The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


29 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 4

Chapitre  4
 Le Sauvetage

La campesina los hizo pasar dentro de la pequeña casa, les dio un calientito desayuno, y prometió que les haría ropas nuevas, puesto que las que traían estaban muy sucias y gastadas. Los pequeños dijeron que sí a todo. Se comieron el desayuno en silencio, tomaron la leche recién ordeñada y trataron de no hacer gestos extraños, ya que no estaban acostumbrados a su sabor. Después de que el desayuno terminó, se movieron a la pequeña sala, y sentados en el piso, procedieron a dibujar un mapa de los alrededores.

-Estoy segura de que no se quedarán dos noches en el mismo sitio. Al parecer llevan dirección al norte, las pisadas de sus caballos los delatan, así como los restos que van dejando de sus alimentos y de las fogatas –explicaba la campesina, a los dos niños-. Yo digo que han de haber avanzado unos 10 kilómetros, a partir de ayer. Así que debemos movernos rápido.

Y dicho esto, se puso de pie de un brinco, tomó un saco café que se encontraba en una silla cercana, y salió de la casa. Los dos niños la siguieron. Cuando estuvieron afuera, la vieron subir al caballo, sosteniendo el saco con una mano, y la otra extendiéndola hacia los niños.

-Sólo puedo llevar a uno de ustedes, y prefiero que sea el varón.
-Me llamo Roberto –dijo mientras extendía su mano, y con ayuda, subía al caballo-. Ella es Amelié.
-¿Y por qué tengo que quedarme yo? –preguntó la princesa.
-Porque es muy peligroso para una niña tan pequeña como tú.
-Mañana cumplo 12 años –se defendió ella.
-Perfecto, si volvemos con vida, te hornearé un pastel.

La campesina le dio un golpe al caballo en el estómago, con lo que el animal relinchó, y se alejó galopando a toda velocidad.

El caballo corrió durante todo el día. Apenas y descansó un par de minutos, un par de veces. Poco después de medio día, llegaron a donde el campamento de los caballeros de armadura dorada se había colocado la noche anterior, de donde la campesina se había robado el caballo. Pudieron ver cerca de ahí, una tumba improvisada, para el caballero que la campesina había degollado, prácticamente.

Se detuvieron un momento ahí, buscando en dirección norte, el rastro que indicara hacia dónde habían marchado exactamente. No fue difícil encontrarlo, a un descuidado se le había caído el cuchillo pocos metros más adelante, en dirección norte-oeste. La campesina y Roberto subieron al caballo, y siguieron el camino.

Había anochecido hacía ya un par de horas. El caballo ahora solo caminaba, lentamente, mientras la campesina y Roberto contenían la respiración. Sabían que estaban cerca. Siguieron así, despacio y en silencio, lo que les pareció horas. De pronto, escucharon voces: risas y cantos. Detuvieron al caballo, y la campesina se apeó. Se acomodó la falda del vestido, y se internó en la oscuridad, en dirección al escándalo.

Regresó después de unos minutos.

-Ahí están todos –dijo-. Parece ser que tienen fiesta, por lo que he podido escuchar, les queda un día más de camino para llegar a su destino, y como ya tienen a la prisionera asegurada, parece ser que ya no tienen tanta prisa como antes.
-Entonces sólo tenemos esta noche como oportunidad, ¿no es así? –preguntó Roberto en voz baja, mientras bajaba del caballo.
-Así es. Pero, lo que no me explico, es por qué es tan importante esa prisionera –Roberto se puso pálido, pero la oscuridad que los envolvía hizo que la campesina no notara nada.
-¿Vamos a hacer algo parecido a lo que hiciste tú cuando robaste el caballo? –dijo cambiando de tema.
-Ah, sí, algo así. Es solo que aquella vez, escogí al caballero que estaba más alejado, esta vez, la prisionera podría asustarse de nosotros, y si hace ruido, despertará a todos y se darán cuenta de lo que está pasando.
-Pero dices que están de fiesta, pudiera ser que terminen tan borrachos que no noten nada.
-Esa es otra posibilidad, pero no debemos confiarnos. Ellos pueden matarnos sin dudarlo, es lo único que saben hacer: matar y cobrar.

Se quedaron dando vueltas alrededor del campamento. Las risas, los cantos y los gritos parecían no acabar nunca, y sin embargo, un par de horas después de la media noche, las voces fueron menos fuertes y los cantos habían cesado. Después de una angustiosa espera, el silencio casi total, se hizo presente.

Mientras la campesina amarraba al caballo en la rama de un árbol cercano, Roberto se introdujo en el campamento. La reina se encontraba prisionera en una especie de jaula para animales salvajes. Se encontraba dormida, recostada en los barrotes. Roberto introdujo una mano en la jaula, y la movió lentamente.

-Señora, señora… -dijo en susurros, mientras la zarandeaba despacio. La reina abrió lentamente los ojos. Parpadeó un par de veces, y entonces, entre la oscuridad, pudo ver a aquella pequeña figura que le hablaba-. Por favor, señora, no vaya a gritar –Roberto sacó la mano de la jaula lentamente, para que la reina se diera cuenta de que no planeaba hacerle daño.
-¿Quién eres? –preguntó ella en un susurro.
-Soy Roberto, el hijo de la cocinera –la reina estaba por formular otra pregunta, pero Roberto hizo un simple “shh” y ambos se quedaron callados.

Entonces, otra sombra se acercó detrás de Roberto, y sujetó su hombro firmemente. La campesina había llegado, y le tendía las llaves de la jaula.

-¿Cómo es que…?
-No pienso volver a matar –dijo la campesina-, así que más te vale que te des prisa, y lo hagas en silencio.

Roberto asintió, conteniendo el aliento, y procedió a abrir la jaula. Unos segundos después, la reina se incorporaba lentamente, y tras un movimiento de cabeza de la campesina, los 3 procedieron a alejarse del campamento.

-Eso ha ido más fácil de lo que jamás hubiera pensado –Roberto corría junto al caballo, mientras la campesina y la reina montaban en el animal, y se alejaban del lugar, aun envueltos en la oscuridad.
-Lo mismo digo yo, por tanto, no debemos confiarnos –la campesina dirigía al caballo en dirección al oeste, lo más rápido que podía. Se habían robado otro caballo, en el cual iban Roberto y el saco café.
 -¿Y se puede saber porque no vamos en dirección a la cabaña?
-Porque cuando esos caballeros de armadura negra despierten, se pondrán a rastrear para recuperar a la señora acá presente –y apuntó a la reina con un ligero movimiento de cabeza.
-¿Entonces vamos a despistarlos?
-Así es, nos tomará un par de días regresar a la cabaña, es por eso que he traído alimento, y agua –apuntó al saco café que Roberto llevaba detrás de él-. El problema está en que no sabemos por dónde empezarán a buscar, ni cuánto tiempo dedicarán a la búsqueda, no sé qué tan importante sea esta señora –la reina estaba por decir algo, cuando Roberto interrumpió.
-Lo mejor será seguir cabalgando hasta que amanezca, y deberíamos de descansar durante el día.
-Yo opinaría lo mismo, niño, pero necesitamos poner la mayor distancia posible. Seguiremos cabalgando hasta medio día, entonces descansaremos, y cuando caiga la noche, volveremos a movernos.

Y así, el resto del viaje siguió en silencio.

23 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 3

Chapitre 3
Refuge de nuit

La tensión se sentía en el ambiente. Amelié tenía miedo de respirar demasiado alto por miedo a que los descubrieran, y la reina, por su parte, permanecía con los ojos cerrados, como si esperara que al abrirlos, todo fuera una pesadilla y se encontrara a sí misma acostada en su cama con dosel, con el ventanal abierto de par en par.

Y sin embargo, los ruidos del bosque, junto con los cascos de los caballos, y el ruido del látigo, indicaban que todo era real. Se escuchó un lobo aullar a lo lejos. La princesa y la reina se abrazaron.

-Oh, no seas llorona –dijo la reina cuando finalmente se soltó. Amelié sollozó débilmente. Se escuchó una rama romperse a lo lejos. La princesa se sujetó del brazo de su madre-. Que te quites, te dije.

Se escuchó entonces un par de cascos de caballos. El paje detuvo la carroza. Algo andaba mal.

-¿Qué hace? –preguntó la reina al ver que se detenían en medio de la oscuridad-. Le he preguntado que qué está haciendo.
-Reina, ¿escucha eso? Parece ser que estamos rodeados.

La reina se puso de pie, lentamente. Súbitamente se había petrificado. Pudo escuchar las ramas que se partían bajo el peso de los caballos, y las voces de aquellos caballeros de armadura negra, que se camuflaban perfectamente entre aquella agobiante oscuridad.

-Señora… -susurró el paje-, señora, usted y la niña tienen que correr… Ahora.

Todo sucedió demasiado rápido. Una flecha atravesó el aire, rozando la cabeza de la reina, y clavando la corona en un árbol cercano. Los gritos de los caballeros resonaron por todo el lugar, mientras Roberto salía del portaequipaje, tomaba la cesta de alimentos con una mano, y el brazo de la princesa con la otra, y la jalaba bajo la carreta. La reina gritó al sentir rozar una flecha su brazo. El grito de Roberto se perdió entre el relinchar de los caballos, los cuales empezaron a correr en todas direcciones. La reina gritó nuevamente, Roberto salió de debajo de la carreta, y la jaló para ponerla a salvo, pero la reina se soltó de su agarre, y corrió sin dirección alguna.

-¡Van a matar a mi madre! –gritó Amelié, entre todo el alboroto.
-No podemos hacer nada, al menos tú tienes que salvarte –y Roberto sujetó a la princesa con mayor fuerza, corriendo en dirección contraria.

En ese momento se escucharon golpes de espada, y el paje y los sirvientes del palacio se bajaron a pelear contra los extraños caballeros de armadura negra. Aún así, aquellos eran demasiados, y los sirvientes fueron prontamente derrotados, cayendo en el piso haciendo crujir las hojas secas.

Roberto y Amelié se habían escondido entre las raíces de un árbol cercano. Desde dónde se encontraban, podían observar todo lo que ocurría, sin ser vistos. Fueron capaces de ver a la reina internarse en el bosque, a los sirvientes perder el conocimiento mientras se desangraban, y a los caballeros subir a sus caballos, e internarse en el bosque tras la reina.

-¿Qué pasará con mi mamá? –la voz de Amelié era simplemente un susurro, a pesar de que hacía ya un par de horas que el bosque se encontraba en calma.
-No lo sé… -fue la respuesta de Roberto. Tomó la mano de la princesa (los dos aún temblaban) y salieron lentamente de entre las raíces.
-¿Y qué pasará con nosotros?
-Dentro de poco amanecerá. Debemos de buscar un árbol que esté hueco, para que podamos escondernos en él. Quizá debamos buscar 2, y dormir cada uno en su propio árbol. Debemos viajar sólo de noche.
-¿Y a dónde se supone que vamos?
-A donde nadie nos encuentre.
-¿Y… y mi mamá?
-Cuando estés a salvo, volveré a buscarla pero… No prometo nada.

Aún tomados de la mano, caminaron durante un par de horas más. El sol estaba empezando a salir cuando encontraron un par de árboles huecos, donde entraron hechos bolita, y se acurrucaron para dormir un poco. Roberto durmió más amontonado, ya que el cuidaba la cesta de provisiones. Durmieron un par de horas. Aún así, no se animaron a salir de sus escondites hasta que el sol se puso y se hizo de noche. Fue entonces cuando comieron un poco, y empezaron a caminar.

Alrededor de la media noche, encontraron un río. Tomaron un poco de agua fría, y se lavaron la cara, para no dormir y poder seguir caminando. Decidieron que lo mejor era seguir el río, así que empezaron a caminar junto con él. El camino era pedregoso y aterrador. No se animaban a hablar entre ellos, por miedo a ser descubiertos. Así viajaron durante 2 noches, hasta que el 3er día, encontraron una granja abandonada, y entraron al granero. Dentro no había nada más que paja. Escondieron la cesta de comida (la cual ya casi estaba vacía) y se acurrucaron cada uno en un montón de paja. Y así durmieron esa noche.

A la mañana siguiente, Amelié despertó al sentir una extraña respiración entre su cabello. Roberto despertó por causa del grito que la princesa dio. Así, los dos se encontraron siendo observados por un par de vacas pintas. Roberto se apuró a alejar a la princesa de aquellos animales, antes de que le comieran el cabello, pensando que era paja. Entonces se escuchó un grito “¿Quién anda ahí?” y por la entrada, la luz del sol desapareció al quedar obstruida por la enorme persona que los miraba. Una campesina que llevaba sujeto un caballo negro.

Las miradas de los chicos y de la señora se cruzaron. Los ni{os gritaron (con lo que asustaron a las vacas) y mientras buscaban a tientas la cesta de provisiones, intentaban buscar alguna otra salida.

-¿Pero qué les pasa? –preguntó la campesina, mientras amarraba al caballo y lo dejaba comer paja a su gusto-. ¿Por qué gritan así?
-Usted… ¡Usted quiere matarnos! –gritó Roberto.
-¿Qué yo qué?
-¡Sí! Usted quiere matarnos –la mano de Roberto, temblorosa, apuntaba al caballo negro que se limitaba a comer paja.
-¿Y por qué apuntas al caballo si yo estoy acá? –la campesina se movió al otro lado del granero, tomó un sombrero plano, y caminó fuera. Extrañamente, los chicos la siguieron.
-Usted forma parte de esa orden de caballeros negros que quiso matar… -pero Roberto se quedó callado. Algo había visto en la cara de la campesina, que le indicaba que ella no sabía nada de nada. Así que, ¿por qué revelar quienes eran ellos en realidad?
-Mira mocoso, si yo quisiera matar a un par de niños porque durmieron en mi paja fresca, estaría yo loca. Hace años que no recibo visitas tan agradables. Si, es cierto, hace 2 noches llegaron esos caballeros negros que dices tú. Mataron a mi vaca más grande y robusta. La que me proveía de más leche. Es difícil vivir sola, ¿sabes? Así que, sí, los seguí y cuando armaron una revuelta y atraparon a aquella señora, esperé a que durmieran, y pues… No me enorgullece decirlo, pero degollé a uno de ellos, y robé su caballo. Y ahora tengo un caballo nuevo que puede arar el campo, y aún tengo dos vacas que pueden dar suficiente leche. Nadie se mete en mi territorio sin que yo lo sepa…
-¡Espere! –gritó Amelié, y miró a Roberto, con lágrimas en los ojos-. ¿Escuchaste eso? Una prisionera…
-Disculpenos señora –dijo Roberto en voz un poco baja, debido a que había agachado la cabeza-. Necesitamos su ayuda. Aquellos caballeros han saqueado nuestro pueblo, han quemado todo y matado a muchos. Sólo quedamos nosotros y, aquella prisionera.
-¿Y aquella prisionera que pinta aquí?
-Es mi madre –dijo Amelié.
-Por favor, ayúdenos a salvarla.
-No lo sé –dijo la campesina, mientras entraba a la casita de madera. Los niños la siguieron-. No me gusta meterme en problemas, pero siguen en mi territorio, y son asesinos…
-Por favor –Amelié tenía silenciosas lágrimas cayendo por sus mejillas.
-De acuerdo, los ayudaré.

12 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 2

Chapitre 2
Exilés

El nacimiento de la princesa Amelié, a su madre, la reina Rominè, no le había sentado nada bien. Si bien, la reina siempre había sido caprichosa, ahora lo era muchísimo más. Inmediatamente después del parto de la pequeña Amelié, se había negado a prestarle la más mínima atención y cuidados que la princesa pudiera necesitar. Se había negado a darle pecho, por lo que hubo que conseguir una madre sustituta. Se negó a alimentarla cuando la princesa dejó de tomar leche materna, y hubo que conseguir una niñera. Se negó a enseñarle a leer y a escribir, por lo que la princesa contó con una tutora.

Muchas mujeres pasaron por la vida de la princesa Amelié, conforme iba creciendo. Muchas damas, doncellas, mujeres en general, menos la reina. Solo se encontraba con su madre en las comidas, y cuando la familia real debía presentarse frente al pueblo, para dar anuncios a la ciudadanía.

Sin embargo, la princesa pasaba mucho tiempo en compañía de su padre, quien le cumplía todos sus caprichos. A pesar de que estaba muy mimada por el rey, la princesa no era para nada berrinchuda ni orgullosa, todo lo contrario, era la viva imagen de su padre: alegre, despreocupada y atenta a las necesidades de los demás. La princesa y el rey disfrutaban de largas caminatas por los jardines reales, mirando las flores y dando de comer a los conejos. La princesa tenía un caballo que el rey mismo le había regalado, pero al cual aún no la dejaban subirse por miedo a que le pasara algo. En cambio, podía jugar con los perros y el gato (al cual nunca se le acercaba porque le daba miedo).

En pocas palabras, puede decirse que la vida de la princesa era muy tranquila y alegre.

Pasaron los años, faltaba poco para que la princesa cumpliera 12 años. Todo el reino se estaba preparando para una gran celebración en honor a la princesa Amelié. Desde la corte, hasta los campesinos, pasando por la ciudadanía en general, se encontraban adornando el palacio y el pueblo para celebrar ese día de festejo real.

Una tarde, días antes de que ocurriera el festejo del 12vo cumpleaños de la princesa Amelié, esta se encontraba jugando en los jardines del palacio, con uno de los cachorros que acababan de nacer de la pareja de perros favorita de su padre, y su mejor amigo de toda la vida, el hijo de la cocinera, que tenía un año más que ella. El joven se llamaba Roberto, y sentía un gran amor por la princesa, quien había sido su única amiga durante toda su vida, ya que los otros niños del pueblo se burlaban de él porque era muy flaco y débil.

Esa tarde, la princesa Amelié y Roberto se encontraban jugando con el pequeño Rex, el cachorro de husky más bonito que la princesa hubiera visto nunca, su cachorro favorito.

-He escuchado que la noche de tu cumpleaños, bailarás el vals con un príncipe que viene de un reino lejano –dijo Roberto, como si no le diera importancia al comentario, desviando la mirada.
-Es lo que yo también he escuchado –respondió la princesa, quien borró la sonrisa de su rostro, y se sentó en la hierba. Roberto se sentó junto a ella-. No me hace mucha gracia tener que bailar delante de todo el pueblo, y de ambas cortes. Estoy segura de que los padres del príncipe aquel, los reyes de tales tierras lejanas, estarán presentes también. Tengo miedo –dijo finalmente.
-No te preocupes –la tranquilizó Roberto-, eres una bailarina excelente, y nada te sale mal nunca. Es solo que, estaba pensando… Que me gustaría que bailaras conmigo también –las mejillas de Roberto se pusieron coloradas-, ya sabes, como regalo de cumpleaños.

La princesa Amelié se rió en voz baja, y abrazando a Rex, se puso de pie. Revolvió los cabellos de Roberto, y prometió bailar con él una pieza la noche de su cumpleaños. Y sin decir nada más, ella y Rex, aún en sus brazos, entraron al castillo.

Sin embargo, aquella noche, ocurrió algo devastador. La princesa despertó abruptamente al ser zangoloteada por uno de los miembros de la corte. El lugar se encontraba completamente a oscuras, y se escuchaban los lloriqueos de Rex. La princesa se abrazó del cachorro, mientras que varios miembros de la corte entraron a la habitación, la bajaron de la cama, le pusieron la capa de viaje, y se la llevaron, aún envueltos en la oscuridad, hacia las escaleras de servicio.

Un par de gritos se escucharon en el aire.

-¿Qué pasa? –preguntó la princesa, asustada, pero nadie respondió-. ¡¿Qué pasa?! –preguntó más angustiada-. ¿Dónde está papá? –pero los lacayos siguieron sin contestar.
-¡Rápido! –dijo uno de ellos, mientras más gritos se escuchaban a lo lejos-. ¡Llévala por el pasaje que baja al primer piso –dijo aquella voz-. Hay una carroza esperando afuera, en el establo.

La princesa fue alzada en el aire por alguien más, y con Rex aún en brazos, aquel sirviente salió corriendo por el pasaje envuelto en oscuridad.

-¿A dónde me llevas? ¿Dónde está papá?
-Por favor, princesa, baje la voz, o nos descubrirán.
-¡¿Qué está pasando?!
-Princesa, ¿es que acaso quiere morir?

La pregunta flotó en el aire, dejando una estela de miedo dibujada en el rostro de la princesa. Se aferró más a Rex, y pudo sentir el rápido palpitar del cachorro. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo a sí misma. Y siguieron bajando el pasaje secreto, que los llevó hasta el establo donde se guardaban los caballos.

Mientras tanto, fuera del castillo, el pueblo, con todas sus casitas con techos de paja, se encontraba ardiendo en llamas. La gente corría por todos lados, presa del pánico, mientras que unos extraños caballeros, con armaduras negras, se abrían paso entre la debocada multitud, cortando cabezas aquí y acá, destruyendo casas y robando caballos y gallinas.

Un grupo de caballeros de armadura negra, aún montados en caballos negros, se abrió paso entre el caos, y precedió hacia el castillo. Los guardias intentaban detenerlos usando sus flechas y sus espadas, pero cayeron prontamente. Los caballeros negros entraron al castillo, y empezaron a saquearlo, matando a todo aquel que se interponía en su camino.

El rey y la reina se encontraban aún en sus aposentos. Varios miembros de la corte se encontraban ayudándolos a ponerse las capas de viaje, y apurándolos a que salieran de ahí.

-Ya vienen, su alteza –dijo el consejero real, con lo que el rey y la reina salieron corriendo, siguiendo a un sirviente, quien los condujo entre pasillos y pasajes secretos, para ocultarlos de los caballeros de armadura negra.
-¿Dónde está mi hija? –preguntó el rey, mientras la reina sollozaba detrás de él-. ¿Dónde está? ¿Alguien ha ido por ella?
-Sí, su majestad –respondió el consejero-. Su hija se encuentra esperándolos abajo, en la carroza. Deben darse prisa.
-No, vayan ustedes a ponerse a salvo, mi esposa y yo sabremos llegar.

El consejero y los lacayos se quedaron atónitos. Intentaron oponerse, diciendo que darían su vida por la de su rey, pero él se negó. Así que, entre los gritos de la reina y la desesperación de ésta, el rey y la reina se quedaron solos a medio pasaje secreto.

-Escucha, y escúchame bien –le dijo el rey a su esposa, quien intentaba dejar de llorar, tapándose la boca-. Tú y Amelié deben salir con vida del castillo. No vayan al pueblo, sigan por el bosque oeste, y encontrarán el reino vecino, si viajan durante 5 días seguidos.
-¿Es que acaso tú no vienes con nosotras? –preguntó la reina, asustada.
-No puedo, debo defender el reino. Así que escucha, yo sé que no amas a nuestra hija, pero ahora dependerá de ti que se encuentre bien. Debes protegerla hasta que encuentren el castillo del reino vecino, y traigan ayuda. Yo me quedaré aquí, podemos defendernos por un tiempo, pero necesitaremos la ayuda del rey y…
-¡No pienso dejarte!
-No te estoy preguntando. Tú y la niña deben huir. Sé que no me amas, pero yo a ti sí. Sé que esto fue solo un matrimonio por conveniencia, pero debes saber que yo si te amé, y te di todo lo que pude darte. Si alguna vez sentiste algo por mí, aunque sea agradecimiento por haber salvado a tu reino de la ruina y la miseria, sálvate a ti y a nuestra hija. No permitas que este reino se hunda.

El rey besó a la reina en los labios, y después de susurrar “te amo” nuevamente, la empujó para que recorriera sola el resto del pasaje secreto, y el volvió a sus aposentos, para tomar la armadura y la espada, y disponerse a luchar.

La reina prontamente bajó a los establos, donde varios lacayos se encontraban esperándola. La ayudaron a subir al carruaje, y dos de ellos subieron también, para protegerlas en caso de que los descubrieran huyendo, y fueran atacados. La cocinera llegó en ese momento, y le puso a la reina en el regazo un cesto con comida.

-Será un largo viaje –le dijo la cocinera, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas-. Espero que regresen con bien, y puedan salvarnos. Amelié –le susurró entonces la cocinera a la princesa-, cuida de Roberto, que él cuidará de ti…
-¿Qué? –preugntó Amelié, asustada-. ¿Pero Roberto, dónde está? ¿Dónde…?

Pero la princesa ya no supo nada más, porque en ese momento, los lacayos golpearon a los caballos, los cuales empezaron a correr, y la carroza se alejó del castillo, a toda velocidad, en dirección al bosque.

10 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 1

La Mademoiselle Et Le Prince

Chapitre 1
Un royaume loin, très loin

Había una vez, en un reino muy, muy lejano, en una tierra fértil y con grandes planicies de aire libre; con valles y bosques, montañas y praderas, cerca del mar azul turquesa, un reino prolífico que era gobernado por un benevolente rey, y su reina, una dama muy fina.

El rey y la reina vivían en un flamante castillo con altos muros y torrecillas elegantes. Su palacio estaba ubicado en lo alto de una montaña, y en él, habitaban tanto el rey y la reina, como su corte imperial. El castillo era un lugar tranquilo y alegre, y la gente del palacio, así como los pueblerinos y campesinos, eran personas sencillas y alegres.

Todos, excepto la reina.

El rey se caracterizaba por ser amable, bondadoso y por pensar en los demás, antes que en el mismo, al momento de tomar sus decisiones. Era de baja estatura y un estómago prominente. Su cabello era negro, pero ya mostraba zonas grisáceas, y su bigote gracioso, no lograba opacar sus enigmáticos ojos grises.

La reina, por otro lado, era cruel y fría. Alta y delgada, con una piel pálida, largo cabello rubio y ojos azules, gozaba de hacer sentir menos a los demás. Le gustaba ser siempre el centro de atención, y cosa que quería, la conseguía. La reina no tenía sentimientos por nadie más que por ella misma, y en ocasiones por el rey, pero esto sólo ocurría cuando se encontraba interesada en algo, y su esposo podía proporcionárselo. Aparte de eso, los reyes casi nunca cruzaban palabra alguna. Después de todo, lo suyo había sido un matrimonio por conveniencia para unificar dos reinos.

El rey y la reina tenían ya varios años de “dulce” matrimonio; sin embargo, la reina no había podido darle aún un primogénito al rey, más que nada a que la reina se negaba a ser madre. Por otro lado, el rey se encontraba ya preocupado ya que no tenía un heredero que ocupara su lugar cuando el muriera, y por más que intentaba convencer a su mujer, esta se negaba a darle hijo alguno.

Así pasaron varios años, hasta que, una noche de frío invierno, una anciana llegó al castillo, pidiendo refugio por una noche.

-Vengo de un reino muy, muy lejano –se explicó la anciana, quien temblaba a causa del frío intenso-. No tengo familia en estas tierras, y estoy solo de paso. Si su majestad, se tentara el corazón y le diera asilo a esta pobre vieja, solo por una noche, le pagaré con creces la ayuda extendida.

La reina inmediatamente se quejó y negó rotundamente.

-No puedes permitir que semejante pordiosera entre al castillo –le dijo al rey-. No es digna siquiera de mirar los altos muros, y no sabemos si es espía de algún reino enemigo. Que se vaya –dijo como última palabra.

Pero el rey, negándose por vez primera a las peticiones de su mujer, le abrió las puertas del palacio a la anciana, y la dejó entrar, colocándola en uno de los mejores aposentos que tenía el castillo. Ordenó que se le llevara comida y agua, que se le dieran ropas nuevas y limpias, y que se le cobijara con esmero para que no pasara frío esa noche.

A la mañana siguiente, cuando el rey acudió a primera hora del día a ver a su invitada, la habitación donde la anciana se había hospedado, se encontraba vacía. La cama estaba tendida y los muebles tapados, como si nunca, en muchos años, hubiera estado alguien en ese lugar. La reina le reprochó su acto, y se alejó del lugar con una mirada altanera, y pidiendo que no se hablara más del asunto. La corte del rey se alejó igualmente, fingiendo que nada había pasado.

Pero el rey, permaneció todo el día encerrado en esa habitación. Caminó describiendo círculos en la alfombra llena de polvo, y corrió las cortinas para que la luz del sol entrara, iluminando el lugar. Abrió las ventanas para que corriera la brisa, y respiró profundamente en frío aire. Se encontraba confundido, y no entendía como había sido que la anciana hubiera desaparecido así sin más.

Cuando estaba por irse, un pequeño ruiseñor entró volando por la ventana, y se posó gentilmente en las almohadas de la cama. El rey lo miró curioso: del pico del pequeño ruiseñor, prendía un pedazo de pergamino, con una cinta roja.

El ruiseñor dejó la carta en la cama, y así como había entrado a la habitación, rápida y elegantemente, de la misma forma salió de ahí. El rey se acercó temerosamente, pero igualmente curioso, a la cama, tomó la carta, y con dedos temblorosos la abrió. La carta, decía así:

Para el Rey Armando (porque así se llamaba el rey):

Te agradezco mucho la hospitalidad de la pasada noche para con esta pobre anciana. Agradezco infinitamente las atenciones y el trato amable, como si me tratase yo de un igual, cosa que no puedo serlo ante usted, su majestad.

Por tanto, es mi deber informarle, que ha demostrado usted ser una persona de gran corazón. Ayudar a esta noble hada que escondía su verdadero yo, lo ha expuesto a usted como digno del deseo que mora en su corazón.

He visto en sus ojos su alegría, su tristeza, he podido ver sus deseos y aquello a lo que le teme. Mis poderes son grandes, pero no muy extensos, y es por ello que sólo puedo ofrecerle, a cambio de su amabilidad, el deseo que su corazón pide a gritos.

Su mujer, aquella que se ha negado a ofrecerme asilo, será castigada con el deseo que su corazón, mi buen rey, anhela. Usted y su mujer, serán concedidos con el regalo que es el nacimiento de una hermosa niña. Una princesa digna de su palacio. Así como seguramente usted debe ya saber, noble rey,  su mujer no desea el nacimiento de esta pequeña niña. Es por eso que le doy yo esta oportunidad de tener a su amada princesa, pero le advierto, que depende de usted la felicidad de la pequeña.

No me queda más que agradecerle nuevamente el permitirme volver con bien a mi reino. Si alguna vez, por causas adversas, termina topándose su camino nuevamente con el de un hada, no dude en que recibirá igualmente el trato y la atención que usted me ha brindado. Pregunte por la Reina Antoinelle, quien le tratará como su igual.

Atentamente:
El hada Monique

El rey terminó de leer, atónito, y sin saber si creer o no. Se dobló la carta y la guardó en su bolsillo, y salió de la habitación, con la cabeza llena de preguntas sin respuesta. Había escuchado muchas historias fantasiosas sobre hadas, pero no estaba completamente seguro de si creía en ellas o no. Se encontraba escéptico, pero igualmente deseoso de creer que era verdad, ya que, como la carta le había expuesto, era su más grande deseo convertirse en padre. Y más que nada, más que querer un príncipe que continuara con su reinado, quería una princesa, para colmarla de alegrías y protegerla como la pequeña flor que sería.

Así como se guardó la carta en el bolsillo, el rey se guardó el conocimiento que esta traía, y no dijo nada a su corte, ni a sus asesores, ni a su misma reina. El rey se quedó callado, y expectante, a lo que pudiera ocurrir, 9 meses después.

Y 9 meses después, la princesa Amelié nació.

3 de diciembre de 2010

The Count

"Desde que tenía memoria, Melissa tenía una manía. Si, seguro que tú también tienes una de esas. Hay gente cuya manía es acomodar las crayolas por órden en la gama de colores, otros cuya manía consiste en acomodar los cubiertos a la misma altura en la mesa, y otras gentes que prefieren depender de acomodar libros o discos por órden alfabético y hasta cronológico.

Pero la manía de Melissa es algo diferente. De hecho, no sé si debí llamarla manía, pero no se me ocurre otra palabra mejor para describirla.

Podemos empezar a describir este caso particular cuando Melissa tenía 6 años, y había querido salir a jugar con su padre al jardín delantero de la casa. Y papá dijo que no. Así que Melissa se guardó las ganas y la pelota, mientras subía las escaleras de la casa para dirigirse a su habitación, rebotando la pelota en cada peldaño, y contando los pasos. “Entretente en otra cosa, estoy ocupado” había sido la respuesta de su padre.

Así que después de contar los 16 escalones que la llevaban al piso superior, y los 14 pasos que la separaban de la puerta de su habitación, dejó caer la pelota, la cual rebotó 12 veces hasta llegar a un rincón donde se detuvo, y miró a la ventana. Se apoyó en el alfeizar de ésta, mientras contemplaba como 10 pajaritos se alejaban del árbol que estaba frente a ella, 8 hojas caían silenciosamente: el otoño teñía todo de marrón. 6 autos pasaron por la calle de enfrente, y 4 niños cruzaban la calle para ir a jugar futbol. Melissa cerró los dos ojos y se acostó en la cama.

Y fue así como su manía nació.

Si, les dije que su manía es algo rara, pero, ¿qué puedo hacer yo?

Ahora, Melissa acababa de cumplir los 21 años. Un orgullo para papá, aún una bebé para mamá. Melissa había tenido, hasta entonces, un total de 4 ex novios, y un novio actual. Mientras contaba los usuales 16 escalones y 18 pasos que la separaban de la cocina a su habitación, pensaba en aquellos pocos chicos con los que su vida había llegado a estar tan unida. Sacó de la bolsa de papel la dona que había comprado en la panadería de la esquina (separada de su casa por 37 respiraciones), y le dio un par de mordidas. Se acercó al computador, y lo encendió. 13 segundos después, tecleaba su contraseña (de 14 dígitos) y un par de parpadeos más tarde, se acostó en la cama, aún masticando la dona, que colgaba de su mano derecha.

No supo porqué en ese momento se acordó de sus ex novios. Miró por la ventana: 2 pajarillos revoloteaban frente a ella, y se posaban en el árbol, el cual dejó caer 5 hojas marrones lentamente hacia el montón que seguramente esperaban ya abajo. Otoño. Melissa odiaba el otoño. Ignoró las 7 nubes que tenían curiosas formas, y se asomó por debajo de la cama: ahí había una caja de cartón, la cual salió lentamente de debajo de la cama, cuando Melissa dejó la dona en el buró, y la jaló.

La caja prontamente fue abierta. Ahí estaban todos sus recuerdos que, extrañamente, aún conservaba de sus ex novios. Recuerdos, promesas y regalos. Todo estaba en esa caja empolvada. Melissa empezó a sacar una que otra cosa, y mientras los limpiaba un poco, reflexionaba.

Lo primero que salió, fue un osito de peluche color café caldero. Regalo de su primer ex novio. David, se llamaba. Melissa le había detectado una constancia a la hora de comer: daba 5 cucharadas al plato, y tomaba un trago de agua. También recordó su manía por tocar la guitarra durante 25 minutos, todas las noches. Y no pudo olvidar la costumbre de aguantar la respiración durante 10 segundos antes de entrar a la casa. Dejó el oso aún lado.

Después, sacó de la caja un pequeño joyero, regalo del segundo ex novio. Él se llamaba Josué, y tenía la manía de ponerse el sweter 3 veces antes de salir de casa. También cuando estornudaba, lo hacía siempre 6 veces, y sobre todo, las 9 palabras altisonantes que formulaba siempre que tenían una discusión. El joyero quedó junto con el oso.

Posteriormente, de la caja, salió un prendedor para cabello, en forma de rosa negra. Melissa le dio vueltas entre los dedos, mientras recordaba al tercer ex novio, de nombre José. Si, Melissa también le había detectado ciertos patrones a él, como los 4 movimientos que bastaban para estacionar el auto, o los 8 besos que le daba en cada ida al cine. También estaban las 12 rosas rojas que le regalaba en cada aniversario. El prendedor encontró su sitio entre el joyero y el oso de peluche color caldero.

Del fondo de la caja, surgió una copia del libro del principio, si, regalo del 4to ex novio. Se llama Jesus, y así como los 3 anteriores, tenía ciertas manías que Melissa había encontrado prontamente. Jesus acostumbraba tomar los vasos de agua en 6 tragos, le tomaba 12 minutos tomar decisiones difíciles, y acostumbraba pedir perdón 18 veces, cuando metía la pata.

Y así como el resto de los regalos, el libro cayó junto con ellos. Melissa se recostó en la cama, mirando al techo, y las 5 estrellas doradas que lo adornaban. Miró la hora en su reloj de la pared. Eran las 8:00. El novio actual se había comunicado con ella en todo el día.

Melissa se sentía inquieta, repentinamente se había dado cuenta, su novio actual, no tenía manías. No había patrones. Estaban por cumplir un años juntos, y en todo ese tiempo, Melissa no había encontrado algún patrón en sus acciones, en su rutina diaria. El único patrón que había encontrado la alteraba, y esperaba que ojalá y estuviera equivocada.

El novio actual tenía la costumbre de decir “te quiero” 10 veces al día. Al principio era bonito, después se volvió perturbador. 10 veces, ni una más, ni una menos. Si aún no llegaba medio día, y él ya las había dicho, no volvía a repetir esas dos palabras hasta al día siguiente. Y no importaba cuantas veces Melissa lo pidiera, de sus labios nunca había salido una 11va ocasión. Y después, cuando el novio actual empezó a decir “te amo” la cuenta se redujo a 5.

Si estaban a media velada romántica, y Melissa le pedía que dijera te amo, por 6ta ocasión en el día, él simplemente se negaba, y no volvía a decir nada romántico o tierno.

Melissa se incorporó rápidamente, y se sentó en la cama. Tomó los recuerdos y volvió a dejarlos caer en la caja, la cual volvió a quedar escondida bajo la cama. La dona glaseada regresó a la bolsa de papel, y Melissa, dejando el computador encendido, y tomando las llaves del auto, volvió a bajar los 16 escalones, y a dar los 14 pasos que la separaban de la cochera. La puerta del garaje tardó en abrirse 12 segundos, y 10 minutos después, se encontraba llegando a la casa del novio actual. Se lo pensó 8 veces si tocar y esperar a que abriera, o simplemente usar la copia de las llaves que le había dado, 6 meses antes. Corrió hacia la puerta de la casa, y 4 segundos después, estaba ya adentro. No se lo pensó dos veces, y simplemente entró.

Caminó en silencio. La casa estaba muy tranquila, y algo en ella la inquietaba. Se asomó a la cocina; no había nadie. Escuchó pasos en el piso de arriba. Pensó en gritar el nombre de su novio, para hacerlo bajar, pero algo le dijo que era mejor llegar de sorpresa. Se quitó los zapatos, y subió las escaleras de puntitas. Extrañamente, contuvo la respiración también. Llegó al pasillo del 2do piso, y giró a la izquierda. La puerta del cuarto de su novio estaba ligeramente abierta. Escuchó risitas; risitas femeninas. Se le erizó el vello de la piel. Se acercó aún más lento. La puerta entreabierta sólo mostraba el espejo de cuerpo completo, en el cual se reflejaba…

Su novio se encontraba sentado en la cama, con una chica pelirroja y de piel muy pálida. Ambos desnudos, ambos abrazados, ambos recorriéndose la piel, besándose con ganas, tocándose con los ojos cerrados. La chica se recostó en la cama: su larga cabellera se extendió por las almohadas. Él se recostó sobre ella.

“Me dices si te duele” susurró él, pero lo suficientemente alto como para que Melissa, quien aún estaba detrás de la puerta, lo escuchara todo.

La pelirroja asintió con la cabeza. El chico entró lentamente en ella, mientras ella gemia. Melissa apretó los puños y se mordió el labio. Sin embargo, no apretó los ojos: no sentía ganas de llorar.

Dejó caer los converse a medio pasillo, y bajó las escaleras haciendo mucho ruido. Los gemidos y risitas dentro de la habitación se detuvieron. Melissa cerró la puerta delantera de la casa, dando un portazo, y un par de segundos después, se encontraba ya dentro del auto, arrancando, para irse a casa.

Melissa tenía su manía, no podía evitar contar todo lo que pasara por delante de ella. Conocía de este modo, las manías que la gente escondía para sí mismas. Los conocía más de lo que ellos sabían. Soportaba las manías de acomodar los colores, de organizar los discos y libros por orden alfabético y cronológico; entendía la manía de respirar profundamente cierta cantidad de veces antes de entrar a un examen, comprendía la manía de masticar la comida 20 veces y luego tragar. Confiaba en esas personas, porque de este modo, controlaban sus miedos, sus ansiedades. Confiaba en ellas, porque las comprendía. Pero nunca, nunca más, volvería a confiar en alguien que necesitara tener un control sobre los sentimientos, porque esta clase de manía era indiscutible. No volvería a tener algún novio que le dijera “te amo” o “te quiero” cierta cantidad de veces en el día. No volvería a confiar en alguna persona que, para fingir cariño, tuviera que ser tan controlador con sus acciones."

30 de noviembre de 2010

The Feelings Story

"Cuentan que, una vez, se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento había bostezado ya por tercera ocasión, la locura, como siempre tan loca, se alborotó diciendo ~¿Jugamos al escondite?~. La intriga levantó la ceja intrigada, y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: ~¿Al escondite? ¿Y cómo es eso?~. ~Es un juego -explicó la locura- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno, hasta un millón, mientras ustedes se esconden. Cuando yo haya terminado de contar, debo encontrarlos a todos, y al primero que encuentre, deberá ocupar mi lugar para continuar con el juego~.

El entusiasmo bailó, secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la cual nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar: la verdad prefirió no esconderse, porque siempre la descubrían, y por su parte, la soberbia prefirió no esconderse, opinando que era un juego muy tonto, pero en el fondo, le molestaba que la idea no había sido suya. Y la cobardía... Bueno, ella prefirió no arriesgarse.

~Uno, dos, tres...~ comenzó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza, quien, como siempre, se dejó caer en la primera piedra del camino. La fe subió al cielo, y la envidia se escondió tras la sobra del triunfo que, con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: un lago cristalino, ideal para belleza; una rendija de un árbol, perfecto para timidez; el vuelo de la mariposa, lo mejor para voluptuosidad; una ráfaga de viento, magnífico para libertad... Así, terminó ocultándose en un rayito de sol.

El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: un pequeño lugar ventilado y cómodo... pero eso sí, solo para él. La mentira, por su parte, se escondió en el fondo de los océanos. ¡Mentira! en realidad se escondió detrás del arco iris. Y la pasión y el deseo se escondieron juntos en el centro de los volcanes. El olvido... Se me olvidó dónde se escondió, pero eso no es importante.

Cuando la locura contaba ya 999,999, el amor aún no había encontrado sitio idóneo para esconderse, pues todo se encontraba ya ocupado. Hasta que divisó un rosal, y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

~Un millón~ contó la locura, y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después encontró a la fe, quien se encontraba discutiendo con Dios en el cielo, sobre teología. Sintió a la pasión y el deseo en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y por tanto pudo deducir donde se encontraba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, ya que salió disparado de su escondite, el cual había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar, sintió sed, y al acercarse al lago, descubrió a la belleza. A la duda resultó más fácil encontrarla todavía, ya que se encontraba sentada en una cerca, sin decidir aún de que lado esconderse. Así fue encontrando a todos: la mentira se había escondido detrás del arco iris. ¡Mentira! Ella estaba en el fondo del océano. Encontró hasta al olvido, que se había olvidado de que estaba jugando al escondite.

Pero el amor era el que no aparecía por ninguna parte. La locura lo buscó detrás de cada árbol, bajo cada falla del planeta, en la cima de las montañas, en las orillas de la playa... Cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal con sus rosas rojas. Tomo una horquilla y comenzó a mover sus ramas. Cuando, de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía que hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, pidió perdón...

La locura sacó de los matorrales al amor, temeroso de hacerle más daño, y cuidadosamente, lo llevó con los grandes sabios. La locura les explicó sobre el juego que estaban jugando, como había ido encontrado a todos los sentimientos, y como al final solo le faltaba encontrar al amor. Y explicó también cómo lo había encontrado, y el daño irreparable que había cometido.

Los grandes sabios escucharon su historia sin interrumpir, y cavilando cada palabra que decía la locura. Al final, se miraron entre ellos, y, asintiendo, dijeron lo siguiente:

~A pesar de que ha sido un accidente, la vida del amor ya no será la misma. Ha sido tu culpa, por lo tanto la responsabilidad yace sobre tus hombros. Ahora, es tu deber cuidar del amor. Serás su lazarillo, y no podrán separarse el uno del otro~.

Desde entonces, desde aquella primera vez que se jugó al escondite en la Tierra, desde el acontecimiento de aquel desafortunado accidente, el amor es ciego, y la locura siempre lo acompaña."



28 de noviembre de 2010

The Time Traveler

"-Mamá... ¿Si pudieras regresar el tiempo...? Si tan solo... ¿Si regresaras al pasado, te volverías a casar con mi padre?

-Es una pregunta curiosa. Conocí a tu padre en la Universidad. Él era un par de años mayor, y recuerdo, como si hubiera sido ayer, que me enamoré de él a primera vista. Era alto, delgado, con una mirada profunda y unos labios gruesos. Era guapo, y perfecto. Cálido y alegre... Era todo lo que siempre había soñado.

>>Tu padre, en ese entonces, tenía una novia muy bonita, y perfecta para él. Ella era igualmente alta y delgada, con una cabellera rubia larga y ondulante. Sus labios eran rojos carmesí, y su mirada denotaba juventud y felicidad. Y cuando estaban juntos, se veían perfectos. Así que puedo decirte, que lo amé en silencio, un par de años...

>>Cuando él se graduó de la universidad, no supe más de él. Al menos no directamente. Llegaban las noticias sobre él, y como poco a poco se iba convirtiendo en una persona importante, y respetada. Un par de años después, me gradué yo de la carrera, y salí a conocer el mundo. Quien diría que nos toparíamos nuevamente, y que lo conocería al fin.

Fue un encuentro casual y muy curioso. Me encontraba yo ahogando mis penas en un bar, y él se reunió conmigo. Debí haberle dado pena ajena. El caso es que me acompañó esa noche a beber, y me reconfortó con un abrazo y unos consejos. Claro que mis penas de amor relatadas esa noche, el sigue sin saber que fueron causadas por él. Él no sabía que yo lo amaba.

>>Así, cada semana iba a ese bar, con la esperanza de verlo. Cada semana él me acompañaba a beber, y prontamente la compañía mutua se hizo necesaria, hasta que, un par de años después, él dejó a su novia rubia y delgada, por mí.

>>Llevo enamorada de tu padre muchos años.

>>Daño irreparable que los años me han ido reclamando. Supongo que es el karma lo que me está haciendo sufrir, el hecho de haber separado a tu padre y a su amada novia de universidad. Tu padre se volvió una persona fría, sin sentimientos; reservado por siempre en sí mismo, apenas naciste tú, se olvidó de que existíamos, de que tenía una familia. El poder y la fama habían nublado su mente, y en su cabeza ya no había espacio para nada que no fuera la empresa.

>>Me preguntas que si regresara el tiempo, me casaría yo nuevamente con él. Y a pesar de lo que te he contado y he sufrido, te respondo que sí, lo haría nuevamente.

>>Aún tengo la certeza de que he salvado de un horrible matrimonio a una linda joven rubia y delgada; alta, con hermosos labios carmesí y una radiante mirada hacia el futuro.

>>Y si eso no fuera suficiente, si tu padre y yo no nos hubiéramos casado, tú no hubieras nacido, y no te tendría para aliviar mi soledad... Hijo mío, tu padre podrá ser todo lo cruel, despiadado y sin corazón que quieras... Pero yo aún lo sigo amando..."





The Merry Christmas

"Sólo vengo a pedirte un favor. Quizá creas que es mucho, pero, es todo lo que necesito. Todo lo que necesito de ti.

Regálame una navidad.

Sabes, es curioso; mis navidades, desde mi más tierna infancia, han sido todo menos momentos de felicidad, tranquilidad, paz y amor. Año con año he vivido solo, triste, amargado y olvidado estas fechas tan especiales.

La navidad no me trae más que soledad y amargura. No puedo concebir en ella una velada cálida a los pies de una chimenea, no me imagino a mi mismo cenando pavo y disfrutando de su sabor. En mi mente no cabe la idea de cantar villancicos, comer las 12 uvas, platicar y reír con la familia alrededor de la mesa... Eso no existe para mí.

Y, sin embargo, esta navidad quiero pasarla contigo.

Vuélvela mi recuerdo más agradable, mi pensamiento más emblemático; regálame nada más esta noche, y lléname de amor, de paz, de agradecimiento, de tranquilidad...

Lléname de ti.

Te pido que me abraces mientras cantamos tu villancico favorito; te pido que me leas una historia mientras el calor de la chimenea nos envuelve; te pido que te vuelvas mis deseos en esas 12 uvas; que seas tú la que ría sentanda junto a mí en aquella mesa; que seas quien corta el pavo...

Te pido que esta navidad, no me dejes solo; que no te separes de mí, que no me olvides...

Convierte esta navidad en algo inolvidable, y después, si es lo que quieres, vete, márchate, abandóname en mi soledad.

Después de esta navidad, no me importará si te vas y me olvidas, porque después de que cumplas mi deseo de navidad, la temporada volverá a ser depresiva, solitaria, e insoportable para mí. Pero con la diferencia de que ahora, podré recordar el cálido recuerdo de tu navidad, y sonreiré, por saber que no te tengo..."

23 de noviembre de 2010

The Beauty And the Beast

"Erase una vez en una tierra lejana, un joven príncipe vivía en un hermoso castillo. Aunque tenía todo lo que pudiese desear, el príncipe era malcriado, egoísta, poco amable.

Una noche de frío invierno, una vieja mendiga llegó al castillo, y le ofreció una sola rosa a cambio de refugio contra el cruel frío. Repugnado por su aspecto andrajoso, el príncipe se burló del obsequio, y echó a la anciana a la calle. Ella le advirtió que no se dejara engañar por las apariencias porque la belleza estaba en el interior.

Cuando la volvió a rechazar, la fealdad de la anciana desapareció, y reveló a una hermosa hechicera. El príncipe intentó disculparse pero ya era tarde porque ella había visto que en su corazón no había amor. Como castigo, lo convirtió en una espantosa bestia y encantó el castillo con un poderoso hechizo, y a todos los que moraban ahí.

Avergonzado de su monstruoso aspecto, la bestia se escondió dentro de su castillo, siendo un espejo mágico su único contacto con el mundo. La rosa que ella le había ofrecido, era en realidad una rosa encantada que duraría hasta los 21 años del príncipe. Si llegaba a amar a una doncella, y ella lo amaba también, antes de que cayera el último pétalo, se rompería el hechizo. Si no, quedaría encantado, y sería una bestia por toda la eternidad.

Al pasar los años, el cayó en la desesperación y perdió toda esperanza. ¿Por qué quién podría algún día, amar a una bestia?"

Beauty and The Beast
Prologue

6 de noviembre de 2010

The Non-Poet

"Puedo ver en tu aire, lijeros tintes de poeta frustrada.
Durante un tiempo, era divertido leer tu líneas, que desde ese entonces se leían muy poco coherentes.
Y me pongo en estos momentos en un papel, que quizá no sea el más correcto, pero si es el más sincero.

Durante mucho tiempo, he sido yo igualmente, aquella poeta frustrada.
Durante noches de frío y duro invierno, así como un topo se esconde de la nieve en su morada bajo tierra;
Así me encontraba yo entre las cobijas de la cama, con la leve luz de la lámpara,
Anotando pensamientos, ideas, sentimientos y tragedias.

Es por ello que comprendo tu intento de ser aquella poeta frustrada.
De transmitir emociones con palabras, sentimientos con rimas y pensamientos con abstracciones.
Pero debes permitirme, en estos momentos, decirte, que poeta frustrada no lo eres más.

Has pasado a vender tus ideales, a dejar tus pensamientos al mejor postor;
A escribir lo primero que cruza fugazmente tu cabeza.
Aquello que la mayoría de las veces no tiene sentido alguno, simplemente por sentirle leída.


No me agrada el tinte que le das a nosotros, los poetas frustrados.
Debo reconocer que has perdido el camino del sentimentalismo, y de los ideales.
Que en estos momentos solo luchas por una idea terrenal, que si bien es la más poetiza de todas;
Tú no estás sabiendo expresar.


El amor, mi querida ex-amiga poeta frustrada.
Le escribes al amor simplemente con la esperanza de que tus mortales amigos "entiendan" tu dolor y frustración de saberte en un amor no correspondido.
Y que si bien a él no le importa porque "ya está conmigo",
Te sigues aferrando y vas perdiendo poco a poco todos tus sentidos...


Vendiendo tus letras, querida ex-poeta frustrada.
Vendiendo ideas que ya no se entretejen y no producen sentimientos a aquellas personas que sí saben apreciar los escritos;
Te pierdes invocando palabras sin sentido, para ser finalmente adornadas por tu "firma"
Firma aquella que no significará nada.


Es por eso que te dice, esta pequeña poeta frustrada;
Que si bien no es la mejor en esta profesión que todos sabemos que ya no paga.
Que es por eso que yo prefiero guardar sentimientos en documentos escondidos en la memoria del computador,
Esperando ser descubiertos por un pequeño usurpador...


Que me lean, si quieren o no, aquellos poetas frustrados.
Que de vez en cuando publique mis más profundos pensamientos en este lienzo rosa que pocos saben que existe, y muchos menos se dignan a visitar.
Que se entienda que escribo para delite y desahogo mío,
Y no para ser leída por extraños desconocidos.


Poeta, frustrada...
Si vas a sentirte toda una Sor Juana,
Haz el favor de dejar usar Facebook,
Y consíguete un blog.


Te lo pide, aquí presente, otra poeta frustrada..."

2 de noviembre de 2010

The Never Change

"¿Es que acaso nunca va a cambiar?"
Piensa ella mientras tamborilea con los dedos en el borde de la mesa, y lo contempla a él, aquél que se está burlando de uno de sus amigos.
"¿Es que nunca va a cambiar?"
Es lo que cruza por la cabeza de él, mientras contempla el reflejo de ella en el espejo. Como se da la media vuelta, y se niega hablar de sus problemas.
"¿Es que acaso nunca va a cambiar?"
El pensamiento de ella se une con el acto de agachar la cabeza, mientras finje que no conoce a aquél que nuevamente se ha ensuciado la ropa al comer.
"¿Es que nunca va a cambiar?"
Se pregunta a sí mismo él, mientras ella se retracta de sus palabras fingiendo que no decía las cosas en serio, y se aleja en silencio, con el entrecejo fruncido.
"¿Es que acaso nunca va a cambiar?"
Se lamenta ella, mientras vestida con un traje negro satinado y zapatos dorados de tacón, el se empeña a llevarla a la fiesta con un traje barato y los viejos tennis. Gastados y rotos.
"¿Es que nunca va a cambiar?"
La duda de él sigue siendo la misma, mientras ella sale de la casa, con el cabello en un simple chongo, y sin maquillarse, dejando en claro ciertas imperfecciones en su piel.

"¿Es que acaso nunca va a cambiar?"
Aquella espinita se va clavando cada vez un poco más en su corazón...

"¿Es que nunca va a cambiar?"
Se pregunta mentalmente, mientras aprieta los nudillos y se guarda su coraje...


No. entiéndanlo. Nunca van a cambiar.

Por algo son así.

Las personas son de cierto modo, y por más que lo intentemos, no podemos obligarlos a que cambien, sólo para darnos gusto. Si estás con esa persona especial, y después de un tiempo de estar juntos, te descubres a tí mismo haciéndote esta pregunta, pero sobre todo, más que desear que cambie, te ves a tí mismo tratando de forzar a esta otra persona a que sea como tu dices... Detente. Lo estás haciendo mal.


Necesitas regresar el tiempo, y pensar nuevamente en todas aquellas cosas que te llamaron la atención de ella, o él. Aquellos pequeños pero importantes detalles que hicieron que se ganara tu corazón, día con día. Todas aquellas cosas que forman parte de su ser, y que te hipnotizaron. Recapitula todo aquello que un día amaste, y ahora sí, pregúntate: ¿Por qué ya no lo amas igual?

Si eres capaz de darte cuenta a tiempo, felicidades. Es ahora tu oportunidad de recapacitar, y ver la perfección en cada uno de los defectos de aquella otra persona. Es ahora cuando tienes tiempo de volver sobre tus pasos, y revalorar aquello que tienes, y que seguramente no quieres perder.

Empieza a apreciar aquellos detalles que nunca, NUNCA va a poder cambiar. Enamórate de ello, se feliz con ello. Valora aquel detalle, que algún día, si se pierde, falta te hará.

"Sólo esperando que, de preferencia, nunca tengas que recurrir a preguntarte a tí mismo, ¿Es que nunca va a cambiar?, porque alguien más, puede estarse preguntando lo mismo de tí."

17 de octubre de 2010

The Red Petal Thread

Los pétalos de todas aquellas viejas rosas rojas están esparcidos por el suelo
Mientras el nuevo embarque de primavera cae en espirales hacia el blanco cielo
Y aún después de tanto tiempo, yo tengo amarrado un hilo rojo aquí en mi dedo
Y de este modo recuerdo lo que debo: que olvidarte no puedo.


Las nubes corren veloces, aunque lentas yo las veo, porque en mi mente ya no existe el tiempo
Y aún sosteniendo entre mis brazos, apretando contra mi pecho este viejo libro que tanto aprecio
Me susurro en mis propios oídos, dejando correr el viento,  que olvidarte es lo que debo
Porque no puedo vivir el resto de mis días esperando tu regreso, y mirando al cielo.


La melodía que una vez me dedicaste se pierde en mis propios susurros
Sentada otra noche más en el frío invierno, fundiéndome con el ambiente oscuro
Con un dolor de cabeza punzante y un vacío en el corazón demasiado profundo
Me pregunto porqué tu corazón ya no es como me dijiste antes "solo tuyo".


En mi memoria aun resuenan tus palabras, aquel discurso de despedida precipitada
"Solo seamos amigos" me dijiste casi a gritos, mientras te marchabas
Y yo que esperaba que solo fingieras y atrapada entre tus brazos, volvieras a repetir que me amabas
Pero llevo aquí mirando al cielo una eternidad, esperando por tu regreso y sigo acorralada.


Víctima de tus recuerdos, esclava de mi dependencia, prisionera de las mentiras
Incapaz de seguir adelante y continuar con este fallido intento de vida
Me pierdo entre todos estos pétalos de rosas rojas que caen a la deriva
Mientras sigo con mi hilo amarrado al meñique, esperando que el otro extremo se encuentre en tu dedo...
Claro, por si me olvidas.

13 de octubre de 2010

The Disaster

La mañana del Lunes 21 de Noviembre se presentó fría y de cierto modo, pesada. Mientras Emily se debatía entre salir de la cama, o quedarse ~5 minutitos más~ el tic tac del reloj de pared sonaba provocando un curioso eco. Un débil y tenue rayo de luz se coló por entre las cortinas de la ventana. Emily se tapó un poco más con la cobija, y fue en ese momento, en que aquella idea llegó a su cabeza, justo como la luz se había colado en su habitación.

Se incorporó de un golpe.

Lunes 21 de Noviembre.

Con el frío reflejado en la piel, se apuró a hacer su camino hacia el baño, donde se apresuró a desvestirse y entrar en la regadera. El chorro de agua caliente le despejó las ideas, y el panorama del día que la esperaba por delante se hizo más presente. Ese día, más que ninguno, era importante.

La ducha concluyó al cabo de unos 20 minutos. Se había demorado un poco más, ya que su piel no quería volver a tener aquel contacto con el frío piso. Con el frío aire que corría por ambiente.

Se vistió a toda prisa, y media hora después, se encontraba ya sentada en el asiento del conductor de su pequeño Jetta rojo, con un abrigo negro, bufanda del mismo color, un portafolio que dejó caer en el asiento del copiloto, y un pequeño y alargado termo de café que fue colocado junto a la palanca de velocidades.

Cerró la puerta de un portazo para apartar el frío exterior, introdujo la llave y giró de ella, haciendo que el motor rugiera. La calefacción fue entonces encendida para desplazar el frío interior. Un par de minutos después, Emily conducía hacia el norte de la ciudad.

La promesa de un mejor futuro estaba cada vez más cerca. Cada vuelta de rueda la acercaba a ello.

Acababa de llegar al periférico. Una calle inmensa, con 5 carriles por sentido, pasos a desnivel cada 2 x 3, así como puentes y túneles que funcionaban como un distribuidor hacia todos los puntos importantes de la ciudad. En aquél lugar cosmopolita, aquel periférico se pensaba como un estandarte a su modernidad. A su status.

Emily se incorporó rápidamente en las filas de autos que esperaban la salida para la prolongación Norte del periférico, donde algo se estaba suscitando.

La velocidad típica del tráfico para un Lunes a las 7 am, estaba resultando nada típica. El distribuidor, que en todos sus años de ser funcional nunca había provocado atascos y retrasos a las personas con prisa, de repente se encontraba varado, y los autos desfilaba a vuelta de rueda. En todos los carriles, en ambos sentidos.

Un poco enfadada, tomó un largo trago de su termo con café, y posteriormente tomó el celular. Una llamada rápida bastaría.

-Estoy a medio periférico -dijo cuando escuchó la voz de su jefe, al otro lado de la línea-. Al parecer a ocurrido algo. Nadie avanza, pero no se escuchan claxons por ningún lado. Es como si todo estuviera muerto.
-¿A qué altura estás?
-A una cuadra del eje Norte.
-Entiendo... -la voz susurró-. Apenas llegues ahí, salte por la lateral y enfila hacia el sur nuevamente. Salgo ahora mismo de la oficina.
-¿Pero...? ¿Y el ascenso?
-Dirígete a la oficina central. Sal por la lateral y toma el eje Norte hasta llegar al periférico Sur. Nada te detendrá ahí.

Y la llamada se cortó. Emily dejó el celular sobre el portafolio, y al voltear hacia el frente para buscar la manera de colarse y tomar la lateral, sus ojos lo vieron: Aunque no quisiera, tendría que desviarse.

A medio periférico, en sentido contrario, volteado de cabeza, había un Altima blanco, abollado, destartalado y semi achicharrado, que se mecía silenciosamente, de adelante hacia atrás. Le faltaban las dos llantas delanteras, y todos los vidrios estaban rotos, y los hierros doblados en ángulos siniestros. Al rededor de él, se formó un perímetro que bloqueaba los dos carriles adyacentes al automóvil. había patrullas, autos de bomberos, una veintena de policías, federales, y una ambulancia de la cual bajaron un par de para-médicos a toda velocidad. Emily pudo ver como se acercaban al cuerpo de una persona que yacía cerca del auto, cubierta con una manta que hasta hacía poco había sido blanca, y ahora estaba completamente teñida de rojo.

La mirada de Emily denotó asco. "Borrachos" susurró, a pesar de que sabía que ese tipo de accidentes viales ocurrían con mayor frecuencia entre la 1 y 4 de la mañana. Adoptó entonces una expresión de impaciencia, y dijo "Chismosos" mirando a los automóviles que se detenían a ver lo que había acontecido del otro lado del periférico.

Eran ellos, chismosos, los que ocasionaba el atasco.

Alejando de su mente el accidente, se apuró a llegar a la desviación, y se dirigió entonces a las oficinas centrales, donde la esperaba su jefe, futuro ex, quien le legaría el mando del departamento de ventas.

Años arañando aquel ascenso, y el accidente de algún seguro adolescente alcoholizado no la detendría.


Se encontraba de nuevo en su departamento, esta vez dando vueltas por toda la cocina. Él estaría por llegar pronto. Nunca, en aquellos 3 años que llevaban juntos había llegado tarde ni una sola vez. Ni un solo minuto. Terminó de espolvorear queso parmesano sobre la lasagna, y llevó ambos platos a la mesa del pequeño comedor. El lugar estaba cálidamente decorado con música clásica de fondo, un grupo de velas esparcidas por toda la habitación, el incienso con aroma a lavanda que se esparcía por el lugar, y un adorno floral ubicado en medio de la mesa, donde ahora reposaban pacientemente ambos platos de lasagna, junto a las copas con vino tinto.

Emily volió a la cocina, se lavó las manos en el fregadero, y miró a la puerta del refrigerador. Ahí, tenía la primera fotografía que se había tomado con su actual novio. Ambos salían sonrientes, abrazados el uno del otro, y con las miradas brillando de felicidad. Un poco más abajo, una fotografía que mostraba sus manos entrelazadas. Un poco a la izquierda, una foto donde ella besaba su mejilla, y a un lado, una foto donde él besaba su frente.

Y Emily sonrió. Sentía dentro de su pecho una felicidad que no había sentido nunca. Se secó las manos mientras la sonrisa seguía aún dibujada, y se dispuso a esperar que el timbre de la puerta sonara.

Las 7:59.
Las 8:00.
Las 8:05.
Las 8:15.
Las 8:30.
Las 9:00.
Las 10:00.
Las 12:00...

Las velas se habían consumido por completo. El incienso no olía más. La música se había terminado hacía ya rato. La mirada de Emily denotaba decepción, coraje, demasiadas emociones que hasta para ella misma eran imposibles de describir y mucho menos clasificar.

Dolida como estaba, tomó ambos platos y los aventó al bote de basura de la cocina, donde se rompieron en pedazos. Quitándose el vestido a base de desgarres, lo aventó con saña al piso, y quitándose los zapatos de un jalón, dejaron su marca al ser aventados contra la pared.

Sin detenerse a pensar nada más, se acostó en la cama dejándose caer, y se decidió a conciliar el sueño.


El martes 22 de Noviembre, despertó como cualquier otro martes. El sol volvía a colarse por su ventana, y ella nuevamente se negaba a levantarse. Después de los típicos "5 minutitos más", el baño matutino y el termo de café, Emily subió al Jetta y condujo al trabajo.

No más tráfico pesado, volvía el mundo a la normalidad.

Cuando llegó a la oficina, una veintena de personas se abalanzaron sobre ella. Emily fue siendo abrazada por cada una de las personas que se iban acercando a ella. Las mujeres se encontraban sollozando. Los hombres preferían mirar al piso. La mayoría susurró "mi más sentido pésame." Y ella seguía ahí de pie, a medio vestíbulo, preguntándose que había pasado.

-¿Es que... Es que no lo sabes? -preguntó su nueva secretaria. Emily negó con la cabeza rápidamente. Alguien se apuró a encender el televisor de la sala de espera.

El noticiero se encontraba transmitiendo. El volumen fue subido casi al tope.

-Ayer por la noche se ha podido confirmar la identidad del jóven que conducía el Altima blanco que fue víctima de una balacera ayer lunes por la mañana. -la joven del noticiero tenía detrás de ella un monitor, que mostraba lo que seguramente era el lugar de los hechos. Podía verse un Altima blanco, boca arriba, a medio periférico.

>> Para aquellos que no estén enterados, el atentado ocurrió ayer a las 7:05 am, en pleno periférico norte, a la altura de la desviación a la salida del eje norte, en sentido hacia el centro-sur de la ciudad. Según la policía y los especialistas en casos forenses, el conductor fue baleado mientras ingresaba al periférico, muriendo casi instantáneamente. El vehículo siguió su trayectoria, con una aceleración excesiva, impactándose en el muro de contención, y volteándose. Se deslizó varios metros así, rozando contra el muro que divide los sentidos de circulación, haciendo explotar el depósito de combustible, y prendiendo el auto en llamas.

Entonces recordó el accidente que le había tocado vislumbrar la mañana anterior. Aquel Altima blanco que denotaba una tumba a media calle. Aquello que ella había tomado como un accidente debido al alcohol, que en realidad había sido un deliberado acto de asesinato. Algo rebotó en su interior: su corazón latía con dolorosa fuerza.

-Ha sido apenas anoche cuando los médicos forenses pudieron terminar de investigar el cuerpo-continuo la presentadora-. Presentaba 34 heridas de bala, y quemaduras de hasta tercer grado. Después de un arduo trabajo, se pudo obtener una huella dactilar, quedando su identidad revelada. El joven responde al nombre de Jonathan Adams, un muchacho de apenas 25 años, subdirector del departamento de relaciones internacionales de la compañía de Jonhston and Co. Entre lo que se encontró dentro del automóvil, pudo apreciarse lo que seguramente era un ramo de rosas calcinadas, y una derretida caja que contenía en su interior un anillo de compromiso, completamente quemado.

Y Emily se desplomó haciendo un ruido sordo. Se había desmayado repentinamente.


"Ahora podía comprender porque su novio no había llegado nunca a su casa. Y comprendía perfectamente, que ya nunca lo haría."


12 de octubre de 2010

The Touched

                El agua caía lentamente sobre sus hombros, y recorría su espalda, mientras el calor que producía se sentía aún mientras recorría sus largas y pálidas piernas. El vapor del agua dejaba el baño en la semi penumbra, y la espuma del jabón caía con la misma lentitud, mientras ella se seguía tallando despacio, sin prisas, los brazos igual de pálidos.

                En un susurro, tarareaba una canción. Lento compás, con los ojos cerrados, el agua caía lentamente por sus labios, produciendo un eco que seguía el ritmo de su voz. Cálida sensación, como el agua jabonosa que se iba por la coladera.

                Cuando salió de la regadera, el vapor de agua se extendió por el resto del baño. La calefacción estaba prendida, por lo que una simple toalla alrededor de su cuerpo, bastó para cubrirla del frío. Se secó a concienca el cabello, usando otra toalla que se encontraba a su alcance, y cuando hubo considerado que era lo máximo que podría lograr de este modo, se desprendió de ambas toallas, dejándolas de lado, en el piso. Sus largos y delgados dedos se enroscaron alrededor de la lencería roja que esperaba ser tomada.

                Las pantys se deslizaron por sus piernas con delicado cuidado. El bra encontró su usual sitio en sus pechos del mismo modo lento y cuidadoso. Se lo abrochó mirando su reflejo en el espejo, y se dispuso a darse una mirada crítica.

                Aquel conjunto rojo con encaje de un seductor color negro, encerraba cierto recuerdo. Sonrió para sí misma, y se dispuso a terminar de secarse el cabello con la secadora.

Cuando hubo salido del baño, su cabello se encontraba completamente seco, y su cuerpo volvía a ser cubierto con la toalla blanca y sedosa. Se dirigió al cuarto caminando en silencio, ya que la alfombra recubría el ruido de sus ligeras y descalzas pisadas. Entró a la habitación, y emparejó la puerta. La toalla encontró lugar nuevamente en un rincón, esta vez sobre un sillón de tela guinda, iluminado solo por una lámpara de lectura, colocada en la mesilla de noche que se encontraba junto a él.

                Aquella única lámpara provocaba un efecto seductor al ambiente.

                Se acercó al armario y lo abrió de par en par. La ropa colgaba ondulante, de los ganchos que se encontraban esparcidos por todo el lugar. Aunque cabe decir que apenas y tenían espacio para mecerse silenciosamente, esperando ser tomados.

                Y la duda de siempre recorrió su cabeza. No sabía que ponerse.

                Se quedó un rato cavilando, mientras se acercaba a la ropa que esperaba ser tomada, pacientemente, y sus dedos se deslizaron por las telas de todo lo que esperaba frente a ella. Ondulante, silencioso, ténue.

                Sabía que ahí afuera, el clima estaba frío, y la luna escarlata daría una nota romántica a la velada que la esperaba. En su mente aún se dibujaba el salón donde se llevaría acabo el baile de esa noche, y optó por un vestido de cóctel. El problema era saber cual ponerse.

                Se acercó a un extremo del armario, y miró todos aquellos vestidos, de todos los colores. Junto a ellos, los abrigos colgaban pacientemente, esperando su desición, para combinar en perfecta armonía.

                En ese momento, su piel sintió cierto contacto, un poco cálido, un poco frío, en la parte baja de su espalda. Sin darle tiempo a voltearse, y cerrando los ojos, un cálido aliento recorrió el lado derecho de su cuello, haciéndo girar su cabeza, hasta dejar al descubierto el lóbulo de su oreja, que prontamente fue besado.

                Y así como el tacto apareció, súbitamente se esfumó. Volvió a abrir los ojos, lentamente. Aún podía sentir el cálido tacto de aquella mano, alrededor de su cintura.

                Se dio la vuelta, lentamente, y pudo ver un solitario camino de pétalos de rosas rojas. Sonrió para sí misma. ¿Qué estaba planeando? Sin detenerse a pensar nada más, lo siguió lenta y silenciosamente.

                Recorrió la mitad del departamento, de puntitas, siguiendo el rastro de pétalos que le ponían la piel de gallina, a pesar de que la calefacción seguía encendida. El rastro la condujo hasta la sala, dónde la alfombra parecía ahora hecho de pétalos de flores, con velas aromáticas desplegadas por todo el lugar, ofreciendo un tono aún más ténue y sensual del que reinaba hacía unos momentos, en la habitación.

                El sillón blanco perla había sido retirado un poco, para dejar el espacio de la tapizada alfombra más amplio y poético. Las cortinas se encontraban cerradas, dando la sensación de estar alejada del resto del mundo, en un rincón cálido y sensual. Sobre una mesa de té cercana, esperaba pacientemente un par de copas con champagne en ellas, así como un bowl con chocolate derretido y fresas rojas y brillantes, esperando ser sumergidas ahí.

                Una cálida y seductora música surgida de repente, se volvió el ambiente que faltaba. Aún vestida con la simple lencería roja, una mano la abrazó firme pero suavemente de atrás hacia adelante, a la altura del ombligo. Ella sintió enrojecer sus mejillas. Intentó darse media vuelta, pero el abrazo se había vuelto más estrecho, y nuevamente sentía aquellos cálidos labios recorrer su cuello; aquellos labios que se habían vuelto expertos a la hora de recorrer su piel. Cerró los ojos para sentirlo completamente.

                Sonrió mientras los besos bajan y tocaban su hombro. En señal de aceptación, tomó aquella mano que se posaba sobre su vientre, y se sujetó a ella. En ese momento, algo frío tocó sus labios, haciéndola abrir los ojos. Una rosa roja se había posado en su boca, y ahora recorría su cuello. Bajó hasta su pecho, y siguió bajando un poco más.

                Se detuvo poco antes de llegar a su sexo, y ahí se mantuvo, paciente, hasta que ella, con un lijero sonrojo en las mejillas, la tomó.

Los besos que había sentido en el cuello, bajaron a su vez. Recorrieron su espalda, mientras el abrazo se iba aflojando. Aquella mano que abrazaba su vientre se apartó un poco, y lentamente, le hizo darse la vuelta, hasta dejarla de frente a él.

                Los besos se acercaron por su cadera, recorriendo el hueso de su pelvis, trazando un silencioso pero cálido camino hacia su sexo, envuelto aún entre encaje rojo, donde la calidez de aquellos labios se desvió entre su entrepierna, tocando la parte interior de sus rodillas y recorriendo sus piernas con una mano, mientras la otra se enlazaba entre los dedos de ella, estrujando la rosa roja.

                Ella se rió tímidamente. Él detuvo el besuqueo, y la miró, divertido. Su mirada de ella formuló la pregunta “¿Qué estás tramando?”, mientras él se ponia de pie, y colocaba un dedo en sus labios, para pedirle amablemente que mantuviera silencio, y dejara que la música llevara el ambiente.

                Sin pensárselo dos veces, ella lo besó. Un lento y cálido cosquilleo recorrió los labios de los dos. las lenguas se entrelazaron durante un momento, y después, se separaron lenta y silenciosamente. Ambos que habían cerrado los ojos, los abrireron al mismo tiempo, y contemplaron su reflejo en los ojos del otro. Se sonrieron en silencio.

                Ella fue la primera en romperlo.

                -Pensé que la fiesta de esta noche era importante –susurró mientras la mano que quedaba libre de suejetar la rosa, acariciaba la mejilla de él.
                -Yo pienso que aprovechar mi tiempo contigo lo es más –respondió él, haciendo que ella se sonrojara, e hiciera un poco de presión sobre la rosa, y sus dedos.

                No supo como fue que terminó recostada en la alfombra. Los pétalos de las rosas, que al primer contacto se sentía fríos, ahora describían una cálida sensación ante el más minimo roce con la piel.

                La rosa roja ahora colgaba de su mano, mientras él se limitaba a recorrer su cuerpo, desde el cuello hasta el vientre, con la punta de los labios, dejando que su nariz captara el cálido y dulce aroma floral que emanaba de ella. Con los ojos cerrados, su boca describía círculos por toda su piel.

                La boca, las mejillas, su barbilla. No le pasaron desapercibidos sus hombros, sus brazos. Besó cálidamente las palmas de sus manos, y acarició suavemente su pecho. La piel de ella era exquisita al tacto, y el quería seguir tocando. Mientras la piel de ella se erizaba, él se erizaba junto con ella.

                Lentamente, sus dientes encotraron un punto de donde aferrarse, y se sujetaron a él, bajando léntamente la panty roja de encaje negro. Ella se dejo hacer, sabía que se sonrojaba, pero no quería que se detuviera.

                Una de sus manos se entrelazó con una de las de él, oprimiendo los dedos con fuerza, esperando. La panty encontró al cabo de unos instantes, un lugar un poco alejado de la alfombra. Del campo de acción. Ella abrió los ojos, y pudo ver como él se quitaba lentamente el pantalón. Cuando hubo acabado, ella misma lo ayudó a zafarse del bóxer negro, y mientras se besaban al mismo ritmo, él terminó de desprenderla de su bra, el cual le hizo compañía al resto de la ropa.

                Ahora, un hilo de chocolate líquido corría por el pecho de ella. El mojó en el la fresa, de abajo hacia arriba, como si intentara detener el escurrimiento del dulce, e hizo subir la fresa hasta los labios de ella, quien mordió la fruta de manera seductora. Mientras ella masticaba, él recorría con la lengua el camino dejado por el chocolate, que se había escurrido hasta llegar al ombligo.

                En ese momento, sus miradas volvieron a encontrarse, y los dos se sonrieron silenciosamente. Él se recostó sobre ella, y ella, abriendo lentamente las piernas, le dio aquel acceso directo, incitándolo a que la tomara. Él no tardó en responder a este gesto, y entró en ella, lentamente para no lastimarla. Ella cerró los ojos, y gimió en un susurro, haciendo la cabeza hacia atrás.

                El vaivén que producían se asemejaba a un vals, que podía ser fácilmente seguido por la música de fondo. Él se acercó a su rostro, y besó sus labios. Ella se aferró a su cuello. Con un lento pero sensual movimiento, despegó sus labios de los de él, y se acercó a su oreja. Su respiración era agitada y calurosa. Un poco apenada, tomó aire, y susurró:

                -Me voy a venir –y él sonrió.
                -Yo también –le respondió del mismo modo, en la oreja.

                Un par de segundos después, ambos habían terminado, en perfecta sincronía. Ella se dejó caer sobre la alfombra, ocasionando que algunos pétalos volaran describiendo círculos en el aire. La respiración de ambos sonaba cansada, pero feliz. Las sonrisas se dibujaron en sus rostros.

                Ella, aún un poco cohibida, giró un poco hacia la derecha, y tomó una fresa. La sumergió con cuidado en el chocolate, y después, con ese mismo cuidado, la llevó a los labios de él. La fresa fue mordida al mismo tiempo, ocasionando nuevamente un beso, con sabor a chocolate.

                Así como había terminado aquél mágico momento, se dedicaron a recorrer mutuamente su piel, con la punta de los dedos, ocasionando que un cosquilleo recorriera cada parte de su cuerpo.

                Las copas de champagne oscilaban ahora en sus manos, y después de entrelazar sus brazos, bebieron de ellas.

                Nuevamente un beso. Nuevamente ella se recostó. Nuevamente el vaivén se hizo presente.

                La velada sería larga, sin duda alguna.