The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


3 de abril de 2011

Syaoran Card Captor: Capítulo 1

Capítulo 1
Syaoran y el misterioso libro mágico

                -Este sueño... No es la primera vez que lo tengo...
            La torre de Tokio brillaba iluminada por todas las luces que la hacían resplandecer. Ahí se encontraba un pequeño niño, de alrededor de 10 años, de pie en la azotea de un edificio, observando, casi sin parpadear, la belleza atrayente de la torre...
            No se encontraba solo; un pequeño ser alado, de un brillante color amarillo, suspendido a la altura de su cabeza, le susurraba instrucciones, así como advertencias, que él no alcanzaba a escuchar. Algo más flotaba frente a él. Alargadas cartas con formas extrañas dibujadas en ellas, que desaparecían cuando estiraba el brazo para alcanzarlas...
            Y su ropa; también había cambiado... Su pijama de rayas blancas y azules había desaparecido para revelar un traje negro, con los bordes blancos, de mangas largas, además de que llevaba una larga capa roja, con un extraño símbolo negro. También, tenía en la mano derecha un...
            Había saltado. Flotaba sobre los edificios, acercándose cada vez más a la torre, que lo atraía de manera extraña, como hipnotizado...

            El despertador estaba sonando. el niño, que tenía el cabello castaño muy alborotado, y unos ojos  color avellana, había tardado algo de tiempo en reaccionar, y al hacerlo de manera tan repentina, había pegado tal brinco, que se había caído de la cama.

            -Buenos días –dijo al bajar a la cocina.
            -Buenos días, Syaoran –respondieron su hermano mayor y su papá.
            La familia Kinomoto solo estaba compuesta por ellos tres. Syaoran Kinomoto, que tenía 10 años, y cursaba el 4to grado de primaria. Su hermano mayor, Touya Kinomoto, que tenía 17 años, y estaba en 4to semestre de preparatoria, y su padre, Fujitaka Kinomoto, quien era profesor de la Universidad de Tomoeda.
            La madre de Syaoran había muerto cuando el solo tenía 3 años,  casi no tenía recuerdos de ella. Aún así, su padre nunca había intentado el volver a casarse.
            -Tengo que irme –dijo Touya, y se apuró a terminar de tomarse su café.
            -¿Ya te vas? –preguntó Syaoran, atragantándose con el arroz.
            -Así es. Yukito-chan  me dijo que le tocaba hacer hoy el servicio, así que acordamos llegar los dos temprano...
            -¿Yu-Yukito-chan? –tartamudeó Syaoran, y se le colorearon las mejillas.
            -Ni creas que vas a venir con nosotros –lo reprendió su hermano, pero Syaoran se hizo de oídos sordos. Bebió su jugo de naranja a toda velocidad, se despidió de su padre, y salió al recibidor antes de que Touya se hubiera levantado de la silla.

            -Te dije que no podías venir.
            -Y yo te dije que me vale madres.
            -Chingados, maldito mocoso impertinente. Sabes que ella es mi novia y ahí vas a fregar.
            -Te pone celoso que ella piense que soy un niño muy tierno.
           Mientras iban por la calle, Touya en su bicicleta y su hermano menor en la patineta, discutían como siempre lo hacían.
            Ambos eran muy groseros el uno con el otro, si había que reconocerlo, bastante mal hablados, excepto cuando se encontraban delante de otras personas. Sus discusiones se debían principalmente por la novia de su hermano mayor, Yukito, una chica alta y delgada, con un hermoso y largo cabello gris, y con una gran habilidad para hacer muchas cosas.
            -Buenos días –la voz de Yukito hizo que los dos se quedaran callados en seco. Touya detuvo su bici, y Syaoran hizo lo mismo con su patineta.
            -Buenos días –respondió Syaoran, sonrojándose cuando Yukito lo miró, y le dirigió una de sus habituales sonrisas.
            -Buenos días –dijo Touya, y besó a Yukito en los labios. Syaoran le dio un pisotón en el pie, con lo que hizo que su hermano mayor se separara de Yukito, con los ojos llorosos.
            -¿Estás bien? –preguntó Yukito.
            -Si, si... Es solo que, extrañaba mucho el verte –mintió Touya, y mientras Yukito sonreía, fulminó a su hermano con la mirada, mientras él trataba de hacerse el disimulado.
            Cuando llegaron a la escuela de Syaoran, Yukito se despidió de manera alegre, y tomó a Touya de la mano. Syaoran no podía hacer nada más que rechinar los dientes.
            -¡Buenos días! –lo sorprendió una voz dulce, pero cargada de energía. Syaoran pegó un brinco cuando se dio cuenta de que estaba a unos pocos centímetros de la cara de su mejor amiga, Tomoyo.
            -Bu-buenos días –respondió él, aún algo asustado, y los dos empezaron a caminar hacia la escuela.
            -Tienes que ver los nuevos trajes que te he confeccionado para la obra de esta temporada. Además, he comprado una cámara nueva,  quisiera probarla contigo –dijo Tomoyo, mientras se cambiaban los zapatos.
            -Cuantas veces tengo que decirte que me repatea participar en esas estúpidas obras escolares, solo para que tú te puedas dar gusto con tus tontas grabaciones –dijo Syaoran enojado. Los ojos de Tomoyo brillaron maliciosamente. Syaoran se echó para atrás, asustado. Acababa de acordarse de que no era bueno molestar a Tomoyo, ya que salía a flote su bipolaridad.
            -Mira niño llorón... Yo me esfuerzo y me desvelo durante semanas para poder terminar el trabajo, y para que tú te pongas estos trajes,descerebrado. Así que vas a entrar a la maldita obra, me vas a dejar filmarte y todos felices, ¿lo entendiste, cerebro de chorlito?
            -Eh... Claro, Tomoyo-chan –su amiga le sonrió alegremente, y lo precedió al salón, dejando al pobre de Syaoran completamente confundido, algo enojado, y un poco preocupado.

            Ese día en la tarde, Syaoran regresó a casa, agobiado por los trajes que Tomoyo le llevaría al día siguiente, así como la cámara con la que empezaría a filmarlo en la hora del descanso. Había llegado a su casa sin esperar a su hermano, ya que sabía que esa tarde tendría que quedarse a trabajar, y su padre tampoco se encontraría en la casa, ya que tenía varios asuntos pendientes en la Universidad.
            Así que Syaoran llegó directamente a la cocina, a purgar el refrigerador, buscando algo para comer, cuando...
            Se escuchaba como si un gigante estuviera durmiendo, y sus ronquidos llenaran toda la casa. Lentamente Syaoran salió de la cocina, y se acercó al sitio de donde salían los ronquidos: el sótano.
            ¿Y que si era un ladrón? El era bajito y poca cosa, y por más que quisiera, no podría defenderse. No le quedó de otra más que tomar su patineta, y bajar al sótano.
            Solo se asomaría. Si veía a alguien, subiría de vuelta a la sala y llamaría a la policía.
            Bajó lentamente las escaleras, con la patineta en alto, y los ronquidos empezaron a escucharse más fuerte que antes. El sótano estaba lleno de estantes, llenos de libros a rebosar. Syaoran se acercó a uno de los pasillos, y entró en uno que no tenía salida.
            Ahí no había nada.
            Estaba por regresarse, cuando uno de los libros que tenía frente a él, se iluminó con un resplandor dorado. Syaoran lo miró, y después de moverse de manera nerviosa, se acercó y lo tomó. Al instante, el libro dejo de brillar. Aún confundido, lo sacó y examinó su portada. La patineta cayó al piso.
            Había un gran león con los ojos blancos, que tenía una gran cadena dorada alrededor del cuello, y bajo él, un signo en forma de sol dorado. Hasta arriba, donde debería de estar el título, decía: “The Clow”.
            En ese momento, el libro emitió un destello,  el sello que lo mantenía cerrado, se abrió.
            Syaoran levantó la portada, y observó su interior. Donde debían de estar las hojas, había un agujero en forma rectangular, donde estaban acomodadas unas cartas. Syaoran tomó una, y la examinó detenidamente, mientras caminaba hacia las escaleras.
            Una nube de polvo dorado empezó a perseguirlo, rodeándole los pies, mientras Syaoran intentaba decir la palabra que la carta tenía escrita en la parte baja (su inglés no era muy bueno), ya que el mayor espacio lo ocupaba el dibujo de una especie de mujer, con algo que parecían ser unas grandes alas atrás de los hombros.
            -Vi... Viento –dijo quedamente.
            Al instante, la carta empezó a brillar, y un aire empezó a correr velozmente por todo el lugar. Syaoran no tuvo más que soltar el libro y tirarse al suelo. Sin darse cuenta siquiera, el resto de las cartas empezaron a volar, y salieron despedidas en todas direcciones, fuera de la casa.
            Tal como había empezado, el aire dejó de correr súbitamente.
            -¿¡Qué chingados!? –fue lo primero que pudo decir.
            Pero las sorpresas no acababan ahí. De nuevo, el libro volvió a brillar, y mientras Syaoran se sentaba, de la portada del libro empezó a surgir algo...
            Parecía un pequeño oso de felpa amarillo, con unas grandes orejas, una cola larga con una pequeña motita blanca en la punta, además de unas pequeñas alas blancas que le surgían de la espalda. El pequeño ser se quedó suspendido unos minutos, y luego, tocó el piso con sus pequeñas patitas.
            -¡Hola-hola-hola! –dijo con voz alegre, con lo que consiguió que Syaoran se encontrara más confundido-. Que horrible visión tienen mis ojos al despertar. Hola pequeño niño –le dijo en tono burlón. El pensamiento inmediato de Syaoran fue que tenía una voz muy extraña.
            -¿Dónde están tus baterías? ¿Y el botón? ¿De dónde sale tu voz? -Syaoran estaba estirando la mano para tomarlo, pero la criatura fue más rápida, y voló fuera de su alcance.
            -¡No soy un juguete, mocoso impertinente! –dijo entre dientes-. Yo soy el guardián que mantiene sellado el libro de las Cartas Clow. Mi nombre es Kerverus.
            -¿Sellado? ¿Kerverus? –preguntó Syaoran, más confundido de lo que estaba antes.
            Así es, mi misión consiste en vigilar que las cartas... -pero el pequeño ser ya no pudo continuar. Al mirar el libro y verlo vacío, gritó-. ¡¿Dónde están las cartas?! ¡Las cartas! ¡¿Dónde están?! ¡¿Qué has hecho con ellas, maldito mocoso?!
            -¿Estás hablando de esto? –preguntó Syaoran, mostrándole la única carta que no había escapado, y que aún tenía sujeta en la mano.
            -Así es –dijo el ser y se la arrebató -. Ahora, te ordeno que me des las demás.
            -Ah, chingados, este dijo, “ya la hice”, ¿no? Pues para que te enteres, todas salieron volando. Leí la palabra que está aquí escrita, y pues...

            Esa noche, Syaoran terminó de cenar, subió corriendo a su habitación, a llevarle algo de cenar a la pequeña criatura, y continuar con la discusión.
            -¡Ya te dije que no me interesa ser un Card Captor, y salvar a este mundo de las desgracias!
            -¡Es tu misión por haber cometido la estupidez de haber dejado escapar las otras cartas! –Syaoran tomó a la pequeña criatura, Kerverus, y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el piso.
            -¡Pero yo no fui quien se quedó jetón y dejó de hacer su trabajo, que era vigilar esas estúpidas cartas!
            En ese momento, el viento empezó a soplar de manera incontrolable. Syaoran se dispuso a cerrar la ventana, pero...
            -¡Espera! –le gritó Kerverus, mientras se levantaba del suelo, y se paraba en la ventana-. Es una Carta Clow, es la carta Vuelo...

            Syaoran iba a toda velocidad en su patineta, mientras Kerverus volaba a su lado. Los dos se dirigían en camino hacia donde la carta Clow estaba haciendo destrozos.
            -¡Ya te dije que yo no quiero ser un idiota Card Captor! ¡Además, es una maldita ave demasiado grande!
            -¡Cállate y deja de decir esas estupideces y enfréntalo! ¡Has de usar tu magia! Usa la llave que te di, de la manera que te dije –Syaoran detuvo la patineta, y sacó una pequeña llave que tenía colgada de una cadena, en el cuello.
            -Llave que guardas el poder de la oscuridad –dijo, un poco receloso-, muestra tu verdadera forma ante Syaoran, quien aceptó la misión contigo. ¡Libérate!
            Al instante, la llave creció, y se transformó en una especie de báculo, el cual sujetó firmemente.
            -¡Y ahora que! –gritó Syaoran, y volvió a subir a la patineta, ya que la Carta Clow se había movido, y arremetía contra ellos dos.
            -¡¿Pues qué crees idiota?! ¡Debes de usar la carta Clow que tienes en tu poder para poder capturar ésta!
            -¡Pero si está intentando matarme! ¡Que porquería! –gritó, mientras trataba de ir más rápido, y sacaba la Carta Viento de su bolsillo-. ¡Así nunca podré! –se quejó.
            En ese momento, Syaoran subió a un desnivel, y la carta, aún en su forma de un gran pájaro, descendió más. Dando un gran brinco, Syaoran quedó montado sobre la carta.
            -¡Genial! –gritó-. Ahora, Carta Clow, has tu trabajo. ¡Viento!
            Tal y como había pasado en el sótano, la carta empezó a brillar, y la ventisca empezó a correr, envolviendo al ave, y obligándolo a aterrizar. Syaoran se apresuró a bajarse de él.
            -Regresa a la forma humilde que mereces. ¡Carta Clow!
            Syaoran alzó el báculo, y el perfil de una carta se dibujo en el aire. La Carta Vuelo empezó a desvanecerse, y a entrar en la carta que se había dibujado en el aire. Después de unos segundos, la Carta Vuelo había terminado de materializarse, y cayó suavemente en su mano.
            -¡Eso fue perfecto! –dijo Kerverus, y se colocó junto a Syaoran, llevando a duras penas su patineta.
            -Pensé que no lo contaría...
            -Pues, ya está. Tienes en tu mano tu primera Carta Clow capturada.
            -¿Y se puede saber qué clase de cosas puedo hacer con esta cosa rara?

            Syaoran se encontraba montado en su báculo mágico, al cual le habían crecido unas grandes alas blancas, y sobrevolaba la ciudad con el pequeño Kerverus a su lado.
            -Espero y nos llevemos bien, pequeño mocoso –le dijo Kerverus, mientras volaban lado a lado.
            -Es por eso que no volveré a hacer algo como esta idiotez...
            Y los dos se alejaron, enojados el uno con el otro, cruzando frente a la luna llena, y admirando la ciudad.

The Report

-Tal como dije: lo prometido es deuda –y Robert puso la modesta carpeta sobre el escritorio de Christine, en el pequeño despacho del cual disponía su departamento.
-Aún después de tantos años, me sorprende la habilidad con la que consigues desempeñarte con tanta rapidez, y precisión.
-Querida, si alguien no escuchara, pensarían que me halagas por el sexo –Christine le dirigió una mirada aniquiladora, con lo que Robert borró un poco su sonrisa, y desvió la mirada.
-¿Esto es todo lo que tienes que entregarme?
-Así es –Robert aún miraba a la pared de al lado.
-En ese caso –y sacó de la cartera 500 dólares, en efectivo, y se los dio a Robert-, puedes irte.

Apenas Robert tomó el dinero, salió de la modesta oficina, y la secretaria, Katie, entró al despacho llevando en la charola de plata una taza de té, que puso junto a la carpeta que Robert acababa de entregar.

-Gracias –dijo Christine, mientras Katie se retiraba cerrando la puerta tras de sí. Christine dio un pequeño sorbo a la taza, y se dispuso a leer.

Lo que encontró, si bien era algo común, inclusive entre los estándares en los que se movían los asesores financieros, dejó a Christine un poco nerviosa, y sorprendida.

Dentro del informe, había cosas comunes para la gente que disponía de dinero: gastos excesivos en alcohol, reservaciones en hoteles caros, mujeres por todos lados, y un apetito sexual un poco alarmante. Y aún así, no había nada fuera de lo común. Nada, excepto por las mujeres, y aquella que se hospedaba en esos momentos, en el penthouse.

Era común que los adolescentes ricos (porque para Christine, Jacoby seguía teniendo mente de adolescente) se dividieran en dos grandes grupos: los que tenían novia, y los que tenían prostitutas.

El primer grupo era sencillo: tenían una novia igualmente de rica y poderosa, hermosa y plástica como todas, con las que eran felices y no se metían en problemas. El otro grupo, simplemente acudía a los barrios bajos de la ciudad, se llevan una prostituta, quizá dos, tenían el sexo que de haber tenido novia hubieran practicado en las noches, y por las mañanas, dejaban el dinero junto a ellas, y se marchaban sin más.

Esos eran los dos grandes grupos en los que podía clasificar a Jacoby, dada su sonrisa carismática, mirada alegre y aura de “no rompo ni un plato”. Pero Christine sabía (y suponía que Robert sospechaba lo mismo), que por dentro, Jacoby Williams era completamente diferente.

La chica que ocupaba el penthouse (de la cual desconocía su nombre) calificaba perfectamente para ser novia de Jacoby: era hermosa, se veía a simple vista que era rica, y no dudaba que fuera poderosa entre los altos círculos de aquella sociedad tan cerrada de Manhattan.

Y aún así, la corta llamada telefónica que había escuchado entre aquella chica de cabello negro y Jacoby, la había desconcertado: el simplemente no quería reunirse con ella. Christine lo sabía muy bien, Daniel había aplicado en su caso algo parecido, cuando intentaba zafarse de las fiestas a las que Christine acostumbraba llevarlo.

Christine dio un largo suspiro, dio un trago a su taza de té, apartó el sobre de su alcance, y se puso a pensar. No dudaba que Leopold había juzgado bien la capacidad laboral de aquel “protegido” suyo, eso lo sabía perfectamente bien. La diferencia entre Leopold y ella, era que Christine necesitaba saber todos los detalles que pudiera sobre sus empleados, era por eso que desde hacía muchos años, Robert trabajaba exclusivamente para ella. Robert era su mina de información, y de cierto modo, su motivo del éxito. Robert se encargaba de revisar los historiales de los futuros empleados de Talasha & Co., dejando de lado aquellos que tuvieran problemas maritales, legales, cualquier cosa, por mínima que pareciese, y que pudiese afectar el desempeño de la compañía.

Y aquella extraña presencia de la chica de cabello negro que vivía en el penthouse, dejaba a Christine algo inquieta. No quería desconfiar del juicio de Leopold, el chico seguramente era el mejor en su área, pero tal como Robert había sentido apenas lo vio, Christine supo en ese momento que el chico ocultaba algo.

Así que no le quedó de otra más que abrir nuevamente el informe, mientras marcaba el número de Robert, en su acostumbrada marcación rápida.

-¿Ocurre algo con mi reporte, querida? –preguntó Robert, apenas contestó el teléfono.
-No, para nada –respondió Christine, mientras no retiraba los ojos de la hoja número 3-. Sólo para pedirte un nuevo trabajo.
-¿De quién se trata esta vez?
-La señorita, Alesana Capulet.
-La cual te aseguro que desde hace mucho años ya no es señorita –Robert rió por lo bajo. Christine no respondió. Robert dejó de reír -. ¿Quieres el informe mañana a primera hora?
-Si no es mucho pedir.
-Sabes que puedo tenerlo listo para esta noche.
-Prefiero tenerlo listo junto al periódico de la mañana.
-¿Y el pago?
-Nuevamente la mitad.
-Pero querida, si esta vez a la que le interesa es a ti.
-Cumpliría con tus términos si no supiera que ya as investigado tu esto.
-Me conoces tan bien…
-Es más, conozco tu entretenimiento de coleccionista de información ajena –Christine se levantó de su sillón, y se asomó por la ventana, mirando a la calle.
-¿Y eso que define en esta conversación?
-Tendrás el enorme placer de contármelo cara a cara. Y si, te sigo esperando mañana a primera hora.
-Sera un placer contarte todo lo que se. Hasta mañana entonces…

Y Christine colgó antes de que Robert pudiera añadir su usual “querida”. Aún con el teléfono en mano, Christine contempló un poco más la calle que se encontraba frente al edificio. Suspiró. No quería problemas con la compañía, no cuando por fin cumpliría su sueño de expandirse en Europa. Pensó en Leopold Hudson, quien hasta hacía poco desconfiaba de los americanos. Leopold no había mentido, desconfiaba de los americanos, y Christine, a pesar de ser una, desconfiaba también. No solo eso, los odiaba.

Y era por eso su ilusión tan grande de expandirse a europa. Necesitaba dar pasos pequeños, pero seguros, para después poder irse a lo grande, dejar su banco americano en manos de un buen asesor, o mejor aún, cerrar, y dedicarse completamente a su emporio, en europa.

Christine soñaba en grande. Se despediría por siempre de aquel país que tanto odiaba, y comenzaría una nueva vida, quizá en París, quizá en Verona. Suspiró nuevamente, y se alejó de la ventana. Si no hubiera sido porque se encontraba 15 pisos arriba, hubiera podido ver el largo cabello negro de Alesana Capulet ondear allá abajo.

Pero en ese momento Jacoby y su novia, o lo que fuera, ya no le interesaban. Tenía una cita pendiente en la corte, con su “queridísimo” Daniel.

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 5

Chapitre 5
Parmi les arbres

No habían dado los caballos más de una docena de pasos, cuando se escuchó un gruñido. La campesina, Roberto y la reina aguantaron la respiración, y los caballos se detuvieron en seco. El gruñido volvió a repetirse.

-Creo que…
-¿Roberto? –dijo la campesina en un susurro asustado-. ¿Se puede saber que haces?
-Pero si es… ¡Ah!
-¡Sube a ese caballo inmediatamente! –susurró la campesina, quien estaba dispuesta a hacer correr al caballo a todo galope, en cualquier momento.

Roberto, por su parte, se había bajado del caballo, y caminaba a tientas en la oscuridad. El gruñido volvió a oírse de nuevo. Seguido por el ruido, caminó hacia un árbol cercano, y se hincó. Apoyó las manos en el piso lleno de hojas, y miró entre las raíces salidas del árbol. La campesina se movió nerviosamente, y la respiración de la reina se agitó un poco.

Y un par de segundos después, el gruñido se convirtió en un pequeño llantito de felicidad, y Roberto se incorporó lentamente, dando la vuelta y mostrando a la campesina, y a la reina, que entre los brazos no llevaba otra cosa más que un pequeño cachorro de Husky.

-Hola, Rex –dijo Roberto al animalito, mientras acariciaba su cabeza.
-Si no quieres que nos descubran –dijo la campesina, un tanto menos alarmada-, calla a ese animal, sube al caballo, y vámonos de aquí.

Roberto así lo hizo, con una enorme sonrisa dibujada en el rostro. Sabía que a la princesa Amelié le daría mucho gusto ver que su cachorro favorito seguía sano y salvo.

La campesina era quien dirigía el camino, llevando ella su caballo por delante del que iba Roberto, aún abrazando al cachorro. La reina parecía no sentirse muy cómoda al cabalgar por detrás de la señora, pero no decía nada, ya que estaba muy cansada. El camino había zigzagueado un par de veces: un poco en dirección norte, luego al oeste, más tarde al sur, y de nuevo al norte… Parecían no tener un punto fijo, lo cual animaba a Roberto: sería muy difícil seguirles la pista.

Se acercaron un poco al un pequeño lago y después de desayunar rápidamente, llenaron las cantimploras con agua cristalina, y siguieron cabalgando hasta que llegó el medio día. Tal como la campesina dijo, se apearon, amarraron a los caballos, se escondieron entre ramas de los árboles que ellos mismos arrancaron, y durmieron toda la tarde.

Cuando la campesina los despertó, estaba anocheciendo. Entre ella y Roberto se dispusieron a romper las ramas en trozos más pequeños, y a desperdigarlas por todo el lugar, para dar la ilusión de que el follaje se había caído por sí mismo. Cuando consideraron que el lugar estaba bien disimulado, y daba la impresión de jamás haber sido descubierto por algún humano, volvieron a subir a los caballos, y reemprendieron el viaje, esta vez, con dirección al sur.

Y así, el viaje siguió de este modo, durante una semana más. Al cabo de 7 días después, la campesina (que poco a poco se iba acercando a sus terrenos) dirigió a los caballos hacia su cabaña. Llegaron alrededor de medio día, y mientras la pequeña Amelié guardaba los caballos en el granero (con Rex brincando y ladrando entorno suyo), dejándolos comer un poco de paja. La campesina tuvo que llevar en brazos a la señora, mientras que Roberto arrastraba el saco café, ya vacío. Los tres, se encontraban agotados.

Amelié corrió así a la cocina, a prepararles algo de comer. El desayuno fue modesto, ya que la niña tenía miedo de quemarse con el pequeño fuego que comúnmente ardía en la cocina, por lo que la campesina, Roberto y la señora tuvieron que contentarse con un poco de leche algo vieja (pero no mala) y un poco de pan duro, untado con mantequilla aguada. Pero a ellos no les importó, se encontraban tan cansados que no le encontraron sabor a la comida, y apenas terminaron, se durmieron inmediatamente.



Habían pasado unos cuantos años desde que la campesina y Roberto habían salvado a la reina, y la habían llevado a la pequeña granja. Y el paso del tiempo sí que había cambiado bastantes cosas. Para empezar, la reina había abandonado (en cierto modo) su egocentrismo, y había dejado de ser un poco altanera y mandona: al menos con la campesina. Y todo se había debido a una plática que había tenido con Roberto, apenas un día después de que llegaron a la seguridad de la cabaña.

-Tiene que entenderlo –le había dicho a Roberto, mientras él y la reina platicaban en un lugar donde no podían ser escuchados-. La princesa Amelié y yo llegamos aquí por casualidad. Conocimos a Marie (que así se llamaba la campesina) y accedió a ayudarnos a rescatarla, su alteza. Pero no podemos decirle a Marie quien es en realidad usted, y tampoco sobre la princesa Amelié. Piense en lo peligroso que podría ser eso.
-No comprendo el punto al que quieres llegar –dijo la reina, con altanería.
-Lo único que sabemos de Marie, es que está en contra de los caballeros negros que atacaron el reino, pero no podemos saber si ella piensa igual a las personas que mandaron a esos caballeros. Es decir, ¿cómo podemos estar seguros de que ella nos entregará a las personas que ocasionaron todo esto? Y aunque fuera así y Marie fuera el enemigo, ¿podríamos sobrevivir sin ella? Nos proveerá de comida, agua, ropas y un lugar para dormir seguros por las noches. Ella es la que decide qué pasará con nuestras vidas, y dependemos de ella, completamente.

La reina se mordió el labio. Comprendía a la perfección lo que estaba pasando. Aún así, Roberto continuó.

-Lo único que podemos hacer por el momento, es confiar a ciegas en ella. Es seguir aquí, viviendo bajo su techo, y bajo sus órdenes. Sé que el rey le ordenó que corriera al reino vecino, pero estamos en medio de la nada, y a no ser que encontremos un modo de llegar a él, seguiremos aquí atrapados fingiendo no ser más que unos simples sobrevivientes de una desgracia, esperando…

Amelié había sido un poco más comprensiva que su madre, y había entendido las palabras de Roberto, acerca del anonimato que debían de llevar, a la primera. Ahora, Amelié era una linda chica que acababa de cumplir los 20 años, tenía el cabello negro largo, comúnmente suelto, era un poco alta, pero no mucho, y su cuerpo había adoptado una silueta casi perfecta. Amelié disfrutaba de largas caminatas cerca de la orilla del río, acompañada de un enorme perro al cual llamaba cariñosamente Rex. También le encantaba ayudar a Marie en las tareas de la casa, sobre todo en la cocina. Roberto, por su parte, se había convertido en un muchacho muy alto, bastante bronceado por el sol, con una musculatura respetable, debido a los largos tiempos en que se dedicaba a cuidar el campo. Podía pasar las tardes enteras arando el campo con ayuda de los caballos, o cuidando a las vacas mientras pastaban, o recogiendo el trigo, el arroz y el maíz para llevarlos a la cabaña… La campesina se dedicaba a supervisar el trabajo de los jóvenes, y la reina… ella decía que sufría de grandes ataques reumáticos y acostumbraba pasar las tardes acostada en su cama, o afuera en el pórtico, dándose un poco de aire con un abanico.

Esa tarde, en particular, la señora (como la llamaban los jóvenes y Marie) se encontraba supervisando a Amelié, quien se encontraba colgando la ropa recién lavada. La señora se mantenía con los ojos cerrados, dejando que la leve brisa de la primavera la refrescara. Amelié tarareaba lentamente una canción, y a lo lejos, se escuchaba a las vacas rumeando, mientras Roberto las cuidaba de que no se escaparan.

Amelié terminó de colgar la ropa limpia, y llevó el canasto vacío de vuelta a la parte de atrás de la cabaña, y lo puso junto a la puerta que llevaba a la cocina. Se estiró y miró al campo, donde podía ver la lejana silueta de Roberto, quien seguía junto a las vacas pintas. Sonrió para sí misma, y entró a la cabaña, donde encontró a Marie, cuidando de la sopa que comerían esa noche.

-¿Necesitas ayuda? –preguntó la joven. Marie volteó a verla.
-No –respondió-. La sopa solo necesita calentarse un poco más, y estará lista.
-Parece ser que he llegado un poco tarde –dijo Amelié un tanto triste-. En ese caso… ¿no hay problema en que vaya a caminar un poco a la orilla del río? –preguntó esperanzada. Marie sonrió.
-Claro que no, pero vuelve pronto. La comida estará lista dentro de muy poco.



Amelié se encontraba con los pies sumergidos dentro de la fría agua del río, mientras los movía para hacer un poco de espuma. Rex, por su parte, se encontraba brincando haciendo más chapoteadero de agua, mientras intentaba atrapar una mariposa. Amelié se reía, mientras la suave brisa revolvía su largo cabello negro. Un par de minutos después, escuchó a su estómago emitir un ligero ruidito a causa del hambre, y consideró que la sopa seguramente ya estaría lista, por lo que sacó los pies del agua, y se pudo de pie.

Le esperaba una caminata de alrededor de 15 minutos, por lo que tendría ya mucha hambre al llegar a la cabaña. Estaba por decirle al perro que la siguiera, cuando el animal se puso muy rígido de repente, y empezó a gruñir hacia algo que se encontraba al otro lado del río.

-¿Rex? –preguntó Amelié, pero el perro siguió gruñendo, sin desviar la mirada. Amelié se acercó un poco al animal, y miró en dirección hacia donde el perro no retiraba la vista. Entonces vio como los arbustos del otro lado del río se movían.

De entre ellos, surgió un enorme caballo blanco, con un jinete elegantemente vestido sobre su lomo, el cual tenía el arco en sus manos, y además, tensionado. Amelié ahogó un gritito, gritó “Rex” con todas sus fuerzas, dio media vuelta y salió corriendo, mientras el caballo hacía lo mismo. Rex ladró estruendosamente, dio un gran brinco y se prendió del pecho del caballo, el cual se paró en sus patas traseras, haciendo que el jinete perdiera el equilibrio, y cayó hacia atrás, disparando la flecha que su arco había mantenido tensa hasta hacía un par de segundos. La flecha atravesó el borde del vestido de Amelié, dejándolo clavado en la tierra, impidiendo a Amelié huír.

Nadie vió el conejo blanco que salió corriendo lejos de ahí, y que prontamente se escondió en el bosque.

Forward To Past: Chapter 4

Capítulo 4: Rihna

            Los asuntos pendientes le habían llevado algo más del tiempo previsto, por lo que Rihna se encontraba ahora caminando sola entre las oscuras calles de la ciudad de Tokyo, con dirección a su casa, en busca de su “hermano”.
            No, ella y Shizuku nunca habían sido hermanos. Desde que los padres del pobre chico murieron, y él se quedo sin guardianes protectores, el Consejo la había designado a ella como el guardián sustituto, y tenían una única regla: estaba terminantemente prohibido el uso de los poderes de Shizuku, como heredero del agua.
            Rihna regresaba a casa, el lugar donde había tenido que vivir durante los últimos 10 años. Pero no contaba con que esa noche, resultara ser algo diferente.

            -Shizuku…
Lo había sentido. Sentía como si el poder del agua se encontrara exactamente a su lado. Sabía que Shizuku había usado sus poderes del agua, pese a la prohibición, pero no solo eso. También había podido sentir los poderes de la heredera del fuego. Y de repente…
Un rayo de luz morado surgió de un punto de la ciudad, el iluminó toda la noche. Rihna se puso inmediatamente a la defensiva, y brincó al tejado más cercano para poder observar la situación. A lo que parecía ser una distancia de aproximadamente 4 kilómetros, surgía ese extraño resplandor morado, que le indicaba que las cosas andaban mal.
-Shizuku, Honoe… -susurró mientras se ponía en marcha-. Tengo que llegar a tiempo…
Pero no llego.

Escondida detrás de uno de los tejados de la mansión de la familia de Honoe, pudo verlo todo:
Aquel chico alto y delgado invocando los poderes de la oscuridad, y frente a él, la campana de luz que mantenía prisioneros a…
-Mizu, Kaji… -susurró Rihna, mientras los veía desvanecerse junto con la luz, y ahora, en aquel oscuro lugar, solo podían distinguirse las sombras de aquel joven, y las dos pequeñas niñas que habían vuelto a recuperar su forma, una vez que la luz se disolvió.
-Deja de esconderte, podemos verte a la perfección –le dijo el joven a Rihna.
La chica se sobresaltó un poco, pero recuperó su compostura, y bajó brincando de techo en techo, hasta llegar al suelo. Ahora que estaba delante del chico, pudo distinguir de quién se trataba.
-Tsu… ¿Tsumi? –preguntó débilmente mientras se acercaba lentamente a él.
-Al parecer, esta chica lo conoce, Joven amo –dijeron Tora y Buru al tiempo.
-Parece ser que mi padre tenía razón, el Consejo sabe de nuestra existencia.
-¿Qué has hecho con Shizuku y Honoe?
-¿Te refieres a Mizu y Kaji? Solo he hecho lo que mi padre me ha ordenado.
-¿A donde los has mandado?
-Eso es algo que me parece que no debo decirte a ti. Tora, Buru, debemos irnos.
-¡Espera! –dijo Rihna, al tiempo que se adelantaba para detenerlo, y lo tomaba del brazo.
            -Quite sus sucias manos del amo, señorita –dijeron Tora y Buru mientras se acercaban a ella.
            -No pueden obligarme…
            -Tora, Boru… -les dijo Tsumi, y las dos chicas se sonrieron.
            -Como usted desee, Joven amo –y miraron a Rihna, de nuevo con esa sonrisa tenebrosa-. Dulces sueños, señorita.
Y cada una de ellas colocó una de sus manos en uno de los ojos de Rihna, con lo que la chica sintió como perdía sus fuerzas, y solo un par de segundos después, sus piernas le fallaron dejándola caer al piso, y perdió el conocimiento.



            Siempre que entraba al Consejo, tenía la sensación de que entraba a un hospital. Los monjes con sus capas blancas le recordaban a los doctores y sus batas, las paredes blancas y el aroma excesivo a limpio la ponían nerviosa. Antes de abrir los ojos, ya sabía dónde estaba. Se giró un poco en la cama, fingiendo que aún dormía ya que estaba segura de que al despertar tendría problemas, pero…
            -El Sacerdote Supremo ya sabe que estás despierta. A él no le puedes ocultar nada, Rihna. Debes darte prisa, que están esperando leer tu memoria.
            Rihna abrió los ojos lentamente. La habitación se encontraba completamente vacía, y en ese momento, la puerta se cerraba sola. Sintiéndose algo avergonzada, se apuró a bajar de la cama, ponerse los zapatos, y salir de la habitación.
            Conocía el Consejo como la palma de su mano. Había vivido en él desde que había nacido, y cuando tuvo que mudarse para cuidar al heredero del agua, visitaba el lugar cada mes para llevar los reportes acerca del comportamiento y vida de Shizuku. Igual que cada mes, se dirigió a la oficina del Sacerdote Supremo, y después de tocar tres veces la puerta, y escuchar el tan acostumbrado y calmado “adelante”, Rihna entró a la oficina. Pero esta vez, había un cambio.
            El Sacerdote Supremo no estaba solo. Se encontraba con él una chica muy parecida a Rihna, pero que al mismo tiempo tenía cierto parecido con un fantasma, debido a su pálida tez y el vaporoso vestido blanco que llevaba. Tenía un aire de fragilidad, como si al menor paso pudiera romperse en trozos, y daba la impresión de que flotaba unos centímetros por encima del suelo.
            Por el otro lado de la habitación, se encontraban dos personas más. Un par de gemelos, niño y niña, que parecían estar ya alrededor de los 20 años. Tenían el cabello rubio dorado, y los ojos azules, y se sujetaban de la mano de manera silenciosa, con una sonrisa algo tenebrosa.
            -Vaya Rihna, que suerte tenemos de que hayas despertado tan rápido –dijo el Sacerdote Supremo, mientras se levantaba de su asiento, e invitaba a Rihna a que fuera ella la que se sentara-. Esta noche, hemos podido sentir dos presencias que se supone que no deben de hacer acto de presencia todavía. También, hemos sentido un poder maligno surgir cerca de ellos, y solo unos segundos después, ya no sentimos nada. Tu protegido uso sus poderes, no solo él, también la heredera de fuego, pese a la terminante oposición del Consejo…
            -Señor, no es culpa mía, se lo juro-. Suplicó Rihna-. Aceptaré mi castigo como la falta que cometí, aunque debo de decirle que el accidente, ha ocurrido fuera de mi alcance. Yo también pude sentirlo, Señor, y por más que traté de llegar a tiempo, yo…
            -No es necesario que des explicaciones Rihna. Sabemos que el Consejo te entretuvo con unos trámites… algo complicados.
            -He oído que al parecer, quiere leer mis memorias.
            -Así es, Rihna. Queremos saber que les ha ocurrido a nuestros dos herederos. Kioku, por favor…
            -Si no tienes ningún inconveniente, voy a empezar –la chica que parecía un fantasma, Kioku, se acercó a Rihna, y colocó su mano sobre su frente.
Rihna y Kioku cerraron los ojos. Después de solo unos segundos, Kioku volvió a abrirlos, y miró de manera aterrada al Sacerdote Supremo.
            -Es terrible –le dijo mientras se alejaba de Rihna, y esta abría los ojos, y todas las miradas se posaban sobre el Sacerdote Supremo-. Tsumi ha dividido las dimensiones.
            -En ese caso, todo va según lo planeado –los gemelos hablaron por primera vez, y se sonrieron entre sí ya que ahora eran en el centro de atención-. Los clones han hecho contacto.



            El Sacerdote Supremo había podido sentirlo. No era necesario que viera a los herederos poner sus habilidades en práctica, dado que la presencia del agua y del fuego era algo que se podía sentir en el ambiente. Y esa noche, lo había sentido con muchísima claridad. Pero, tal y como él lo había sentido, Kurayami lo había sentido también.
            Ahora que el heredero del agua y la heredera del fuego eran un punto fácil para Kurayami, al Sacerdote Supremo no le quedaba de otra más que esperar que Rihna hiciera algo, pero su hija había llegado demasiado tarde. Confiando en las habilidades de su otra hija, Kioku, mando traer el cuerpo inconsciente de Rihna, y esperar que Kioku pudiera extraer información valiosa de su memoria.
            Y ahí estaba su invocadora de memorias, Kioku, diciéndole que la realidad se había partido en tres, y que los herederos nacidos no existían más en este mundo.
            -Aquellas dos niñas que Rihna vio –le explicaba Kioku al Sacerdote Supremo-, son energía creada por Kurayami, con forma humana. Ellas fueron el círculo de invocación que mandó a nuestros herederos a dos dimensiones alternas.
            -¿Y Tsumi que hacía ahí?         
            -Antes de partir, Tsumi aplicó un conjuro sobre los herederos: Tsumi les ha sellado la memoria, y los ha hecho partir a estas dimensiones sin posesión de ningún recuerdo de lo que ocurra, hasta que despierten en estas dimensiones. El conjuro será eliminado cuando Kurayami decida que es momento de que regresen a este mundo.
            -¿Y cuándo será eso?
            -Cuando Kaze despierte.
            -Pero Kaze no existe…
            -Quizá no ahora, pero sí en un futuro.
            -Debemos de regresarles la memoria. Tú podrías…
            -Se equivoca –interrumpieron los gemelos-. Nosotros también hemos hecho nuestra movida.
            -¿A qué se refieren? –dijo el Sacerdote Supremo, y los miró fijamente.
            -Kurayami cree que los ha mandado a las dimensiones que el diseñó para los herederos, pero nosotros se lo hemos impedido –le explicó la rubia chica-. Tal como Madre Naturaleza nos ha indicado, cada uno de los herederos fue mandado a una dimensión distinta, creada específicamente para hacer crecer sus poderes de heredero, y ser lo suficientemente fuertes para cuando el momento llegue…
            -¿El momento?
            -Sacerdote Supremo, esta vez no se trata de sacrificarse y morir –le dijo el rubio chico-. Esta vez, los herederos tendrán que luchar. Esas dimensiones se crearon con ese propósito. Será mejor que los herederos vivan ahí hasta que el momento llegue, pensando que esa es toda su realidad, de lo único que deben preocuparse ahora, es de estar a la altura de Kaze, cuando despierte. No se preocupe, no están solos. ¿No es así, abuela?
            -Así es, abuelo.
            Y se sonrieron el uno al otro, mientras reían en silencio.



            La mano de Kurayami había dejado su silueta grabada en la mejilla de Tsumi. Era una gran mancha roja, que le provocaba al pobre chico un ardor, y lo hacía lagrimear, mientras aguantaba las ganas de gemir, acurrucado en un rincón.
            Su padre por su parte, no podía dejar de dar vueltas a la habitación, y al estar su hijo demasiado lejos como para atestarle otro golpe, se desquitó con lo primero que encontró: el espejo.
            El puño de Kurayami se encontraba bañado en sangre, igual que los trozos de vidrio que habían caído al suelo. Kurayami se envolvió la mano en la túnica, y mientras se acercaba a la puerta, le dijo a su hijo “limpia eso” y salió.
            Tsumi se levantó a duras penas. Las piernas le temblaban, pero tenía que hacer lo que su padre le ordenaba, porque si no, tendría que pagar las consecuencias con otro golpe, quizá aún más mortífero.

            Kurayami, por su parte, caminaba por los pasillos de la mansión, en dirección a sus aposentos. Mientras caminaba, la sangre que había quedado sobre su mano, era absorbida por la herida, y esta se había vuelto a cerrar, dejando ningún rastro de lo que había pasado hacía apenas un par de minutos con el espejo.
            Pero, ¿cómo era posible? Su plan no tenía fallo alguno. Tsumi le había dicho que el sellado de las memorias había salido a la perfección, y Tora y Buru habían transportado a los herederos a otras dimensiones, pero… ¿Por qué no eran las dimensiones que él había previsto?
            Cegado por el coraje, volvió a estrellar el puño en una de las ventanas, y mientras seguía avanzando, la herida volvió a sanarse.