, ya que salía a flote su bipolaridad.
            -Mira niño llorón... Yo me esfuerzo y me desvelo durante semanas para poder terminar el trabajo, y para que tú te pongas estos trajes,descerebrado. Así que vas a entrar a la maldita obra, me vas a dejar filmarte y todos felices, ¿lo entendiste, cerebro de chorlito?
            -Eh... Claro, Tomoyo-chan –su amiga le sonrió alegremente, y lo precedió al salón, dejando al pobre de Syaoran completamente confundido, algo enojado, y un poco preocupado.

            Ese día en la tarde, Syaoran regresó a casa, agobiado por los trajes que Tomoyo le llevaría al día siguiente, así como la cámara con la que empezaría a filmarlo en la hora del descanso. Había llegado a su casa sin esperar a su hermano, ya que sabía que esa tarde tendría que quedarse a trabajar, y su padre tampoco se encontraría en la casa, ya que tenía varios asuntos pendientes en la Universidad.
            Así que Syaoran llegó directamente a la cocina, a purgar el refrigerador, buscando algo para comer, cuando...
            Se escuchaba como si un gigante estuviera durmiendo, y sus ronquidos llenaran toda la casa. Lentamente Syaoran salió de la cocina, y se acercó al sitio de donde salían los ronquidos: el sótano.
            ¿Y que si era un ladrón? El era bajito y poca cosa, y por más que quisiera, no podría defenderse. No le quedó de otra más que tomar su patineta, y bajar al sótano.
            Solo se asomaría. Si veía a alguien, subiría de vuelta a la sala y llamaría a la policía.
            Bajó lentamente las escaleras, con la patineta en alto, y los ronquidos empezaron a escucharse más fuerte que antes. El sótano estaba lleno de estantes, llenos de libros a rebosar. Syaoran se acercó a uno de los pasillos, y entró en uno que no tenía salida.
            Ahí no había nada.
            Estaba por regresarse, cuando uno de los libros que tenía frente a él, se iluminó con un resplandor dorado. Syaoran lo miró, y después de moverse de manera nerviosa, se acercó y lo tomó. Al instante, el libro dejo de brillar. Aún confundido, lo sacó y examinó su portada. La patineta cayó al piso.
            Había un gran león con los ojos blancos, que tenía una gran cadena dorada alrededor del cuello, y bajo él, un signo en forma de sol dorado. Hasta arriba, donde debería de estar el título, decía: “The Clow”.
            En ese momento, el libro emitió un destello,  el sello que lo mantenía cerrado, se abrió.
            Syaoran levantó la portada, y observó su interior. Donde debían de estar las hojas, había un agujero en forma rectangular, donde estaban acomodadas unas cartas. Syaoran tomó una, y la examinó detenidamente, mientras caminaba hacia las escaleras.
            Una nube de polvo dorado empezó a perseguirlo, rodeándole los pies, mientras Syaoran intentaba decir la palabra que la carta tenía escrita en la parte baja (su inglés no era muy bueno), ya que el mayor espacio lo ocupaba el dibujo de una especie de mujer, con algo que parecían ser unas grandes alas atrás de los hombros.
            -Vi... Viento –dijo quedamente.
            Al instante, la carta empezó a brillar, y un aire empezó a correr velozmente por todo el lugar. Syaoran no tuvo más que soltar el libro y tirarse al suelo. Sin darse cuenta siquiera, el resto de las cartas empezaron a volar, y salieron despedidas en todas direcciones, fuera de la casa.
            Tal como había empezado, el aire dejó de correr súbitamente.
            -¿¡Qué chingados!? –fue lo primero que pudo decir.
            Pero las sorpresas no acababan ahí. De nuevo, el libro volvió a brillar, y mientras Syaoran se sentaba, de la portada del libro empezó a surgir algo...
            Parecía un pequeño oso de felpa amarillo, con unas grandes orejas, una cola larga con una pequeña motita blanca en la punta, además de unas pequeñas alas blancas que le surgían de la espalda. El pequeño ser se quedó suspendido unos minutos, y luego, tocó el piso con sus pequeñas patitas.
            -¡Hola-hola-hola! –dijo con voz alegre, con lo que consiguió que Syaoran se encontrara más confundido-. Que horrible visión tienen mis ojos al despertar. Hola pequeño niño –le dijo en tono burlón. El pensamiento inmediato de Syaoran fue que tenía una voz muy extraña.
            -¿Dónde están tus baterías? ¿Y el botón? ¿De dónde sale tu voz? -Syaoran estaba estirando la mano para tomarlo, pero la criatura fue más rápida, y voló fuera de su alcance.
            -¡No soy un juguete, mocoso impertinente! –dijo entre dientes-. Yo soy el guardián que mantiene sellado el libro de las Cartas Clow. Mi nombre es Kerverus.
            -¿Sellado? ¿Kerverus? –preguntó Syaoran, más confundido de lo que estaba antes.
            Así es, mi misión consiste en vigilar que las cartas... -pero el pequeño ser ya no pudo continuar. Al mirar el libro y verlo vacío, gritó-. ¡¿Dónde están las cartas?! ¡Las cartas! ¡¿Dónde están?! ¡¿Qué has hecho con ellas, maldito mocoso?!
            -¿Estás hablando de esto? –preguntó Syaoran, mostrándole la única carta que no había escapado, y que aún tenía sujeta en la mano.
            -Así es –dijo el ser y se la arrebató -. Ahora, te ordeno que me des las demás.
            -Ah, chingados, este dijo, “ya la hice”, ¿no? Pues para que te enteres, todas salieron volando. Leí la palabra que está aquí escrita, y pues...

            Esa noche, Syaoran terminó de cenar, subió corriendo a su habitación, a llevarle algo de cenar a la pequeña criatura, y continuar con la discusión.
            -¡Ya te dije que no me interesa ser un Card Captor, y salvar a este mundo de las desgracias!
            -¡Es tu misión por haber cometido la estupidez de haber dejado escapar las otras cartas! –Syaoran tomó a la pequeña criatura, Kerverus, y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el piso.
            -¡Pero yo no fui quien se quedó jetón y dejó de hacer su trabajo, que era vigilar esas estúpidas cartas!
            En ese momento, el viento empezó a soplar de manera incontrolable. Syaoran se dispuso a cerrar la ventana, pero...
            -¡Espera! –le gritó Kerverus, mientras se levantaba del suelo, y se paraba en la ventana-. Es una Carta Clow, es la carta Vuelo...

            Syaoran iba a toda velocidad en su patineta, mientras Kerverus volaba a su lado. Los dos se dirigían en camino hacia donde la carta Clow estaba haciendo destrozos.
            -¡Ya te dije que yo no quiero ser un idiota Card Captor! ¡Además, es una maldita ave demasiado grande!
            -¡Cállate y deja de decir esas estupideces y enfréntalo! ¡Has de usar tu magia! Usa la llave que te di, de la manera que te dije –Syaoran detuvo la patineta, y sacó una pequeña llave que tenía colgada de una cadena, en el cuello.
            -Llave que guardas el poder de la oscuridad –dijo, un poco receloso-, muestra tu verdadera forma ante Syaoran, quien aceptó la misión contigo. ¡Libérate!
            Al instante, la llave creció, y se transformó en una especie de báculo, el cual sujetó firmemente.
            -¡Y ahora que! –gritó Syaoran, y volvió a subir a la patineta, ya que la Carta Clow se había movido, y arremetía contra ellos dos.
            -¡¿Pues qué crees idiota?! ¡Debes de usar la carta Clow que tienes en tu poder para poder capturar ésta!
            -¡Pero si está intentando matarme! ¡Que porquería! –gritó, mientras trataba de ir más rápido, y sacaba la Carta Viento de su bolsillo-. ¡Así nunca podré! –se quejó.
            En ese momento, Syaoran subió a un desnivel, y la carta, aún en su forma de un gran pájaro, descendió más. Dando un gran brinco, Syaoran quedó montado sobre la carta.
            -¡Genial! –gritó-. Ahora, Carta Clow, has tu trabajo. ¡Viento!
            Tal y como había pasado en el sótano, la carta empezó a brillar, y la ventisca empezó a correr, envolviendo al ave, y obligándolo a aterrizar. Syaoran se apresuró a bajarse de él.
            -Regresa a la forma humilde que mereces. ¡Carta Clow!
            Syaoran alzó el báculo, y el perfil de una carta se dibujo en el aire. La Carta Vuelo empezó a desvanecerse, y a entrar en la carta que se había dibujado en el aire. Después de unos segundos, la Carta Vuelo había terminado de materializarse, y cayó suavemente en su mano.
            -¡Eso fue perfecto! –dijo Kerverus, y se colocó junto a Syaoran, llevando a duras penas su patineta.
            -Pensé que no lo contaría...
            -Pues, ya está. Tienes en tu mano tu primera Carta Clow capturada.
            -¿Y se puede saber qué clase de cosas puedo hacer con esta cosa rara?

            Syaoran se encontraba montado en su báculo mágico, al cual le habían crecido unas grandes alas blancas, y sobrevolaba la ciudad con el pequeño Kerverus a su lado.
            -Espero y nos llevemos bien, pequeño mocoso –le dijo Kerverus, mientras volaban lado a lado.
            -Es por eso que no volveré a hacer algo como esta idiotez...
            Y los dos se alejaron, enojados el uno con el otro, cruzando frente a la luna llena, y admirando la ciudad.

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