The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


23 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 3

Chapitre 3
Refuge de nuit

La tensión se sentía en el ambiente. Amelié tenía miedo de respirar demasiado alto por miedo a que los descubrieran, y la reina, por su parte, permanecía con los ojos cerrados, como si esperara que al abrirlos, todo fuera una pesadilla y se encontrara a sí misma acostada en su cama con dosel, con el ventanal abierto de par en par.

Y sin embargo, los ruidos del bosque, junto con los cascos de los caballos, y el ruido del látigo, indicaban que todo era real. Se escuchó un lobo aullar a lo lejos. La princesa y la reina se abrazaron.

-Oh, no seas llorona –dijo la reina cuando finalmente se soltó. Amelié sollozó débilmente. Se escuchó una rama romperse a lo lejos. La princesa se sujetó del brazo de su madre-. Que te quites, te dije.

Se escuchó entonces un par de cascos de caballos. El paje detuvo la carroza. Algo andaba mal.

-¿Qué hace? –preguntó la reina al ver que se detenían en medio de la oscuridad-. Le he preguntado que qué está haciendo.
-Reina, ¿escucha eso? Parece ser que estamos rodeados.

La reina se puso de pie, lentamente. Súbitamente se había petrificado. Pudo escuchar las ramas que se partían bajo el peso de los caballos, y las voces de aquellos caballeros de armadura negra, que se camuflaban perfectamente entre aquella agobiante oscuridad.

-Señora… -susurró el paje-, señora, usted y la niña tienen que correr… Ahora.

Todo sucedió demasiado rápido. Una flecha atravesó el aire, rozando la cabeza de la reina, y clavando la corona en un árbol cercano. Los gritos de los caballeros resonaron por todo el lugar, mientras Roberto salía del portaequipaje, tomaba la cesta de alimentos con una mano, y el brazo de la princesa con la otra, y la jalaba bajo la carreta. La reina gritó al sentir rozar una flecha su brazo. El grito de Roberto se perdió entre el relinchar de los caballos, los cuales empezaron a correr en todas direcciones. La reina gritó nuevamente, Roberto salió de debajo de la carreta, y la jaló para ponerla a salvo, pero la reina se soltó de su agarre, y corrió sin dirección alguna.

-¡Van a matar a mi madre! –gritó Amelié, entre todo el alboroto.
-No podemos hacer nada, al menos tú tienes que salvarte –y Roberto sujetó a la princesa con mayor fuerza, corriendo en dirección contraria.

En ese momento se escucharon golpes de espada, y el paje y los sirvientes del palacio se bajaron a pelear contra los extraños caballeros de armadura negra. Aún así, aquellos eran demasiados, y los sirvientes fueron prontamente derrotados, cayendo en el piso haciendo crujir las hojas secas.

Roberto y Amelié se habían escondido entre las raíces de un árbol cercano. Desde dónde se encontraban, podían observar todo lo que ocurría, sin ser vistos. Fueron capaces de ver a la reina internarse en el bosque, a los sirvientes perder el conocimiento mientras se desangraban, y a los caballeros subir a sus caballos, e internarse en el bosque tras la reina.

-¿Qué pasará con mi mamá? –la voz de Amelié era simplemente un susurro, a pesar de que hacía ya un par de horas que el bosque se encontraba en calma.
-No lo sé… -fue la respuesta de Roberto. Tomó la mano de la princesa (los dos aún temblaban) y salieron lentamente de entre las raíces.
-¿Y qué pasará con nosotros?
-Dentro de poco amanecerá. Debemos de buscar un árbol que esté hueco, para que podamos escondernos en él. Quizá debamos buscar 2, y dormir cada uno en su propio árbol. Debemos viajar sólo de noche.
-¿Y a dónde se supone que vamos?
-A donde nadie nos encuentre.
-¿Y… y mi mamá?
-Cuando estés a salvo, volveré a buscarla pero… No prometo nada.

Aún tomados de la mano, caminaron durante un par de horas más. El sol estaba empezando a salir cuando encontraron un par de árboles huecos, donde entraron hechos bolita, y se acurrucaron para dormir un poco. Roberto durmió más amontonado, ya que el cuidaba la cesta de provisiones. Durmieron un par de horas. Aún así, no se animaron a salir de sus escondites hasta que el sol se puso y se hizo de noche. Fue entonces cuando comieron un poco, y empezaron a caminar.

Alrededor de la media noche, encontraron un río. Tomaron un poco de agua fría, y se lavaron la cara, para no dormir y poder seguir caminando. Decidieron que lo mejor era seguir el río, así que empezaron a caminar junto con él. El camino era pedregoso y aterrador. No se animaban a hablar entre ellos, por miedo a ser descubiertos. Así viajaron durante 2 noches, hasta que el 3er día, encontraron una granja abandonada, y entraron al granero. Dentro no había nada más que paja. Escondieron la cesta de comida (la cual ya casi estaba vacía) y se acurrucaron cada uno en un montón de paja. Y así durmieron esa noche.

A la mañana siguiente, Amelié despertó al sentir una extraña respiración entre su cabello. Roberto despertó por causa del grito que la princesa dio. Así, los dos se encontraron siendo observados por un par de vacas pintas. Roberto se apuró a alejar a la princesa de aquellos animales, antes de que le comieran el cabello, pensando que era paja. Entonces se escuchó un grito “¿Quién anda ahí?” y por la entrada, la luz del sol desapareció al quedar obstruida por la enorme persona que los miraba. Una campesina que llevaba sujeto un caballo negro.

Las miradas de los chicos y de la señora se cruzaron. Los ni{os gritaron (con lo que asustaron a las vacas) y mientras buscaban a tientas la cesta de provisiones, intentaban buscar alguna otra salida.

-¿Pero qué les pasa? –preguntó la campesina, mientras amarraba al caballo y lo dejaba comer paja a su gusto-. ¿Por qué gritan así?
-Usted… ¡Usted quiere matarnos! –gritó Roberto.
-¿Qué yo qué?
-¡Sí! Usted quiere matarnos –la mano de Roberto, temblorosa, apuntaba al caballo negro que se limitaba a comer paja.
-¿Y por qué apuntas al caballo si yo estoy acá? –la campesina se movió al otro lado del granero, tomó un sombrero plano, y caminó fuera. Extrañamente, los chicos la siguieron.
-Usted forma parte de esa orden de caballeros negros que quiso matar… -pero Roberto se quedó callado. Algo había visto en la cara de la campesina, que le indicaba que ella no sabía nada de nada. Así que, ¿por qué revelar quienes eran ellos en realidad?
-Mira mocoso, si yo quisiera matar a un par de niños porque durmieron en mi paja fresca, estaría yo loca. Hace años que no recibo visitas tan agradables. Si, es cierto, hace 2 noches llegaron esos caballeros negros que dices tú. Mataron a mi vaca más grande y robusta. La que me proveía de más leche. Es difícil vivir sola, ¿sabes? Así que, sí, los seguí y cuando armaron una revuelta y atraparon a aquella señora, esperé a que durmieran, y pues… No me enorgullece decirlo, pero degollé a uno de ellos, y robé su caballo. Y ahora tengo un caballo nuevo que puede arar el campo, y aún tengo dos vacas que pueden dar suficiente leche. Nadie se mete en mi territorio sin que yo lo sepa…
-¡Espere! –gritó Amelié, y miró a Roberto, con lágrimas en los ojos-. ¿Escuchaste eso? Una prisionera…
-Disculpenos señora –dijo Roberto en voz un poco baja, debido a que había agachado la cabeza-. Necesitamos su ayuda. Aquellos caballeros han saqueado nuestro pueblo, han quemado todo y matado a muchos. Sólo quedamos nosotros y, aquella prisionera.
-¿Y aquella prisionera que pinta aquí?
-Es mi madre –dijo Amelié.
-Por favor, ayúdenos a salvarla.
-No lo sé –dijo la campesina, mientras entraba a la casita de madera. Los niños la siguieron-. No me gusta meterme en problemas, pero siguen en mi territorio, y son asesinos…
-Por favor –Amelié tenía silenciosas lágrimas cayendo por sus mejillas.
-De acuerdo, los ayudaré.