The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


3 de diciembre de 2010

The Count

"Desde que tenía memoria, Melissa tenía una manía. Si, seguro que tú también tienes una de esas. Hay gente cuya manía es acomodar las crayolas por órden en la gama de colores, otros cuya manía consiste en acomodar los cubiertos a la misma altura en la mesa, y otras gentes que prefieren depender de acomodar libros o discos por órden alfabético y hasta cronológico.

Pero la manía de Melissa es algo diferente. De hecho, no sé si debí llamarla manía, pero no se me ocurre otra palabra mejor para describirla.

Podemos empezar a describir este caso particular cuando Melissa tenía 6 años, y había querido salir a jugar con su padre al jardín delantero de la casa. Y papá dijo que no. Así que Melissa se guardó las ganas y la pelota, mientras subía las escaleras de la casa para dirigirse a su habitación, rebotando la pelota en cada peldaño, y contando los pasos. “Entretente en otra cosa, estoy ocupado” había sido la respuesta de su padre.

Así que después de contar los 16 escalones que la llevaban al piso superior, y los 14 pasos que la separaban de la puerta de su habitación, dejó caer la pelota, la cual rebotó 12 veces hasta llegar a un rincón donde se detuvo, y miró a la ventana. Se apoyó en el alfeizar de ésta, mientras contemplaba como 10 pajaritos se alejaban del árbol que estaba frente a ella, 8 hojas caían silenciosamente: el otoño teñía todo de marrón. 6 autos pasaron por la calle de enfrente, y 4 niños cruzaban la calle para ir a jugar futbol. Melissa cerró los dos ojos y se acostó en la cama.

Y fue así como su manía nació.

Si, les dije que su manía es algo rara, pero, ¿qué puedo hacer yo?

Ahora, Melissa acababa de cumplir los 21 años. Un orgullo para papá, aún una bebé para mamá. Melissa había tenido, hasta entonces, un total de 4 ex novios, y un novio actual. Mientras contaba los usuales 16 escalones y 18 pasos que la separaban de la cocina a su habitación, pensaba en aquellos pocos chicos con los que su vida había llegado a estar tan unida. Sacó de la bolsa de papel la dona que había comprado en la panadería de la esquina (separada de su casa por 37 respiraciones), y le dio un par de mordidas. Se acercó al computador, y lo encendió. 13 segundos después, tecleaba su contraseña (de 14 dígitos) y un par de parpadeos más tarde, se acostó en la cama, aún masticando la dona, que colgaba de su mano derecha.

No supo porqué en ese momento se acordó de sus ex novios. Miró por la ventana: 2 pajarillos revoloteaban frente a ella, y se posaban en el árbol, el cual dejó caer 5 hojas marrones lentamente hacia el montón que seguramente esperaban ya abajo. Otoño. Melissa odiaba el otoño. Ignoró las 7 nubes que tenían curiosas formas, y se asomó por debajo de la cama: ahí había una caja de cartón, la cual salió lentamente de debajo de la cama, cuando Melissa dejó la dona en el buró, y la jaló.

La caja prontamente fue abierta. Ahí estaban todos sus recuerdos que, extrañamente, aún conservaba de sus ex novios. Recuerdos, promesas y regalos. Todo estaba en esa caja empolvada. Melissa empezó a sacar una que otra cosa, y mientras los limpiaba un poco, reflexionaba.

Lo primero que salió, fue un osito de peluche color café caldero. Regalo de su primer ex novio. David, se llamaba. Melissa le había detectado una constancia a la hora de comer: daba 5 cucharadas al plato, y tomaba un trago de agua. También recordó su manía por tocar la guitarra durante 25 minutos, todas las noches. Y no pudo olvidar la costumbre de aguantar la respiración durante 10 segundos antes de entrar a la casa. Dejó el oso aún lado.

Después, sacó de la caja un pequeño joyero, regalo del segundo ex novio. Él se llamaba Josué, y tenía la manía de ponerse el sweter 3 veces antes de salir de casa. También cuando estornudaba, lo hacía siempre 6 veces, y sobre todo, las 9 palabras altisonantes que formulaba siempre que tenían una discusión. El joyero quedó junto con el oso.

Posteriormente, de la caja, salió un prendedor para cabello, en forma de rosa negra. Melissa le dio vueltas entre los dedos, mientras recordaba al tercer ex novio, de nombre José. Si, Melissa también le había detectado ciertos patrones a él, como los 4 movimientos que bastaban para estacionar el auto, o los 8 besos que le daba en cada ida al cine. También estaban las 12 rosas rojas que le regalaba en cada aniversario. El prendedor encontró su sitio entre el joyero y el oso de peluche color caldero.

Del fondo de la caja, surgió una copia del libro del principio, si, regalo del 4to ex novio. Se llama Jesus, y así como los 3 anteriores, tenía ciertas manías que Melissa había encontrado prontamente. Jesus acostumbraba tomar los vasos de agua en 6 tragos, le tomaba 12 minutos tomar decisiones difíciles, y acostumbraba pedir perdón 18 veces, cuando metía la pata.

Y así como el resto de los regalos, el libro cayó junto con ellos. Melissa se recostó en la cama, mirando al techo, y las 5 estrellas doradas que lo adornaban. Miró la hora en su reloj de la pared. Eran las 8:00. El novio actual se había comunicado con ella en todo el día.

Melissa se sentía inquieta, repentinamente se había dado cuenta, su novio actual, no tenía manías. No había patrones. Estaban por cumplir un años juntos, y en todo ese tiempo, Melissa no había encontrado algún patrón en sus acciones, en su rutina diaria. El único patrón que había encontrado la alteraba, y esperaba que ojalá y estuviera equivocada.

El novio actual tenía la costumbre de decir “te quiero” 10 veces al día. Al principio era bonito, después se volvió perturbador. 10 veces, ni una más, ni una menos. Si aún no llegaba medio día, y él ya las había dicho, no volvía a repetir esas dos palabras hasta al día siguiente. Y no importaba cuantas veces Melissa lo pidiera, de sus labios nunca había salido una 11va ocasión. Y después, cuando el novio actual empezó a decir “te amo” la cuenta se redujo a 5.

Si estaban a media velada romántica, y Melissa le pedía que dijera te amo, por 6ta ocasión en el día, él simplemente se negaba, y no volvía a decir nada romántico o tierno.

Melissa se incorporó rápidamente, y se sentó en la cama. Tomó los recuerdos y volvió a dejarlos caer en la caja, la cual volvió a quedar escondida bajo la cama. La dona glaseada regresó a la bolsa de papel, y Melissa, dejando el computador encendido, y tomando las llaves del auto, volvió a bajar los 16 escalones, y a dar los 14 pasos que la separaban de la cochera. La puerta del garaje tardó en abrirse 12 segundos, y 10 minutos después, se encontraba llegando a la casa del novio actual. Se lo pensó 8 veces si tocar y esperar a que abriera, o simplemente usar la copia de las llaves que le había dado, 6 meses antes. Corrió hacia la puerta de la casa, y 4 segundos después, estaba ya adentro. No se lo pensó dos veces, y simplemente entró.

Caminó en silencio. La casa estaba muy tranquila, y algo en ella la inquietaba. Se asomó a la cocina; no había nadie. Escuchó pasos en el piso de arriba. Pensó en gritar el nombre de su novio, para hacerlo bajar, pero algo le dijo que era mejor llegar de sorpresa. Se quitó los zapatos, y subió las escaleras de puntitas. Extrañamente, contuvo la respiración también. Llegó al pasillo del 2do piso, y giró a la izquierda. La puerta del cuarto de su novio estaba ligeramente abierta. Escuchó risitas; risitas femeninas. Se le erizó el vello de la piel. Se acercó aún más lento. La puerta entreabierta sólo mostraba el espejo de cuerpo completo, en el cual se reflejaba…

Su novio se encontraba sentado en la cama, con una chica pelirroja y de piel muy pálida. Ambos desnudos, ambos abrazados, ambos recorriéndose la piel, besándose con ganas, tocándose con los ojos cerrados. La chica se recostó en la cama: su larga cabellera se extendió por las almohadas. Él se recostó sobre ella.

“Me dices si te duele” susurró él, pero lo suficientemente alto como para que Melissa, quien aún estaba detrás de la puerta, lo escuchara todo.

La pelirroja asintió con la cabeza. El chico entró lentamente en ella, mientras ella gemia. Melissa apretó los puños y se mordió el labio. Sin embargo, no apretó los ojos: no sentía ganas de llorar.

Dejó caer los converse a medio pasillo, y bajó las escaleras haciendo mucho ruido. Los gemidos y risitas dentro de la habitación se detuvieron. Melissa cerró la puerta delantera de la casa, dando un portazo, y un par de segundos después, se encontraba ya dentro del auto, arrancando, para irse a casa.

Melissa tenía su manía, no podía evitar contar todo lo que pasara por delante de ella. Conocía de este modo, las manías que la gente escondía para sí mismas. Los conocía más de lo que ellos sabían. Soportaba las manías de acomodar los colores, de organizar los discos y libros por orden alfabético y cronológico; entendía la manía de respirar profundamente cierta cantidad de veces antes de entrar a un examen, comprendía la manía de masticar la comida 20 veces y luego tragar. Confiaba en esas personas, porque de este modo, controlaban sus miedos, sus ansiedades. Confiaba en ellas, porque las comprendía. Pero nunca, nunca más, volvería a confiar en alguien que necesitara tener un control sobre los sentimientos, porque esta clase de manía era indiscutible. No volvería a tener algún novio que le dijera “te amo” o “te quiero” cierta cantidad de veces en el día. No volvería a confiar en alguna persona que, para fingir cariño, tuviera que ser tan controlador con sus acciones."