The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


3 de diciembre de 2011

Love Stories

En un mundo con más de 7 mil millones de habitantes, y creciendo de manera exponencial, puede resultar cómica, inclusive ridícula, la idea anticuada de encontrar a tu media naranja, a tu alma gemela, a tu persona especial. Gustes como gustes llamarla.

Aun así, en este mundo moderno, existen personas que nacen, crecen y mueren con esta idea ridícula. Monique era una de ellas.

Para empezar, Monique vivía en la ciudad de New York. Esto supone unas 8 millones de personas, de la cual, Monique solo quería encontrar a una: su verdadero amor.

Monique era hija de un gran empresario y una modelo retirada. Mientras que su padre pasaba meses en el extranjero, platicando con grandes empresarios y gente de poder, su madre se mantenía los mismos meses encerrada en su habitación, con horribles dolores de cabeza, y espasmos. Por lo tanto, Monique se pasaba sus meses, encerrada en la biblioteca, donde su mente fue excesivamente contaminada con los relatos de Jane Austen, Nicholas Sparks, un poco de dramatismo gracias a Shakespeare, entre otros.

Día a día, Monique se imaginaba a sí misma en una gran novela romántica, donde su príncipe azul, en forma mundana de pueblerino sin hogar, vendría a rescatarla de la monotonía que era su vida, para llevarla a un paraíso en donde sólo estuvieran ellos dos.

Sin embargo, es aquí donde la fantasía de Monique, encontró la realidad.

John era un chico común y corriente, nacido y criado en New Jersey. Había tenido una vida difícil, criado por un padre borracho y una madre adicta a las drogas. Podría decirse que John era el único motivo por el que aquel par de vacas tenían siempre comida a la hora de la cena. Claro, si se le puede llamar comida a un par de manzanas y una hogaza de pan rancio.

Pero es que John no podía aspirar a más. El pequeño pueblo en donde vivía, no tenía muchas cosas que ofrecer. John sobrevivía trabajando en la única gasolinera del pueblo. Cada dólar que ganaba, encontraba al final del día espacio en la pequeña lata de chícharos que John ocultaba en su casillero. Había dejado la escuela a los 12 años, y desde entonces, se dedicaba a limpiarlos parabrisas de los escasos autos que llegaban al lugar. Aún así, durante todos esos años, no había tenido que sacar ni un solo dólar de la lata, puesto que las manzanas viejas y la hogaza de pan, de todos los días, eran regalos que las señoritas del pueblo le obsequiaban.

Y es que John sabía echar mano de sus dos únicos talentos: su belleza insuperable y su facilidad de palabra. Con estas dos armas mortales, tenía siempre lo que quería.

Fue por ello que desde muy pequeño, el mismo se dio cuenta de su potencial, así que dejando la escuela y trabajando en la gasolinera, hasta los 18 años, John un día tomó su lata de chícharos, y salió del pueblo sin decir nada a nadie. En su mente, sólo tenía un objetivo: llegar a New York, y volverse importante.

Llegó a New York el 13 de Febrero. Gran parte de sus ahorros se vio desaparecida después de entrar a una pequeña boutique y comprarse un par de trajes. Inclusive con el gran descuento que le había hecho la chica del mostrador, sus ahorros se vieron considerablemente afectados. Y sin embargo, John consideraba que ya había trabajado suficiente por el resto de su vida en aquella horrible gasolinera.

Así que pasó el resto de la tarde, visitando todas las cafeterías que encontró, sonriéndole a señoritas desconocidas e invitándoles una taza de café y un postre. John no decía nada sobre sí mismo, pero aquellas encantadoras muchachitas platicaban sin parar. Y aquello era importante para John, puesto que al final de cada “cita” las chicas se sentían tan felices y comprendidas, que no dudaban en pagar la cuenta.

Y el 13 de Febrero fue el día gratis de John.

El 14 de febrero fue completamente diferente. En el sentido en que esta vez no hubo alrededor de 50 chicas. Ese día hubo solo una.

Monique había decidido dejar la biblioteca aquella tarde. Nada indicaba más un enamoramiento a primera vista y un amor romántico de telenovela, que el día de San Valentín. Y si quería encontrar a su príncipe azul escondido tras la máscara de un simple pueblerino, entonces tenía que tomar su desayuno no en su lujosa habitación, sino en una cafetería modesta del centro de la ciudad.

Y ahí fue a donde sus pies (y su mente) la dirigieron esa mañana.

Cuando entró al local, no fijó su vista en nadie. Se encontraba demasiado nerviosa, puesto que aquella sería la primera vez que intentaría perseguir su sueño del “verdadero amor”. Sin embargo, es en estos casos en que el destino mete la mano, y John, sentado en una esquina del local, bebiendo un poco de té, pudo ver a Monique perfectamente.

Para John, Monique hubiera sido cualquier otra chica que pudiera invitarle una buena comida, y una hora de risas flojas y una plática “amena”. Sin embargo, mientras la veía de reojo, pudo vislumbrar un bolso algo caro, y cómo la chica pagaba una simple taza de café, con una tarjeta de crédito dorada. Sin lugar a dudas, la chica estaba enterrada hasta el cuello con dinero, sino es que más arriba. Pero era eso, el dinero, lo que John justamente necesitaba, por lo que empujó su vaso de té a una orilla de la mesa, y se levantó. Siguió a Monique a una distancia prudente, y cuando la chica se sentó hasta el otro lado del local (enterrando la cabeza detrás de un libro) John contó hasta diez, y se presentó.

Monique levantó la vista lentamente al escuchar el débil carraspeo de John. Sus mejillas se encendieron al ver sus hermosos ojos verdes y su cabello rubio y ondulado. Su media sonrisa le daba un toque muy sensual, y el traje gris que usaba en esos momentos aumentaba considerablemente su atractivo.

“El lugar está completamente lleno” fueron sus palabras. Era como si el chico estuviera hablando con una vieja conocida, y Monique sintió sus mejillas enrojecer aún más. Su voz era increíblemente atractiva, y aunque la chica pudo ver de reojo que había aún un par de mesas libres en el local, simplemente asintió con entusiasmo, dándole a entender al rubio que podía sentarse sin ningún problema en su mesa.

Los primeros segundos fueron incómodos. Monique se sentía tentada a volver a esconderse detrás del libro, pero eso era algo que John no se atrevería a dejar pasar.

“Mi nombre es John” se presentó el primero. “Monique” respondió ella en un tono de voz algo bajo, haciendo que John se acercara un poco a ella para escuchar su dulce voz. Esto provocó que el tono rojo tomate de Monique se extendiera hasta su frente.

Sobra decir que Monique y John pasaron el resto de la tarde juntos. John simplemente dijo que no era de la ciudad, y esto bastó para que Monique lo llevara a diferentes parques y tiendas, para conocer lo mejor de la ciudad. John era muy bueno para escuchar, y Monique tenía tantas ideas y sueños en la cabeza, que le era imposible quedarse callada. Las horas pasaron volando, y muy pronto oscureció. John acompañó a Monique a tomar un taxi, y mientras se despedían, prometieron volver a verse al día siguiente, a la misma hora, en la misma cafetería.

Sin embargo, al día siguiente, Monique, al ser la primera en llegar, compró dos lattes y esperó a John en la entrada de la cafetería. Cuando el chico llegó, Monique le puso un café en la mano, y ambos salieron a caminar por la ciudad. Pasaron gran parte de la mañana mirando la superficie cristalina de un lago, y cuando los lattes se hubieron terminado, se recostaron en la hierba a ver las nubes.

El rápido movimiento de John, al tomar la mano de Monique, fue algo acertado. La chica nuevamente se sonrojó, y apenas podía seguir la conversación, puesto que su corazón latía demasiado a prisa. Al final del día, mientras John la acompañaba a esperar un taxi, la chica se despidió dándole un tierno beso en la mejilla. Y prometieron volver a verse al día siguiente.

Ocurrió más o menos una semana después. Para John, era suficiente tiempo como para que Monique se hubiera enamorado ya de él, por lo que no tenía sentido esperar más. Mientras caminaban por un frondoso parque, deslizó su mano en la de ella, y Monique no lo rechazó. Siguieron caminando así, tomados de la mano, durante una media hora. Fue entonces cuando le hubieron dado ya toda la vuelta al parque, cuando John se detuvo, y Monique lo hizo también.

La miró directamente a los ojos. Monique sintió un ligero tono rosa melocotón extenderse en sus mejillas pálidas.

El discurso de John fue todo lo que Monique siempre había deseado escuchar. Aunque la chica había soñado con tales palabras toda su vida, aún así hicieron que su cara se pusiera de un rojo tomate verdaderamente intenso, y actuando de la manera en que todos sus libros le decían que era el modo adecuado, se colgó del cuello de John y lo besó tiernamente, mientras susurraba “sí, me encantaría ser tu novia”.

Fue a partir de entonces, en que el mundo de Monique se volvió simplemente John. La chica le celebró su primera semana juntos, regalándole un teléfono celular (puesto que John no tenía uno) y ella estaba deseosa de poder comunicarse con él siempre que fuera necesario. Para John, fue demasiado fácil aceptar el regalo, sobre todo porque nunca había tenido nada, y de repente se encontraba con un celular extremadamente lujoso entre sus manos, y completamente gratis.

A las dos semanas, en una plática casual, John reveló que no tenía demasiada ropa que ponerse, puesto que había huido de casa con apenas lo necesario, y era por ello que siempre usaba los mismos trajes. Monique, compadeciéndose de su pequeño pueblerino, lo guió a través de una serie de boutiques, donde el chico salió con un guardarropa completamente nuevo.

Al mes, Monique le regaló una colección de corbatas, regalo que John aceptó modestamente, pero realizando un pequeño comentario que no dejó de revolotear en la cabeza de Monique, durante un par de horas. “Me regalas tantas cosas y yo no puedo ofrecerte nada. Soy un don nadie, un pobretón. Soy nada comparado contigo”. Y fue así, como al día siguiente, John tenía un trabajo de secretario en una de las tantas oficinas de su padre.

La verdad era que John no trabajaba en absoluto. Podía darse el lujo de no ir a la oficina, y aún así recibir su salario cada quince días. Y la verdad era que a Monique tampoco le importaba, puesto que todas aquellas horas que John no pasaba en la oficina, las pasaba con ella.

John, acostumbrado con su lata de chícharos, guardaba todo aquel dinero sin tocar casi absolutamente nada, puesto que Monique seguía siendo la que pagaba todo. Las comidas, las salidas, los regalos caros. Y es que Monique era tan sencilla, que le bastaba una simple caja de chocolates, un pequeño oso de peluche, o una simple rosa, cada mes.

Si, lo sé. Esta no es una historia de amor que se diga perfecta. A decir verdad, nunca dije que fuera una historia de amor. Es en este momento en que las amigas de Monique hacen aparición. Amber y Lily. Las dos, señoritas repipi de sociedad que gustan de criticar la vida de los demás a sus espaldas. De todos menos de Monique. Claro, hasta que conocieron a su novio John.

Y es que Amber y Lily no pudieron simplemente apartar los ojos del rubio. John era tan perfecto que aunque hubieran querido, no hubieran podido apartar los ojos de él. John conoció a Amber y a Lily cuando llevaba saliendo con Monique, 3 meses.

Para entonces, John se encontraba ya algo cansado de Monique. Y es que ella aún era una pequeña niña por dentro, y John era todo un “hombre” que necesitaba a una “mujer”. Si, John necesitaba sexo, y esa era la única cosa que Monique no le daría, puesto que la chica quería esperar hasta el matrimonio. Como todas sus novelas románticas decían.

Fue por eso que a John no le pasaron desapercibidas las miradas lujuriosas de Amber y Lily, y apenas estuvo seguro de que nunca comentarían nada con Monique, podría disfrutarse con ambas y aun tener el dinero y los regalos caros que Monique le procuraba.

Y así pasaron unos 4 o 5 meses.

Fue entonces, cuando pasó algo. Lily, que de cierto modo también había crecido en el abandono de sus padres, y leyendo literatura (quizá no de tan alta calidad y problemas mentales como Monique) empezó a sentir un poco de culpabilidad en su interior. No podía negar que el sexo con John era increíble, pero estaba empezando a hartarse de los constantes tríos con Amber, sobre todo cuando en su mente explotaba la idea de que se estaba metiendo con el novio de su mejor amiga.

Ocurrió en una tarde de Noviembre. Lily le pidió a Monique que la acompañara a tomar un café. Ellas solas, como mejores amigas. Lily no le dio permiso (ni tiempo) a Monique de avisar a john que no podrían verse ese día. Mientras que a Monique le preocupaba la idea de no poder avisarle a su príncipe azul, a John le vino de perlas. Llamó a Amber alrededor de las 8 de la noche, y ambos acordaron no salir del departamento de John.

Lily no sabía cómo abordar el tema con Monique, por lo que primero tomaron un café matutino en una pequeña cafetería. Después, fueron de compras, gastando su dinero en ropa y calzado nuevo y caro, y finalmente, después de dejar todas las bolsas y paquetes en casa de Monique, salieron nuevamente, esta vez a dar una vuelta por el parque.

Fue entonces cuando Lily sintió un nudo formarse en su garganta. Debía hablar, y debía hacerlo en ese momento. “John te ha estado engañado” fue la manera más sutil en que pudo decirlo. Monique se detuvo en seco, y le dirigió un leve gesto de despreocupación, mientras volvía a caminar. Pero Lily la sujetó de la muñeca. “Lo digo en serio. Con Amber. Conmigo” el tono de voz de Lily era muy serio, y Monique pudo ver un poco de miedo y preocupación en sus ojos. Y ambas emociones se incrustaron en el corazón de Monique.

Sin embargo, ella seguía sin poder creerlo. Se sentó temblorosa en una banca del parque, sujetándose la cabeza con ambas manos, y con la vista fija en el piso. “No tienes que creerme si no quieres” le susurró Lily sentándose a su lado “pero puedo probártelo”. A pesar de haberse confesado a sí misma como culpable, Monique no podía desconfiar de su mejor amiga, por lo que simplemente se dejó tomar de la mano de Lily, y ambas chicas caminaron hasta salir del parque. La noche había caído ya. Eran las ocho en punto.

Lily llamó a un taxi, y ambas chicas subieron a él. Monique no podía hablar, así que fue Lily la que dio al taxista la dirección de John (un departamento que Monique le había comprado hacía unos cuantos meses) y ambas chicas bajaron lentamente, escondiéndose entre los contenedores de basura, en la acera de enfrente, resguardándose en la oscuridad.

No tuvieron que esperar mucho tiempo. Aproximadamente unos diez minutos después de esconderse, una alta figura se detuvo frente a la puerta del departamento. Cuando la puerta se abrió, ambas chicas pudieron ver (gracias a la luz del pórtico) a un John semidesnudo, besando ardientemente a Amber en los labios, después en el cuello, hasta los hombros. Las chicas no pudieron ver nada más, pues mientras Amber brincaba para colgarse de John, el chico volvió a entrar al departamento, y cerró la puerta.

A la mañana siguiente, Monique no quería salir de la cama. Estaba consciente de lo ocurrido la noche anterior, y de la culpa que tenían Amber y Lily, y sin embargo, no podía odiar a sus mejores amigas. En realidad, tampoco podía odiar a John. Se odiaba a sí misma, se culpaba a si misma, por ser tan ciega y tonta. Y lloró toda la mañana, escondiéndose entre las cobijas, y abrazando a sus almohadas.

Fue alrededor de las dos de la tarde cuando se dignó a levantarse de la cama. Su primero movimiento fue dirigirse a la biblioteca, donde tomó el teléfono y marcó a las oficinas de su padre, donde trabajaba John. “Su despido inmediato” le dijo a la secretaria que contestó el teléfono “quiero que le corte el sueldo, desde este mismo instante. Y tiene prohibido volver a contratarlo en cualquier otra parte”. Al colgar, volvió a levantar el auricular, automáticamente. “Todo se queda adentro” dijo a la persona que contesto “la ropa, los muebles, todo. Él es lo que quiero afuera. En este mismo instante” y nuevamente colgó. No permitiría a John quedarse en el departamento que ella le había comprado, no le permitiría quedarse con ninguna de las ropas que ella misma le había comprado, tampoco podría quedarse ni un solo mueble, ni un plato, ni un disco. Nada.

Entonces, revolviendo su cabello, se giró a contemplar los libros que componían su biblioteca. Jane Austen se vio fuera de los estantes en menos de diez segundos. Lo mismo que Nicholas Sparks, Shakespeare, Nicola Cornick, Reneé Carter, entre tantos otros. Todos aquellos libros pasaron una vez más (y esta vez, última) por las manos de Monique. Siendo desgarrados, arrancados de sus páginas, siendo sus letras despedazadas, sus ideas arruinadas, sus sentimientos hechos polvo.

Mientras intentaba reprimir las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos, Monique se dirigió de nueva cuenta a su habitación, y guardó un poco de ropa en una maleta. La cerró con fuerza, mientras se limpiaba el rostro con el dorso de la mano.

Salió de su casa apenas media hora después. Ya no lloraba, pero seguía temblorosa. Una de las limusinas de su padre la esperaba pacientemente. Mientras el chofer tomaba su maleta y la colocaba dentro de la limusina, Monique sintió como alguien la sujetaba de la muñeca, con excesiva fuerza. “¿Qué haces?” la voz de John denotaba miedo, y coraje. Monique intentó soltarse, pero John la sujetó aún más fuertemente. Monique emitió un débil quejido, pero perfectamente audible, con lo que el chofer acudió corriendo en su ayuda, propinándole un buen puñetazo a John en el rostro. El rubio joven se desplomó en la acera, soltando a Monique. “¡Me has dejado en la calle!” le gritó mientras Monique subía a toda velocidad a la limusina. “¡Me has quitado el trabajo, y el departamento!” La chica no dio ninguna explicación al abandonado John. La limusina arrancó inmediatamente, llevándola al aeropuerto.

Han pasado veinte años desde que esto pasó. Monique vive ahora en un pequeño departamento, en la ciudad de París. Desde aquella tarde, sus sueños por encontrar a un príncipe disfrazado de plebeyo han caído en el olvido. Ahora, Monique despierta cada mañana con un hombre diferente en su cama. Monique nunca se casó. No cree en esas cosas. Prefiere salir todas las tardes a tomar un café, y por las noches dejarse querer. Nunca se ha enamorado de ningún hombre, y no planea hacerlo. Al principio, todos aquellos franceses creían verdaderamente que Monique podía ser la chica con la que podrían pasar el resto de su vida. Hubo muchos que en verdad la amaron, pero Monique no tenía sentimientos por nadie. Ni siquiera por sí misma. Y fue así como, con el paso del tiempo, Monique se volvió simplemente aquella extranjera con la que podían revolcarse toda la noche, sin ningún compromiso, siempre y cuando se marcharan a primera hora de la mañana al día siguiente.

John, por su parte, volvió a New Jersey. Los años de Casanova le duraron muy poco. Se había negado a trabajar de nueva cuenta en la gasolinera, o en cualquier otro sitio, y el poco dinero que había podido salvar del retiro de Monique, se había agotado al poco  tiempo de volver a su pueblo. Fue por eso que le propuso matrimonio a la primera que se dejó engatusar: Amy. Ambos vivían en un pequeño remolque, en las afueras de la ciudad. John no trabajaba, Amy era la que conseguía el dinero. Dinero que se iba mayormente en cervezas para John. Si no fuera por Michael, el pequeño niño de 5 años que tenía que cuidar y mantener, hacía mucho tiempo que Amy hubiera abandonado el remolque, y a John. Pero estaba atada de manos, más bien atada por el corazón, puesto que el pequeño era su vida.

Hay historias de amor que no terminan bien. Hay historias de amor que en realidad no son historias de amor. Como Monique y John, que creyeron que podrían tener una vida perfecta, y terminaron con su mundo completamente destrozado, y odiándose a sí mismos. Hay historias de amor que deberían de no ser contadas nunca. Hay historias de amor que no son historias de amor.

Pero hay otras historias de amor que son dignas de contarse, puesto que transmiten un sentimiento que pocas veces se consigue en un mundo como el nuestro. Historias de amor que en verdad son amor. Hay historias de amor que son un sueño hecho realidad, y en donde verdaderamente el amor triunfa para siempre.

Espero y tú tengas una de esas historias de amor. Espero yo tenerla también.

6 de agosto de 2011

Syaoran Card Captor: Capítulo 14

Capítulo 14
Touya es “Cenicienta”

            -El próximo domingo será el festival de la preparatoria –le dijo Yukito a Syaoran, con una enorme sonrisa en los labios. Mientras Syaoran sostenía en una mano las bolsas que contenían los ingredientes para la cena, estiraba la otra para tomar el boleto que Yukito le estaba dando-. Te doy un boleto de entrada, para que vayas por favor, aunque lo más probable sea que Touya-kun ya te haya dado uno… –dijo poniéndose pensativa de repente.
            -Me regaló uno el año pasado, pero no éste –dijo Syaoran y se guardó el boleto en la mochila, ocultando las manchas rosadas que acababan de aparecer en sus mejillas, al sentir el contacto de la suave mano de Yukito contra la suya.
            -Seguramente no lo hizo porque le preocupa la obra –le sonrió Yukito nuevamente. La chica se apuró a despedirse, y entró a su casa, mientras que Syaoran daba media vuelta sobre sí mismo, y continuaba su camino por la calle, hacia su casa.

            El fin de semana siguiente, Syaoran y Tomoyo se encontraban en la preparatoria del hermano del niño y de Yukito. Era domingo y el festival al cual Yukito lo había invitado hacía solo 3 días, estaba siendo celebrado. Syaoran caminaba con aire ligeramente disgustado, mientras Tomoyo, quien le había encontrado el boleto en la mochila, y se había auto invitado, se encontraba filmándolo desde todos lo ángulos habidos y por haber. Caminaban por los pasillos de la escuela, Syaoran escuchando el parloteo de Tomoyo (¡Te ves tan lindo! ¡Vamos, sonríe a la cámara!), hasta que escucharon un grito alegre, y tanto Tomoyo como Syaoran se dieron la vuelta para ver quien había gritado sus nombres.
            Yukito los saludaba desde la puerta de un salón, vestida con un kimono azul, con unas irregulares manchas estampadas en un todo más oscuro. Cuando se hubieron acercado lo suficiente como para saludarla, pudieron comprobar que el estampado se trataba de caritas de conejos, y cuidaba lo que parecía ser la entrada de un salón de té.
            -A mi salón le ha tocado montar repostería al estilo oriental –dijo explicándoles el porqué de su ropa, y se daba la vuelta para que la admirasen por todos lados-, pasen, les pediré un poco de pastel y unas bebidas.
            Syaoran y Tomoyo entraron con Yukito al salón, y se sentaron mientras ella acudía por su comida.
            -Se ve muy guapa –dijo Syaoran en un susurró, tratando de que Tomoyo no lo escuchara, pero su amiga no notó nada, ya que se encontraba ocupada cambiándole las pilas a la cámara.
           Cuando Yukito regresó, colocó las bebidas entre los dos niños, y cada quién tomó una. Tomoyo tomó un ligero sorbo, pero Syaoran se quedó con la bebida suspendida, a escasos centímetros de su boca.
        -¿Te encuentras bien? -le preguntó Tomoyo.
     - Me dio la ligera impresión, de que alguien me observaba… -dijo nerviosamente, y se puso a mirar alrededor.
            Sentada cerca de donde estaban ellos, mientras a su alrededor se encontraban poco más de una docena de bebidas ya terminadas y como cinco platos con migajas, se encontraba Sakura, bebiendo mientras miraba a Syaoran, con su típica sonrisa inocente. Pero en ese momento, la voz de Yukito hizo que tanto como Syaoran y Sakura respingaran.
            -Mi descanso acaba de comenzar –les dijo Yukito a Syaoran y Tomoyo, y volteó también hacia donde Sakura se encontraba, quien se apuró a dejar su bebida en su asiento, y acercarse a ellos-. Si quieren, les puedo dar un recorrido por todo el lugar, para que no se pierdan de nada.
             Los tres niños dijeron que sí al mismo tiempo.

            -Es tan tierno –dijo Sakura mientras suspiraba, y no dejaba de mirar hacia uno de los peluches que le esperaban como regalo a aquella persona que pudiera vencer al equipo de basquetbol. Se trataba de un conejo rosa, que sujetaba una flor blanca.
            -No puedo creer que te gusten estas cosas tan ridículas –le susurró Syaoran para que ni Yukito ni Tomoyo escucharan.
            -Me gusta porque es tierno –repitió Sakura, tratando de demostrar que no le importaba lo que pensara Syaoran.
            -Lo único que tienes que hacer es burlar la defensa del equipo, y encestar –les explicó el capitán del equipo de básquet a Yukito y a los niños, mientras apuntaba al equipo completo. Eran los cinco chicos más altos y corpulentos que habían visto en su vida. Sakura suspiró y bajó la mirada, triste.
            -Supongo que lo intentaré yo –dijo Yukito, sacó un par de monedas del bolsillo de su falda, y colocó el dinero que el capitán les había dicho que costaba el juego, en la palma de su mano-. Esperen aquí -les dijo a los niños, mientras se encaminaba a la cancha.
            El capitán del equipo le dio la pelota, la chica la hizo botar un par de veces, y tanto ella, como el equipo de basquetbol se prepararon. El capitán del equipo hizo sonar el silbato, con lo que todos empezaron a moverse. Yukito parecía una gacela mientras corría y esquivaba a los que se le ponían enfrente. No desperdiciaba ninguna oportunidad que se daba cuando encontraba un espacio por donde colarse, y cuando finalmente tuvo la canasta libre para tirar, dio un ligero brinco, dejó que la pelota se le resbalara entre los dedos, y encestó limpiamente.
            -Es increíble que hayas podido vencernos, Tsukishiro-san –le dijo el capitán del equipo a Yukito, mientras le ponía el conejo en las manos. Yukito le sonrió dulcemente, y se apuró a poner el peluche en manos de Sakura.
            -Muchas gracias, princesa del bosque –sonrió Sakura, y se abrazó fuertemente del conejo.
-¿Lo intentarás otra vez? –preguntó el capitán del equipo al ver que Yukito le volvía a poner dos monedas en la mano.
            -Aun me faltan otros dos conejitos...

            Un par de minutos después, mientras caminaban por el festival, Tomoyo y Sakura llevaban conejos iguales, y sonreían de oreja a oreja, mientras que Syaoran sujetaba, muerto de la pena y con un marcado tono rojo en las orejas y mejillas, un conejo negro, con una flor azul.
            -Oh, cielos, debo darme prisa. Ya casi es la hora de la obra –dijo Yukito, mientras consultaba la hora en su reloj.
            -¿La obra? –repitió Tomoyo confundida.
          -Se trata de la obra de teatro que representará nuestro salón. Se llevará a cabo en el gimnasio de la escuela. Touya saldrá en ella –y Yukito se tapó la boca con la mano para evitar reírse-. Les prometo que se divertirán. Traten de estar en primera fila –les dijo al final. Se despidió de ellos alegremente, y se alejó corriendo hacia el gimnasio.

            Tanto los chicos como las chicas se daban prisa para terminar de acomodar todo en el escenario. Los actores trataban de apurarse a cambiarse el uniforme por los trajes de la obra, mientras que fuera del gimnasio, una espesa neblina se iba formando, sin que nadie se diera cuenta de ello, e iba envolviendo el edificio lenta y silenciosamente.
             Syaoran, Tomoyo y Sakura se encontraban sentados entre el público que había ido a ver los números preparados por los diferentes salones de la escuela. Acababa de terminar de tocar una chica el piano, y mientras las personas seguían aplaudiendo, la voz de una chica se escuchó por todo el lugar gracias a los altavoces, anunciando que seguía la obra del 2do D, que se titulaba “La Cenicienta”.
            -¿Ese es el salón en el que están Yukito y tu hermano, no es así, Syaoran-kun? –le preguntó Tomoyo a su amigo, mientras Sakura sonreía y fingía que miraba al frente, cuando en realidad los miraba de reojo para escuchar de que hablaban.
            En ese momento, las luces se apagaron, y el telón del escenario empezó a subir. Los tres chicos se quedaron callados, y miraron al frente.
            En medio del escenario, se podía ver lo que era una chica que fregaba los pisos, mientras se quejaba lastimeramente… con lo que extrañamente sonaba como la voz demasiado grave para una mujer. Syaoran se preguntó si no estaría agripada.
            -Hace mucho tiempo, en un reino muy lejano –empezó a contar la narradora- vivía una chica muy bella, llamada Cenicienta.
            -Yo no creo que esa sea una chica muy bella... –susurró Syaoran de modo que solo Tomoyo pudiera escuchar.
            -Como todos los días, Cenicienta era maltratada por su madrastra y sus dos hermanastras –en ese momento, Cenicienta se puso de pie, dándole la espalda al público, ocultando su rostro-. Cenicienta era una buena niña, y a pesar de los maltratos, trabajaba con gran entusiasmo –en ese momento, la “chica” que interpretaba el papel de Cenicienta, se dio la vuelta, y reveló su rostro: se trataba ni más ni menos que de Touya, el hermano de Syaoran.
            La carcajada de Syaoran se escuchó por un par de segundos, hasta que Tomoyo se apresuró a taparle la boca, diciendo:
            -Si haces demasiado ruido, nos sacarán…
            Pero no fue necesario que Tomoyo tratara de calmarlo, porque en el momento en que Syaoran regresaba a la silla (se había caído por el ataque de risa), el resto de las chicas que se encontraban en el lugar, empezaron a hacer gemidos de emoción.
            -Parece ser que tu hermano es muy popular con las chicas –le dijo Tomoyo con una pícara sonrisa.
            Cuando al fin las cosas se calmaron entre el público, y la atención volvió a centrarse en la obra, Syaoran, Tomoyo y Sakura se dieron cuenta de que habían aparecido más personas en el escenario: la malvada madrastra y las dos terribles hermanastras, que resultaron también ser hombres, y empezaron a empujar a “Cenicienta”, criticando su trabajo doméstico. Las quejas de las chicas entre el público no se hicieron esperar, y Syaoran trató de esconderse hundiéndose en la silla.
            -Esta noche iremos al baile real -anunció la madrastra, fingiendo una voz extremadamente aguda.
          -Si, se trata de un gran baile –dijeron las dos hermanastras, con un todo de voz parecido al de la madrastra, mientras hacían morritos, pero en ese momento, la madrastra les hizo un gesto para que se callaran, y ella continuó hablando.
            -¡Será en esa fiesta donde el príncipe escoja a su prometida!
            -Y de entre todas esas doncellas, ¡el príncipe me escogerá a mí!
            -¡¿Estás loca?! ¡Claro que no, me escogerá a mí! –y las dos hermanastras comenzaron a pelearse.
            -Yo también quiero ir al baile –dijo Touya en su papel de Cenicienta, a pesar de que no parecía querer meterse de lleno en él, ya que su voz seguía escuchándose demasiado grave, cosa que a las chicas del público, no parecía importarles.
            -Tú tienes que quedarte a hacer la cena. Al baile solo iremos tus hermanastras y yo –y tanto la madrastra como sus dos hijas, salieron del escenario, dejando a Cenicienta sola, quien se lamentaba por no poder ir al baile…
            -Su manera de actuar indica que en realidad no quiere ir al baile… -dijo Sakura pensativamente, mientras Tomoyo miraba como Syaoran se hundía cada vez más en su silla, debido a la vergüenza.
            -¡Hola! –se escuchó una nueva voz en el escenario de la obra, y fueron esta vez los chicos de entre el público los que se pusieron a gritar: Yukito acababa de entrar al escenario, disfrazada de bruja. En ese momento, Syaoran se apresuró a sentarse bien, para verla en todo su esplendor.
            -Al parecer Yukito-chan es muy popular, igual que tu hermano, Syaoran-kun –dijo Tomoyo.
            -Claro, Yukito-chan es una persona encantadora –dijo Syaoran, más que para sí mismo que nada.
            -Me parece que tienes problemas, ¿no es así, Cenicienta? –preguntó Yukito, y le dio una pequeña hoja de papel.
            -Pero si es la invitación al baile de esta noche –dijo Cenicienta al tomarlo-. ¿Cómo lo has conseguido?
            -Yo soy una bruja muy poderosa –dijo Yukito mientras le mostraba sus extrañas ropas…

            La obra seguía su extraño curso, mientras que Sakura, Tomoyo y Syaoran miraban mitad divertidos, mitad avergonzados. Se encontraban tan atentos a lo que ocurría delante de sus ojos, que no se iban dando cuenta de cómo una extraña neblina iba cubriendo el gimnasio poco a poco. Se filtraba por donde encontrara espacio, así fuera por debajo de las puertas, o los pequeños espacios de las ventanas abiertas.

            Ahora, el escenario se encontraba completamente oscuro, y se había encendido la luz de un solo reflector, que alumbraba al príncipe, quien se encontraba de pie, mirando a toda la gente reunida en el baile. Pero el príncipe no se trataba de un chico, sino de una mujer.
            -Supongo que todos están enterados que al finalizar este baile, escogeré a mi prometida –dijo la chica, interpretando su papel de manera muy convincente-. Una de ustedes será la afortunada reina de… -en ese momento, interrumpió sus palabras. Las luces se habían encendido completamente, y del otro lado del escenario, caminaba con paso algo torpe, a causa del molesto vestido, Touya, en su papel de Cenicienta, con la cara roja de vergüenza.
            Y no era el único, ahora, Syaoran también estaba rojo como un tomate. Su hermano y el “príncipe” se encontraban en esos momentos en medio del escenario, bailando una romántica pieza.
            -¡Pero qué joven tan inocente y bella eres! –dijo el príncipe.
            -Que obra tan rara –dijeron Sakura y Syaoran al mismo tiempo, pero tratando de no mirarse a la cara directamente.
            La extraña neblina se seguía filtrando por todo el lugar, y ahora se encontraba por debajo del piso del lugar, abriéndose camino entre las tablas del escenario.

            La obra había avanzado hasta una escena en un balcón. Se encontraban el príncipe y Cenicienta conversando, mientras la luz los alumbraba solo a ellos dos, y todo el lugar se mantenía en un silencio sepulcral.
            -No puedes marcharte así nada mas-decía el príncipe.
            -Pero tengo que irme a hacer la cena –replicó Cenicienta.
            -Por favor, conviértete en mi reina –le suplicó el príncipe.
            -Pero la bruja me dijo que regresara antes de las 12…

            -Puedo sentir… -empezó Syaoran
            -… una presencia extraña –terminó Sakura

            En ese momento, pudieron ver delante de ellos a la extraña neblina que había surgido por el suelo del escenario, y que empezó a trepar por los pilares donde se sujetaba en balcón en donde la chica y Touya se encontraban actuando, y que estos empezaron a deshacerse, como si la extraña neblina fuera corrosiva.
            El príncipe tenía a Cenicienta sujeta del rostro, demasiado cerca de sí, a punto de darle un beso, y estaba por decir sus líneas, cuando los pilares del balcón se vencieron, y la estructura se vino abajo. Touya logró sujetarse de una viga, mientras que con la otra mano, tomaba a la chica, para impedir que se cayera.
            Los gritos de pánico de la gente del público, de los demás actores, y el staff, se empezaron a escuchar. Syaoran y Sakura se apresuraron a dejar sus lugares, mientras que la neblina seguía avanzando, y ahora, se comía el cable que detenía el telón del escenario, y este caía impidiendo que la gente del público mirara lo que pasaba ahí dentro.
            -Se trata de una Carta Clow –dijo Sakura mientras ella y Syaoran corrían a esconderse dentro de la cabina de audio, que se encontraba vacía, para buscar una solución al problema que tenían.

            -¡¿Qué has dicho?! –se escuchó el grito de Kero desde el otro lado de la línea del teléfono. Syaoran le había llamado para explicarle la situación, y la ayuda de la pelusa amarilla no se hizo esperar-. Se trata de la Carta Niebla. Todo lo que toca se desmorona. No me cabe la menor duda. Debes darte prisa, o el escenario terminará de caerse en solo unos segundos. La única solución que se me ocurre, podría ser que envolvieras la niebla.
            -¿Envolverla? –preguntó Syaoran, pensativo.

            Abajo, detrás del escenario, todos los compañeros de Touya y la chica “príncipe” gritaban aterrados. Yukito había ido corriendo a ayudarlos, pero las escaleras que llevaban al balcón de la escenografía, se acababan de terminar de caer, por lo que no pudo seguir subiendo, y se quedó de pie sin poder hacer nada.
            -Touya-kun… -susurró mientras observaba como su novio se sostenía de lo que podía, y con la otra mano evitaba que la chica cayera al suelo.

            -Pero… ¿cómo conseguiré envolver la niebla? Seguía pensando Syaoran-. Espera un momento… ¡Lo tengo! –gritó de pronto.
            Transformó su llave en el báculo mágico, sacó la Carta de la Sombra y activó su poder, con lo que la Carta se deslizó hasta el escenario, y formó una burbuja negra alrededor de toda la niebla.
            -Regresa a la humilde forma que mereces, ¡Carta Clow! –dijo, y selló con el báculo a la neblina, devolviéndola a su forma de Carta, con lo que se deslizó hasta su mano extendida, y le cayó suavemente.
            Syaoran dio un leve respiro, pero no todo había terminado. El gritó de la chica disfrazada de príncipe retumbó en sus oídos, y volteó a mirar el escenario, en el mismo momento en que la estructura del balcón terminaba de caerse… y con ella, la chica y Touya.
            -¡Dios del Viento, ven! –gritó Sakura, que había sacado ya su espada, con la que formó una gran burbuja de aire, la cual se dirigió a toda velocidad hacia Touya y la chica, envolviéndolos, y salvándoles la vida.
            -¡Touya-kun! –se escuchó en ese momento el grito de Yukito, y le cayó en los brazos a su novio, quien la abrazó dulcemente.

            -Traje mi cámara de video para grabar lo que pudiera suceder, y me he perdido toda la acción. No puedo creer que se hayan olvidado de mí y me hayan dejado sentada sola entre el público –se lamentaba Tomoyo, mientras se consolaba en filmar a los chicos y chicas que bailaban alrededor de la fogata.
            -Todo sucedió tan rápido que no me dio tiempo de avisarte –le respondió Syaoran a su amiga.
            -Sentimos no haberte esperado –se disculpó Sakura.
            -De que hablas, si tu no hiciste nada… -le dijo Syaoran mirando hacia otro lado.
            -¿Disculpa? He sido yo la que ha evitado que se rompan el cuello al caer.
            -Ya podría haberlo hecho yo con la Carta del Viento…
            Estaban por seguir discutiendo, pero se detuvieron al escuchar la voz alegre de Yukito, quien los saludaba con la mano y se acercaba a ellos.
            -Que bonita obra nos has presentado hoy, princesa del bosque –le dijo Sakura a Yukito con una sonrisa, y se alejo de ahí felizmente, antes de que la chica pudiera responder
            -Lamentamos mucho que las cosas hayan terminado tan extrañas –se disculpó Syaoran, ignorando las extrañas palabras de la niña.
            -Supongo que está bien, después de todo, a Touya-kun no le ha pasado nada grave.
            En ese momento, Touya se acercó a ella, y la tomó de la mano. yukito se despidió alegremente de ellos, y se alejó con Touya, hacia la fogata, con el obvio interés de bailar con su novio.
            -Supongo que tiene razón, todo vuelve a ser normal –dijo Tomoyo, y se puso a filmarlos un rato.
           -Sera normal, pero no está bien –respondió Syaoran apretando los dientes y los puños-. Definitivamente mi hermano no se merece a alguien como Yukito-chan…

26 de junio de 2011

Syaoran Card Captor: Capítulo 13

Capítulo 13
Syaoran pone a prueba su fuerza

            Era una noche relajada y silenciosa. El parque Pingüino se encontraba en una perfecta calma, mientras los juegos eran iluminados por las bajas luces de las lámparas del parque. De repente, las fuertes pisadas de algo se escucharon por todo el lugar. Aquella extraña fuerza caminaba por entre los juegos del parque, y se detuvo para observarlos a todos. Sin perder tiempo, su mirada se detuvo en la resbaladilla del Rey Pingüino, y se encaminó hacía ahí, dando sus fuertes pisadas.
            La luna brillaba serena, y alumbraba el oscuro camino que dirigía al parque Pingüino, con total calma, cuando la tranquilidad de la noche fue rota por un estrépito que provenía de ahí…

            Era de mañana, y el desayuno se encontraba ya servido sobre la mesa del comedor de la familia Kinomoto. Mientras el papá de Syaoran terminaba de acomodar los almuerzos, Touya se encontraba ya sentado a la mesa, y leía el periódico, mientras que detrás de él, en la sala, la televisión se encontraba prendida en el canal de las noticias.
            -El almuerzo de esta mañana para Syaoran es muy generoso –dijo Touya, mientras veía a su padre acomodar todo en su caja, con ayuda de los palillos
                -Tu hermano dijo que tendría una excursión con toda su clase, en el zoológico.
            -… ocurrido en el parque del rey pingüino, del distrito de Tomoeda… -decía la mujer de las noticias. Touya estaba por ponerse a ver la noticia a conciencia, pero fue en eso cuando Syaoran entró a la cocina, haciendo mucho ruido.
            -¿Y ese milagro que te hayas levantado sin que te haya tenido que ir a buscar? –le preguntó su hermano. Syaoran lo ignoró, dirigiéndose hacia donde se encontraba su padre, quien sostenía en sus manos su almuerzo.
            -Nos reuniremos en la escuela –le dijo Syaoran a su papá-, y de ahí nos iremos todos juntos al zoológico.
            -Ten mucho cuidado al pasar por el parque pingüino –le advirtió su hermano, mientras apuntaba a la pantalla de televisión, donde aún estaban pasando las noticias.
            La resbaladilla del rey Pingüino había dejado de ser una resbaladilla, propiamente dicha. Ahora, el rey pingüino se encontraba de cabeza, y por las marcas de concreto resquebrajado alrededor de la base, que ahora era la parte de arriba, podría decirse que la atracción principal del parque había sido arrancada y colocada así por alguien.

            Mientras tableaba con dirección a la escuela, Syaoran no dejaba de pensar en lo que había visto esa mañana en las noticias. Estaba pensando en esa tarde, cuando regresara de la escuela, platicarle a Kero la posibilidad de que todo eso fuera obra de una Carta Clow, cuando sus pensamientos fueron interrumpidos, ya que alguien había gritado su nombre.
            -Al parecer has madrugado, ¿no es así? –le dijo Yukito cuando Syaoran se detuvo y ella logró alcanzarlo-. Hoy no pude esperar a Touya ya que me tocaba realizar el aseo del salón. ¿Te importa si voy contigo? –preguntó la chica.
            -Cla… Claro que no –dijo Syaoran algo nervioso, y los dos siguieron andando, él en su patineta, y ella en su bicicleta.
            Se encontraban pasando por delante del parque del rey Pingüino, y se dieron cuenta de que el lugar estaba lleno de reporteros. Al parecer, el hecho de que la resbaladilla del rey Pingüino estuviera de cabeza, era una noticia digna de ser contada.
            -Me imagino que la persona que puso a ese pingüino de cabeza, debe de ser alguien realmente fuerte –opinó Yukito mientras seguían su camino. Syaoran dijo que sí, y se apresuró a tratar de sentir la presencia de alguna Carta Clow, pero ya no se sentía nada-. Hemos llegado –se despidió Yukito de Syaoran cuando se hubieron detenido frente a la primaria Tomoeda-. Te veré después…

            Todo el salón 2 del 4to grado se encontraba reunido alrededor del profesor Terada, quien los había terminado de repartir por equipos, y dado unas listas en las que les indicaba a qué animales debía de investigar cada equipo.
            -Los jefes de equipo pasen por las cámaras. Recuerden que el escrito me lo deben de entregar el lunes sin falta. Cooperen todos en el trabajo, y será mucho más fácil. A las 2 de la tarde nos volveremos a reunir aquí. Pueden irse –dijo antes de que los alumnos tomaran su camino.

            -Será mejor que Tomoyo-chan sea la que tome las fotos –dijo Naoko alegremente, mientras Rika y Chiharu la apoyaban, y Syaoran se preguntaba cómo demonios había caído en un equipo donde él era el único hombre-. Eres muy buena en esas cosas del video y la fotografía, lo mejor será que la lleves tú.
            Mientras Tomoyo tomaba la cámara, las chicas no dejaban de platicar sombre las noticias de esa mañana.
            -Me pregunto quién tendrá la fuerza suficiente como para voltear una resbaladilla de ese tamaño –dijo Chiharu.
            -Espero y hayan sido los espíritus –agregó Naoko visiblemente emocionada, y siguieron caminando con dirección a los elefantes, mientras Syaoran las seguía con una distancia de 20 pasos atrás.

            Del otro lado del zoológico, Sakura se encontraba con su propio equipo. Esta vez traía puesto lo que parecía ser el uniforme de alguna escuela primaria, ya que se trataba de una camisa blanca, con una falda azul cielo, que tenía dos sendos tirantes, del mismo color, así como una corbatita roja, el cual Tomoyo no había tardado en distinguir como el uniforme de las chicas de la serie Evangelion.
             El equipo de Sakura, por el contrario del de Syaoran, estaba compuesto por puros chicos, mientras que ella era la única mujer de ahí. Buscaban lo que parecían ser osos perezosos, cosa que a Sakura le parecía de lo más aburridaoy trataba de distraerse mirando otros animales. Después de todo, ella era la encargada de la cámara, y ya había tomado suficientes fotos.

            Syaoran y las chicas se encontraban ahora frente a los elefantes. Podían observar lo que era una madre elefante, que trataba de darle un baño a su bebé.
            -Dicen los trabajadores del zoológico que estos elefantes pueden hacer trucos, y pueden entender un poco nuestro idioma –dijo Naoko mientras se acercaban un poco más-. Se pueden parar en dos patas al escuchar a su domador. Son tan fuertes que pueden jalar una soga en contra de diez personas.
            -Bueno, ahora que estamos aquí, será lo mejor que le pongamos entusiasmo al trabajo… -les dijo Tomoyo de maner a alegre. Las chicas dijeron que sí, y Syaoran se limitó a encogerse de hombros, pero no tuvo que hacerse demasiado atrás… De repente, se escuchó lo que parecía un temblor, y todos los animales del zoológico empezaron a hacer ruidos extraños, como si estuvieran incómodos por algo.
            Cuando las cosas se hubieron calmado un poco más, las chicas se dispusieron a sacar los cuadernos y ponerse a anotar el comportamiento de los animales.
            -No irás a decirme que Kero se quedó solo en casa… -le dijo Tomoyo a Syaoran, mientras el fingía que observaba a los elefantes.
            -Fue extraño, pero aceptó sin respingar cuando le dije que no podía traerlo. Eso me dice que en algún momento aparecerá por aquí.
            -No estoy tan lejos como crees –se escuchó la voz de la mota amarilla, y parecía que provenía de la mochila de Syaoran. 
                 El niño y su amiga miraron a la mochila, alarmados. Tomoyo se apuró a tomarla, decir que necesitaba ir al baño, mientras que Syaoran dijo que iba a comprar una soda, porque tenía algo de sed. Las chicas los miraron partir, pero no dijeron nada.
            Ahora se encontraban al otro lado del zoológico, mientras los dos miraban como Kero salía de la mochila, y se desperezaba del largo viaje.
            -¡Te dije claramente que no podía venir, bola de pelos inservible! –le gritó Syaoran cuando estuvo seguro de que nadie los podía ver ni escuchar.
            -¿Y se puede saber desde cuando te obedezco? –le dijo Kero mientras abrazaba la caja del almuerzo de Syaoran.
            Syaoran estaba por responderle con una majadería, cuando en ese momento, el temblor que se había sentido antes, se volvió a repetir.
            -Esta es la presencia de una Carta Clow –dijo Kero poniéndose serio de repente. Se encontraban tratando de distinguir de donde provenía la presencia, cuando un pingüino pasó corriendo junto a ellos.
            -¿Una de las jaulas se ha roto? –se preguntó Tomoyo al verlo pasar.
            -No hay problema si se trata de animales pequeños o tranquilos, pero si escapa uno más peligroso…
            El temblor se había vuelto a repetir. Ahora que Syaoran y Tomoyo habían salido del lugar donde se habían metido para esconder a Kero, podían observar el caos que se estaba produciendo. La jaula de los monos estaba completamente destrozada, y la gente corría por todos lados, buscando las salidas. Mientras corrían hacia donde Kero les había dicho que sentía la presencia de la Carta Clow, se toparon con varios compañeros suyos, pero ninguno de ellos se molestó en detenerlos, ya que estaban demasiado asustados, y no veían otra cosa que no fuera un lugar por dónde huir.
            Mientras corrían en la dirección que Kero les indicaba, podían ver cada vez menos personas, que corrían en dirección contraria. Unos cuantos segundos después se encontraron solos, y Syaoran se apresuró a sacar su llave mágica. estaba por invocar su hechizo para transformarla en su báculo mágico, pero los tres tuvieron que detenerse cuando una manada de cebras pasó corriendo frente a ellos, y en ese momento, una especie de golpe resquebrajó el suelo, rompiéndolo como si se tratara de una enorme pisada, y levantando polvo a su alrededor. El mismo golpe se repitió varios metros por delante de ellos, y los chicos no tardaron en seguirlo, hasta llegar a donde se encontraban los elefantes.
            El golpe entró al lugar, dejando enormes cráteres conforme avanzaba, y aterrorizando al bebé elefante. La mamá trató de defenderlo, pero aquella extraña fuerza lo levantó en el aire, y la arrojó lejos de ahí.
            -Llave que guardas los poderes de la oscuridad, muestra tu verdadera forma ante Syaoran, quien aceptó la misión contigo, ¡libérate! –gritó para convocar su báculo mágico-. ¡Viento! –exclamó al usar la Carta Clow, y el Viento se elevó para detener la caía de la mamá elefante, y colocarla junto a su bebé.
            -¡Ya se qué carta es! –dijo Kero, y le susurró algo a Syaoran en la oreja.
            -¡Alto ahí! –dijo Syaoran en ese momento, mientras la fuerza extraña volvía a tratar de levantar al elefante-. Al parecer tienes mucha fuerza. Eres la Carta del Poder, ¿No es así? ¿No te gustaría comparar tu fuerza con la mía?
            -A la Carta del Poder le gusta mucho presumir su fuerza –le explicó Kero a la confundida Tomoyo. No se lo pensará dos veces en mostrarnos su verdadera forma y por ende, aceptar el reto de Syaoran.
            La mamá elefante se movía nerviosamente, mientras el bebé lloraba. las fuertes pisadas, provocadas por la Carta del Poder se acercaron amenazadoramente a Syaoran. Se desvió un poco para abrir otras dos jaulas, y derribar un par de árboles, y posteriormente, se acercó peligrosamente a ellos tres.
            -¡Necesitas darle una solución! –le gritó Kero a Syaoran, mientras corrían para poner algo de distancia entre ellos y la Carta. Syaoran se encontraba algo asustado, no se le ocurría ningún reto para poder comparar su fuerza contra aquella Carta, pero finalmente, gritó:
            -¡Jalemos la soga! –fue entonces cuando las pisadas se detuvieron. Los tres dejaron de correr y se dieron la media vuelta. Ahora, podían ver a una pequeña niña de pie frente a ellos, vestida toda de rosa, y con dos pequeñas coletas.

           La pequeña niña y Syaoran se encontraban ahora parados el uno frente a la otra, sosteniendo la cuerda entre sus manos. Antes de que el chico se diera cuenta, el juego ya había empezado, y la Carta Clow le llevaba ya mucha ventaja.
            -Necesito usar una Carta, pero si suelto la cuerda voy a perder –se quejó. Había guardado el báculo en su mochila, y ahora no podía tomarlo.
            Pero en ese momento, sintió que la fuerza de la Carta Clow se había reducido, y al mirar atrás, pudo ver a la mamá elefante ayudándolo a jalar la cuerda.
            Arriba del árbol más alto que aún se encontraba de pie, Sakura miraba todo lo que pasaba, mitad divertida, mitad preocupada. Cuando pensó que ya se había divertido demasiado, sacó su espada, y una Carta Clow: la del tiempo. Apuntando la Carta como si fuera a perforarla con la espada, invocó sus poderes.
            -¡Tiempo! –dijo cuando la punta de la espada y la Carta hicieron contacto. En ese momento, el tiempo se paralizó, con lo que le dio oportunidad de bajar del árbol, quitarle la cuerda a la Carta del Poder, y volver a regresar a la rama más alta sin ser notada, para hacer que el tiempo volviera a transcurrir normal.

            Habían caído al suelo, tanto Syaoran como la chica de rosa. La mamá elefante había perdido un poco el equilibrio, pero no le había pasado nada. La Carta del Poder, que hasta ese momento se encontraba muy confiada, estaba igual de extrañada que Kero y Tomoyo, ya que no sabían cómo era posible que Syaoran y un elefante le hubieran ganado. Syaoran se encontraba de igual manera confundido, pero se apresuró a ir hacia donde la Carta, que tenía los ojos lloros y se lamentaba el haber perdido, y sacando el báculo de su mochila, la apuntó firmemente.
            -Regresa a la humilde forma que mereces, ¡Carta Clow! –la chica de rosa lo miró de manera triste, pero no presentó ninguna resistencia cuando el báculo empezó a absorberla, por lo que finalmente quedó reducida a su forma de Carta.
            Sakura sonrió feliz. Se guardó la Carta Tiempo en el bolsillo, y saltó fuera del árbol, internándose en los arbustos, para evitar ser vista.

            Ahora que era nuevamente de día, Syaoran se encontraba en camino a la escuela. Había visto a Tomoyo caminar delante de él, y apresuró un poco más la patineta para alcanzarla. Su amiga iba muy concentrada mirando lo que había filmado ayer, y al final de ese video, se encontraba otro más: se veía claramente como Syaoran tomaba la resbaladilla del rey Pingüino, y la colocaba nuevamente en su lugar.
           -Prometiste que no le enseñarías eso a nadie -se quejó el chico.
           -Lo se -respondió su amiga, y se apuró a guardar la cámara en su mochila-. Ese video forma parte de mi colección especial.
          Y Tomoyo siguió caminando, mientras Syaoran se detenía en seco, con la cara roja como tomate.