The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


6 de enero de 2011

The Superior Imagination

Era un poco depresivo el abrir los ojos y darse cuenta de la realidad que se cernía sobre él. Esa realidad que lo acosaba de la misma manera en que un buitre asecha a su presa agonizante. La música estaba tan fuera de lugar. Parecía sacada de alguna sosa sala de espera, como la de un consultorio médico. ¿Pero qué podía hacer él? El darse cuenta de que nada dependía de su mano le provocaba la depresión en un nuevo nivel, a cada paso que daba. Después de todo, ¿qué camino se suponía que estaba siguiendo? ¿O es que acaso estaba trazando un sendero nuevo? Las lágrimas que caían silenciosamente no le permitían ver más allá de tres palmos, por delante de su nariz. La canción había cambiado; ahora podía escucharse algo mas “orquestado”. Un poco más acorde a los sentimientos y pensamientos que inundaban su mente. Aunque eso no hacía más que aumentar su dolor. ¿Cuál era el pago por desaparecer? Así como desaparecían esos acordes de violín y se fundían con los mágicos sonidos que emanaban del piano. ¿Era eso un sueño? Sonaba tan fantasioso… Quizá se tratase solo de un sueño. El sueño de alguien más. Hubiera dado su vida entera por saberse parte de la imaginación de un ser superior. Pero quizás, y solamente quizás, ya lo era.

The Pick Up

El viaje en el avión había sido aburrido y preocupante al mismo tiempo. Christine y su secretaria se encontraban a bordo del jet privado de la compañía Talasha & Co, terminando de recoger el equipaje de mano. Cuando la secretaria hubo cargado con las dos pequeñas maletas, Christine se encaminó a la salida, mientras la tripulación del jet se despedía de ella con una reverencia.

Abajo, en la pista, se encontraba su investigador privado, Robert "algo", apoyado en un Rolls Royce negro. Sonrió al ver a Christine, quién se detuvo y forzó en su rostro una sonrisa. Robert rió por lo bajo, mientras Christine abría la puerta y se subía al asiento del copiloto. Robert se apuró a darle la vuelta al vehículo, mientras la secretaria subia en los asientos de atrás, y las aeromozas cerraban la cajuela, que ahora contenía las dos simples maletas de mano. Robert se colocó detrás del volante, encendió el Rolls Royce, y salió del aeropuerto, rumbo a la ciudad de New York.

-¿Y se puede saber por qué decidiste contratarme ahora como tu chofér? -preguntó Robert, mientras el Rolls Royce recorría la 5ta avenida.
-Tenía ganas de mantenerte cerca.
-¿Me extrañaste? -la secretaria rió por lo bajo.
-Si serás idiota -y Christine miró por la ventana-. Te necesito cerca para llevar a cabo otras investigaciones.
-Ah, ya me había emocionado.
-Cállate y conduce.

Después de media hora, aproximadamente, se encontraban afuera del hotel donde Rosallie se hospedaba. Robert y la secretaria esperaron en el auto, Christine bajó del Rolls Royce, y se dirigió dentro del edificio. Subió al 3er piso, torció a la derecha, casi llegando al fondo del pasillo, y se detuvo delante de la puerta con el número 32. Tocó un par de veces, y antes de esperar respuesta, abrió la puerta.

-¿Tía Christine? -Rosallie se encontraba sentada en el borde de la cama, sosteniendo un par de bolsas Prada.
-Oh, siento haber olvidado decirte que iba a venir -Christine fingía un tono de sorpresa, que hizo que Rosallie abriera un poco más la boca, dejando las bolsas sobre la cama-. ¿Y que hacías antes de que entrara? ¿Pensabas ir a algún lado? -Christine apuntó a las bolsas con un movimiento de cabeza.
-No, es decir, si. Iba a empeñar estas dos. Supongo que ya están algo anticuadas -dijo tratando de restarle importancia al asunto.
-Me imagino que nuevamente tienes problemas económicos. ¿Y en cuanto pensabas empeñarlas?
-No lo se, la mitad de su valor, supongo. Entre las dos puedo sacar 800 dólares.
-Recoge tus cosas, te espero en el recibidor. Tienes 15 minutos.
-¿Me llevarás a empeñar?
-Algo mejor que eso. Date prisa, tu tiempo empieza a correr -y Christine salió de la habitación.

15 minutos después, Christine subía nuevamente al Rolls Royce, mientras Rosallie subía a la parte posterior del auto con las bolsas aún en mano, Robert subía la maleta a la cajuela, y luego se ponía tras el volante nuevamente.

-Dime, Katie -Christine se dirigió a su secretaria-. ¿Cuántos años llevas trabajando para mí?
-El próximo mes ya serán 15 años, señora.
-Perfecto. Rosallie, dale las bolsas a Katie, toma.

Christine le dio a Rosallie 800 dólares, mientras la asombrada secretaria tomaba los bolsos Prada, y Robert dirigía el Rolls Royce de nuevo a la 5ta Avenida.

-

The Unexpected Visit

Mientras se vestía, lo más rápidamente que podía, seguía viendo delante de ella aquella frase que estaba escrita en el papel. "Comprometido con Mía Roché". Rosallie seguía repitiendo esas cuatro palabras en su mente. Mía Roché. ¿Quién era Mía Roché?

Terminó de vestirse, y mientras tomaba el bolso Chanel, se metió el pequeño trozo de papel que contenía la dirección de Leopold Hudson, y salió a la calle, a buscar un taxi que la llevara. Media hora después, se encontraba en una bonita casa victoriana, ubicada en el centro de la ciudad. No muy grande, no muy pequeña, dejó a Rosallie con la idea de que la casa había sido escogida por la futura mujer.

Dió un leve suspiro, pagó al taxista, y se bajó del vehículo. Delante de la casa, de pie en la acera, suspiró de nuevo. ¿Y ahora qué? ¿Debia simplemente tocar a la puerta y pedir hablar con Hudson, arriesgándose a encontrarse a la mujer, o a que el caballero inglés se negara a a recibirla? O quizá Leopold ni siquiera estaba en la casa, seguiría en la oficina, y podría pescarlo antes de entrar.

Pero cada idea que se le ocurría, se volvía a su propio criterio, tonta, infantil y desesperada. Suspiró una tercera vez, y se sentó en el primer escalón de la entrada de la pintoresca casa. Apoyó su cara en sus manos, y miró al piso. Se había gastado los ahorros y ahora no sabía que hacer.

-¿Se encuentra bien, señorita? -preguntó la voz de un hombre. Rosallie levantó la mirada. Entonces, el señor retrocedió rápidamente, mientras ella se ponía de pie con un brinco-. ¿Qué... qué estás haciendo aquí? ¿Cómo me encontraste?
-Leopold... -susurró Rosallie, mientras Hudson retrocedía nuevamente.
-¿Qué haces aquí? -repitió él, asustado.
-Vine a buscarte. No puedo creer que me hayas abandonado así. Tengo que hablar contigo.
-No puedes estar aquí, ¿que sería de mí si mi prometida nos ve?
-Eso debiste pensar antes de acostarte conmigo.
-Shhh -susurró Hudson, mientras le tapaba la boca-. No podemos hablar de eso aquí afuera. Tanto quieres hablar, vamos a mi estudio.

Y sin atreverse a tomarla de la mano (le daba miedo siquiera rozarla) la precedió dentro de la casa.

-Querido, has llegado -se escuchó la cálida voz de una mujer. Hudson se quedó quieto en el recibidor, mientras aparecía a medio pasillo, su futura esposa. Una mujer pequeña, delgada, de largo cabello negro, con los ojos del mismo color, que contrastaban en una piel pálida. Rosallie no pasó por alto los lentes que llevaba puestos, y pensó (con malicia) que semejante "intento" de mujer, no podría arrebatarle al hombre que amaba.
-Amor -dijo Hudson, tratando de parecer calmado-, siento mucho traer el trabajo a la casa, pero quería llegar rápido para probar esa lasaña; es por eso que esta jovencita me acompaña. Te prometo que no tardaré mucho, amor.

La futura esposa, Mía, sonrió tanto a Leopold, como a Rosallie, y regresó a la cocina. Hudson entonces recorrió el pasillo, y torciendo a la derecha, subió las escaleras que los llevaron a él y a Rosallie al segundo piso. Un par de segundos después, se encontraban a puerta cerrada dentro del estudio del caballero inglés.

-¿Entonces qué es lo que  quieres? ¿Vienes a sobornarme con contarle a mi prometida sobre nuestro encuentro casual? ¿Cuánto dinero crees que puedes robarme?
-No vengo a hacer eso -se defendió Rosallie, mientras veía como Leopold recorría el lugar, a grandes zancadas-. Vengo a decirte que te amo.
-¿Y eso qué?
-¿Cómo que "y eso qué? Recorrí todo el país para buscarte, lloré por tu ausencia, gasté todos los ahorros de mi vida para volver a encontrarme contigo...
-Pues lamento escuchar eso. Estaba seguro de que sabías que aquello fue solo una aventura de una sola noche. No se en qué estaba pensando cuando decidí arriesgarme así, pero tienes que saber que yo a Mía la amo, y no la dejaré por nada ni por nadie. Y eso te incluye a ti. Así que te recomiendo que vayas y regreses a tu vida antes de mí, porque yo seguiré con la mía antes de ti. Y el asunto está zanjado.
-Pero...
-Dije que eso es todo.

Tomó a Rosallie del brazo, y la levantó de la silla donde la chica se había sentado. Salieron del estudio, bajaron las escaleras, y la llevó a la puerta de la casa.

-Ahora, si me disculpas, tengo una prometida que me espera, y un plato de lasaña caliente en la mesa que pide que lo coma.
-No entiendo que le pudiste ver a ella -susurró Rosallie con desprecio-. Es chaparra y demasiado flaca. No tiene cuerpo, no parece... "mujer".
-¿Ah, si? Pues es la "mujer" que me ha estado apoyando desde hace 10 años, aquella que, a diferencia de ti, supo ganarme con amor, apoyo, comprensión y afecto, a diferencia de ti que solo sabes usar minifaldas y escotes. Ella es mi secretaria.

Y cerró la puerta con un estrépito, que dejó a Rosallie más en shock de lo que ya estaba.

No sabía como le haría, ni sabía cuando sería, pero volvería a aquella casa. Se dijo a sí misma que haría entrar a Leopold en razón, y que aquella "secretaria" seguiría siendo simplemente la secretaria durante toda su vida.

Sabía que Leopold era el amor de su vida, y aunque sonara un poco interesado, sabía también que era uno de esos peces gordos, y que no podía dejarlo escapar.

Sonrió lentamente, una sonrisa fría y calculadora. La sonrisa que se dibuja cuando surge en la mente un plan malévolo. Contuvo una leve risita, y se dio la vuelta. Bajó el par de escalones, y caminó a la esquina, donde tomó un taxi, para ir de regreso al hotel donde se hospedaba.

Mientras el taxista conducía rumbo al hotel, el teléfono de Rosallie sonó, indicando que tenía un mensaje nuevo. Sacó el celular, y miró la pantalla: el mensaje era procedente de su tía Christine.

"No vayas a cometer ninguna estupidez. Voy para allá. Llego en la noche."

Cerró el celular, y volvió a sonreír. No necesitaba que su tía le diera consejos, ella sabía perfectamente que tenía que hacer, y estupidez o no, era el mejor plan que tenía.