The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


16 de enero de 2011

The Opened Door

Salieron del distrito de Queens mientras Christine regañaba a Rosallie por haberse quedado en tan feo lugar. Rosallie decía que Queens le traía muy buenos recuerdos de su infancia, ya que había sido ahí donde Christine había sido la única tía que la había “adoptado” después de que sus padres murieron. Christine dijo que simplemente odiaba Queens porque fue donde vivió toda su pobre niñez, y ya no se habló nada del asunto.

           Así que salieron de Queens, y se dirigieron a Manhattan. Christine tomó el celular, y realizó una rápida llamada, tras la cual, le indicó a Robert que pasara de largo la 5ta Avenida, y fuera un poco más adelante, hasta llegar a Central Park, donde tenía que dar vuelta a la derecha. Llegaron a un edificio de departamentos de gente millonaria, y fue ahí donde bajaron.

                Christine tenía ya reservado el departamento del piso 15, donde se quedarían ella y su secretaria Katie, mientras que Rosallie estaba en uno de los departamentos del piso 5. Robert, por su parte, se quedaba en una modesta posada, unas calles más abajo. El investigador privado subió las maletas a los departamentos y después de intentar invitar a Christine a cenar (cosa que no logró), se retiró del edificio, prometiendo estar al día siguiente a primera hora del día, ya que Christine quería ir de compras.

                Así que al día siguiente, a primera hora de la mañana, Christine y su secretaria Katie, recorrían las tiendas de la 5ta avenida.

                -¿Señora, se puede saber por qué no trajo nada de ropa si sabía que se quedaría una temporada por aquí? –preguntó Katie, mientras entre ella y Robert cargaban las compras.
                -No quería cargar cosas inútiles que me recordaran al imbécil por el cual tuve que recorrer el país. Anótalo como número uno. Número dos, ir de compras me relaja, y necesito estar tranquila cuando a aquel imbécil reciba los papeles de demanda con cachetada incluida. Y número tres, quería renovar el guardarropa.

                Y fue así como toda la mañana, y gran parte de la tarde, Christine no vio más que ropa, joyas y accesorios nuevos, mientras que Katie y Robert no veían más que bolsas y paquetes amontonarse en sus manos.

                Por otro lado, aún en el departamento número 4D del piso 5, Rosallie, que había vendido sus dos bolsos Prada favoritos por 800 dólares, se encontraba ahora viviendo a expensas de su tía Christine. Así que se dedicó toda la mañana a pensar en un plan para poder volver a ver a Leopold Hudson, pero como su cabeza seguía llena de recuerdos sobre aquellos bolsos verdes, no adelantó mucho. Así que llamó a una pizzería cercana, y después de acabarse una pizza grande ella sola, fue cuando las ideas surgieron en su cabeza, y se decidió a cenar helado y quizá una hamburguesa. Su plan, si fallaba, le saldría muy caro.

                Alrededor de las 5 de la tarde, Rosallie había salido a dar la vuelta, para despejar su mente. Christine había vuelto a su departamento para dejar las compras de aquella media tarde, y cambiarse por un vestido de coctel rojo, su color favorito. Y así, ella, Kaite y Robert, volvieron a salir.

                -Buenas tardes –la voz de Robert se escuchaba en el recibidor de la pequeña casa, ubicada frente al Starbucks de la esquina.
                -Buenas tardes, joven –respondió la anciana que había abierto la puerta. Miró a Robert un poco asustada, seguramente pensaba que era un cobrador.
                -Discúlpeme la molestia, honorable dama, pero estoy buscando a Daniel Stevenson, me dijeron que podía encontrarlo aquí.
                -Oh, oh si, aquí vive –dijo la anciana, haciéndose a un lado para que Robert pasara, pero en ese momento Robert se hizo a un lado, y dejó entrar a la dama del vestido rojo, dejando a la anciana sorprendida.
                -¿Se encuentra arriba? –preguntó Christine, mientras la anciana decía que sí, con la boca abierta.
                -La primera puerta a la derecha, querida…

                Christine y Robert subieron al segundo piso. Christine tocó sólo una vez a la puerta, y antes de esperar respuesta, entró.
                -¿Qué…? ¡¿Qué haces tú aquí?! –preguntó Daniel, poniéndose de pie de repente.
                -Qué gusto verte… -respondió Christine, mientras entraba a la habitación-. Muy poco sensato de tu parte huir de tal manera, pequeño Daniel.
                -¿Qué es lo que quieres?
                -Oh, solo vengo a informarte de una pequeña demanda que he puesto en tu contra. Digamos que, la belleza de auto que está estacionada allá afuera, la has robado.
                -Pero… ¡Pero ese auto me lo has regalado tú!
                -Digamos que te he contado una mentirilla. Por favor Daniel, te amé, pero no a tal punto de regalarte un Cadillac. Digamos que fue, un préstamo. Préstamo que has robado, traficado a lo largo de todo el país, y que ahora debes devolver. Me gustaría mucho simplemente tomar las llaves ahorita y despedirme de ti para nunca volver a verte en mi vida pero… -y aquí, Christine se alzó cuan alta era, usando un tono de voz un poco amenazador, haciendo que Daniel se encogiera en un rincón-: Has sido un completo imbécil al pensar que podrías simplemente huir de mí, pensé que me conocías, pero ya veo que no. Así que, si tú te has dignado a romperme el corazón y mi imagen al querer hacerme parecer una vieja solterona a la cual acababan de dejar, déjame decirte que estás muy equivocado, y te regresaré el favor. Así que tienes una demanda por delante, disfruta viendo el Cadillac, hasta que te deje en la quiebra y entonces sí, me lo lleve en una grúa para que veas todo lo que has perdido.

                Christine aventó los papeles de la demanda a los pies de Daniel, le dirigió una última mirada asesina, y se dio la media vuelta.
                -¡Eres una…! –ocurrió muy deprisa. Daniel había tomado a Christine por el brazo, pero antes de poder sujetarla con fuerza, Robert se había entrepuesto, sujetándolo del cuello.
                -¡Cuidadito con lo que haces, muchacho! –Daniel soltó a Christine, quien se alejó prontamente. Daniel farfullaba a causa de la presión que Robert ponía en su tráquea, que no le permitía respirar.
                -No creo que quieras agregar a la demanda agresión, Daniel, así que a partir de hoy, ten mucho cuidado –Christine le dirigió una mirada asesina, y salió de la habitación. Robert derribó a Daniel, y le propino un buen puntapié en el estómago.
                -Allá va la mejor mujer que pudiste haber tenido, allá va la mejor mujer que jamás podrás dejar ir –Robert le susurró a Daniel-. Allá va tu felicidad –y con una risa un poco sarcástica, salió del lugar.

                -Las cosas fueron mejor de lo que esperábamos –Christine le dijo a su secretaria, mientras subía al auto.
                -¿Ha presentado resistencia? ¿Qué le dijo?
                -No ha dicho nada, estoy segura de que ha de estar mirando por la ventana, esperando el momento en que vea el auto arrancar. Entonces bajará y buscará en la guantera del Cadillac los papeles, y cuando lea las letras pequeñas, bueno… Se dará cuenta de que efectivamente, me ha robado el Cadillac. Si no es tan imbécil como ha demostrado serlo hasta ahorita, se quedará en esa casa, leerá los papeles de la demanda, y se presentará a la audiencia de la semana próxima.
                -¿Y si no? –preguntó Katie -. ¿Si es que piensa en huir…?
                -Aumentarían los cargos, y tendría aún más cosas que perder. Y además, tenemos a Robert. Él puede rastrearlo, vaya a donde vaya.

                Robert sonrió, y puso el auto en marcha. Katie procedió a ponerse el cinturón de seguridad, y Christine sacó el celular.

                -Aún tenemos tiempo, parece ser que llegaremos temprano.
                -¿A dónde vamos? –preguntó Robert, mientras empezaba a conducir.
                -A casa de Leopold Hudson. Tenemos una cena ahí esta noche.
                -¿El amante de su sobrina? –Robert dijo con atrevimiento. Christine rió.
                -Un “caballero” de la talla de Leopold Hudson no se tomaría enserio a una niña mimada como Rosallie. No dudo que se hayan acostado, he ahí el encaprichamiento de mi sobrina. Pero de una noche de pasión, a una vida entera juntos, que es lo que ella planea, hay mucha distancia.
                -Y el señor Hudson está por casarse… -susurró Katie.
                -Exacto. Así que espero que Rosallie no cometa ninguna estupidez. Mira que meterse con Mía Roche, con lo amable y linda que es. Será mi sobrina, pero no tengo verdaderamente lazos que me unan con ella. Ahora, Leopold Hudson es otra cosa. Será un inglés con apellido y título rimbombante, pero tiene dinero, y estatus, y nos abrirá las puertas para extender la compañía por toda Europa. Así que sí, en pocas palabras, nos conviene que se case con Mía Roche.
                -Aunque la señora Roche solo era la secretaria del señor Hudson.
                -Bueno Katie, hay ciertas cosas que no mucha gente sabe pero, la familia de la señora Roche, también fue en su tiempo, una familia poderosa –Robert entró a la conversación-. Ahora lo único que les queda, es el apellido, perdieron el dinero hace ya varias generaciones. Es muy posible que Hudson lo sepa, y si no es así, pues lástima por él; pero ese matrimonio, les conviene a los dos. A ella, le regresará la fortuna, y a él, le abrirá muchas puertas en Francia.
                -Eso significa…
                -Que primero nos ganamos la confianza de Hudson demostrando ser una buena inversión, y entramos a Inglaterra. Despúes, nos ganamos el cariño y aprecio de Roche, y entramos a Francia e Italia. Y así, con la parejita, tenemos más oportunidades de tratar con Boulet y tener la sucursal en Alemania. Todo está fríamente calculado, Katie.
                -Hemos llegado –dijo Robert, mientras estacionaba el auto.
                -Que bonita casa –dijo Christine mirando por la ventana-. Nadie creería que aquí están por firmarse contratos que nos volverán el banco más importante del mundo. Pero bueno, nadie creería que mi fortuna se debe a la suerte de comprar el boleto ganador de la lotería. 5 millones en efectivo…

                Y los tres bajaron del auto. Robert tocó el timbre. Mía Roche les abrió la puerta personalmente. Los saludó, abrazó y besó en las mejillas, y los invitó a pasar. Aquella sería una velada muy productiva.

Forward To Past: Chapter 2

Capítulo 2: La tierra del mar

            Cuando pudo abrir los ojos, se dio cuenta de que se encontraba en un lugar que no había visto nunca en su vida. De hecho, cuando por fin puedo enfocar las paredes rojo carmesí, y la ventana abierta que le soplaba un fresco aire en la cara, se dio cuenta de que era lo primero que veía en su vida. No era que se tratara de que estuviera ciego y de repente pudiera ver, era simplemente que no tenía memoria.
            -Parece ser que por fin has despertado –le sonrió una anciana desde un rincón de la habitación, donde aparentemente tenía un pequeño bote con agua fría, para cambiar el paño que se había caído de su frente, al despertarse y sentarse en la cama.
            -¿Dónde estoy? –fue lo primero que pudo preguntar, mientras se frotaba la frente, quitándose las gotas que se habían quedado prendidas.
            -Estas en el templo Unmei. Apareciste aquí hace 3 días. Mi nieta está deseosa de que despiertes. Eres lo más cercano a alguien de su edad en todo el lugar.
            -¿Nieta…?
            -¡Abuela! –se escuchó el gritó de una chica. Los pasos que venían velozmente desde el pasillo, y el azote de la puerta al abrirse-. ¡Abuela, no vas a creerlo! El sacerdote supremo me ha dicho que he superado mi poder a más del doble, solo en esta semana.
            La anciana le sonrió dulcemente. Estaba por felicitarla, cuando vio que la mirada de su nieta se enfocaba en el chico que seguía sentado en la cama.
            -¿Es él? –preguntó la chica-. ¿Ya despertó por fin?
            -Así es, Kaji. El es Mizu.
            -¿Mizu? –preguntaron Kaji y también el chico al mismo tiempo.
            -Ya decía yo que quizá no recordabas ni tu propio nombre –intervino la anciana, mientras se ponía de pie trabajosamente, y se acercaba a la puerta de la habitación-. Los dejaré que conversen un rato, ya los llamaré para que bajen a cenar- y salió de ahí dejándolos solos.

            La chica, llamada Kaji se acercó a él lentamente. Kaji era una chica de 18 años, bajita, de largo cabello pelirrojo, ojos negros y piel blanca. Mizu, por su parte, era un pequeño de apenas 8 años, con el cabello negro y ojos igual de oscuros, con una tez blanca y una expresión sonrojada. Kaji se acercó lentamente a él, y se sentó en el borde de la cama, contemplándolo silenciosamente. Al final, decidió hablarle:
            -Mucho gusto –le dijo -, yo soy Kaji, la heredera de los poderes del fuego. Así que tú eres Mizu, el heredero de los poderes del agua.
            -¿Poderes del fuego? ¿Del agua?
            -Así es –le sonrió la chica, y mientras se ponía de pie de un brinco, de la punta de los dedos de su mano derecha, surgió una pequeña llama. Mizu lo observaba perplejo, siguiendo el ritmo de las puntas del fuego.
            -¿Cómo haces eso? –le preguntó al final.
            -Es una habilidad que tengo desde que nací –explico Kaji mientras apagaba la llama, y volvía a sentarse en el borde de la cama-. Soy la única del templo que puede hacerlo, por lo que no tengo permitido el salir de aquí. Los monjes me llaman “la heredera del fuego”. El vidente del futuro dijo que llegaría muy pronto la segunda entidad. Hace apenas 3 días te apareciste flotando desde el cielo, y caíste en manos de uno de los mojes. La abuela dijo que la profecía hablaba de ti, y te identificó rápidamente como “el heredero del agua”. Nuestra misión es mantenernos a ti y a mí ocultos hasta que el “destino” comience.
            -¿Destino? ¡Pero yo no sé nada sobre manejar el agua!
            No tienes de qué asustarte. Has nacido con esa habilidad, y los monjes te ayudarán como a mí para que lo desarrolles hasta su máximo.
            En ese momento, Mizu estaba por preguntarle algo más a Kaji, pero se escucharon unos golpeteos en la puerta, y apenas dos segundos después de que dijo “adelante”, la figura de la anciana a la que Kaji llamaba abuela, apareció dentro de la habitación.
            -La cena ya esta lista, niños míos –dijo la señora, y Kaji se apuró a bajar de la cama nuevamente.
            -Necesitas cambiarte, Mizu –le sonrió-. La abuela te ha dejado ropa ahí –y señalo una silla que tenía algo de ropa arriba de ella-. Cuando estés listo, vendrás. Te estaremos esperando.
            Y las dos salieron de la habitación.
            Apenas estuvo solo, Mizu bajó de la cama. Por alguna extraña razón, se sentía diferente. Se acercó al espejo, y se examinó. No podía decir que su cara era o no la misma de siempre, ya que era la primera vez que se miraba en un espejo, pero sabía que algo en el no cuadraba. Tenía lo que era el aspecto de un niño de primaria, no pasaba de los 8 años. Pero él sabía que esa no era su edad correcta.
            Definitivamente había algo mal ahí.
            Se terminó de examinar la cara, pero encontró todo normal, por lo que se enfocó en la ropa limpia que lo esperaba. Se cambió lo más rápido que pudo, y salió de la habitación, dirigiéndose al comedor.
            Pero lo que había captado automáticamente su atención, fue lo que se encontraba en el centro del templo:
            Se trataba de un lago de tamaño mediano, que en el centro tenía una base que sostenía lo que parecía ser una copa de oro, dentro de la cual, surgía una gran flama roja como la sangre, y sobre la cual, una esfera de un blanco traslúcido daba vueltas sin parar: aire.
            Mizu empezó a caminar inconscientemente, repitiendo “agua, fuego, aire” para sí mismo. Sus pies iban encontrando el camino de manera automática, y se encontraba ya al borde del lago, cuando una mano en su hombro lo regresó a la normalidad.
            Se trataba de uno de los monjes, quién amablemente se ofreció para enseñarle donde se encontraba el comedor, con lo que los dos empezaron a caminar, mientras Mizu no pudo evitar mirar hacia atrás, observando nuevamente el lago, la llama y la esfera, repitiendo nuevamente, en un susurro: “agua, fuego, aire”.