The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


25 de junio de 2010

The Run Away

El reloj marcaba las 5:40 cuando Rosallie se levantó de la cama, y se dirigió al baño, caminando de puntitas. Se dirigió al lavabo a enjuagarse la cara, se limpió los dientes con rapidez, y al volver a la habitación, recogió toda su ropa con prontitud. Se visitó en el mayor de los silencios, y al terminar, tomó la negra cartera que descansaba sobre aquel pantalón negro de vestir (tirado en el suelo), perteneciente al hombre que seguía dormido en la cama.

Dentro de la cartera de piel, había varias tarjetas de crédito, y otras cuantas de débito; pero a Rosallie las tarjetas no le interesaban para nada. Ella iba por el efectivo. Siempre y sin excepciones. Se topó con la credencial de elector, pero no se preocupó por leer el nombre. Después de todo, él era uno de tantos. Sin preocuparse a revisar la cartera a fondo, tomó todo el efectivo que contenía (más o menos 1,000 dólares) y la aventó al suelo, como si nada. Gucci no era una de sus marcas predilectas.

Mientras tomaba su celular del piso, miró al hombre con quien había pasado la noche.El sujeto aún dormía, pero Rosallie sabía que no sería por mucho tiempo. Sin pensarlo mucho más, se puso los zapatos, y salió del lugar. Aquel sujeto había sido uno de los pocos que la habían llevado a su casa. Uno de los pocos que aún era soltero.

Llegó 2 cuadras más abajo antes de detenerse a tomar un taxi. En ese momento el reloj marcaba las 6:05 am. El tipo se despertaría a más tardar a las 6:30, y a esa hora, Rosallie ya se encontraría varios kilómetros más al sur.

Rosallie llegó a su departamento, ubicado al sur de la ciudad, 40 minutos más tarde. Tanto la ropa, como el dinero recién adquirido, habían caído al suelo, mientras ella se dirigía al baño a darse una ducha.

Cuando regresó a la habitación, mientras se secaba el cabello, tomó los nuevos 1,000 dólares, y los juntó con el resto. Si las cuentas no le fallaban, disponía de 4,900 dólares. Necesitaría unos 300 más, ya que esa tarde tenía planeado ir de compras: debía verse presentable para entregar el dinero. Ya se ocuparía en la noche de terminar de juntar los 5,000 dólares. Estaba segura de que ya había terminado con los empresarios más ricos de la ciudad, por lo que esta vez tendría que acudir a seducir peces no tan gordos.

El centro comercial la vio llegar alrededor de las 3 de al tarde. Rosallie recorrió un par de tiendas de ropa, y varias zapaterías. A las 4:10 fue a Mcdoland's a comer una mustia ensalada, y a las 4:35 se encontraba en una joyería, buscando pulseras de oro. Estaba admirando una pulsera de Tous llamada "Sweet Dolls" cuando la asaltó el presentimiento de que alguien la estaba viendo. Se giró un poco, y pudo ver a un caballero mirando relojes en una vitrina algo alejada. En ese momento, la mirada del caballero se clavó en la suya, y Rosallie se giró rápidamente, mientras sentía un escalofrío recorrer todo su cuerpo.

-¿Le gustaría verla? -preguntó en ese momento el dependiente que tenía delante de ella.
-Por favor -Rosallie dijo que "sí" con la cabeza. El dependiente corrió la vitrina, y extrajo del aparador la pulsera, mientras Rosallie miraba de reojo al caballero, que se había acercado un poco, de manera no tan disimulada.
-Se trata de una pulsera elástica de perlas cultivadas en agua dulce, con el símbolo de Tous elaborado en oro amarillo.
-Es hermosa -susurró, mientras trataba de fijar su vista en el amarillo del pequeño oso, en vez del azul de los ojos del señor-. ¿Puedo...?
-Claro que si -y el dependiente deslizó la pulsera dentro de la mano de Rosallie, quien levantó un poco el brazo para poder admirarla.
-¿Cuál es el precio?
-298 Euros -en la cara de Rosallie se dibujó la desilusión. Se quitó la pulsera lentamente, y con ese mismo cuidado, la colocó sobre el mostrador.
-Gracias...
-El pago se hará con tarjeta -dijo una voz a su espalda. Rosallie se apuró a voltear, y se topó cara a cara con el hombre que la había estado mirando desde que había puesto un pie en la tienda.
-Como guste, señor -el dependiente no había notado nada extraño. Tomó la tarjeta de manos del caballero, y la pasó por la terminal.

Un par de minutos después, Rosallie y el caballero (que vestía un traje Armani negro) caminaban hacia el estacionamiento. Rosallie no dejaba de acariciar, discretamente, la pulsera que volvía a estar en su muñeca, después de que el señor se la hubiera puesto con sumo cuidado. Tampoco podía dejar de ver el perfil de caballero, ya que caminaban lado a lado.

-¿Te acompaño a tu auto? -preguntó el señor. Rosallie se percató de su curioso acento inglés.
-Pues... No he venido en auto -fue su sencilla respuesta, mientras sentía como sus mejillas se coloreaban en un tono melocotón.
-Mejor -respondió el caballero, y la tomó por la cintura-. Iremos en el mío.

En la mente de Rosallie rondaban varias cosas. Entre ellas, una frase que le había escuchado decir a su padre, varios años atrás: "Si un hombre gasta mucho dinero en joyería para dama, hay muchas cosas que espera. Y como referencia, platicar no es una de ellas". Ahora sabía perfectamente a que se refería, pero ya no le importaba.

El centro comercial los había visto partir a las 4:59.

El resto de la tarde ocurrió en un bar ubicado en el centro de la ciudad. Estuvieron platicando y bebiendo un par de horas, hasta que el caballero inglés (porque ya se habían presentado formalmente, y formalmente el caballero tenía un nombre inglés), la invitó a acompañarlo a su "habitación de hotel". Algo demasiado común para Rosallie, pero esta vez, se sintió un poco recelosa.

-¿Tu esposa no debe de encontrarme en casa? -preguntó de manera un poco atrevida.
-No estoy casado -fue la respuesta que recibió cuando la ayudó a ponerse de pie-. Y tampoco vivo en la ciudad, por lo que no tengo casa aquí.
-Siento el mal chiste -Rosallie trató de disculparse.
-No tienes porqué.

El hotel Ritz de 5 estrellas, se encontraba en el número 900 del W Olympic Boulevard, en los pisos 22 al 26 de la 54-Story Tower. Apenas el caballero hubo abierto la puerta, un valet parking le ayudó a sostenerla, y ocpuó su lugar, poco después, en el asiento del conductor del Mercedes color plata. Un botones se apuró a abrir la puerta del pasajero, y tenderle la mano a la damisela, para que Rosallie pudiera bajar.

-Buenas noches señor. Bienvenido al Ritz -dijo cortésmente el recepcionista que estaba en turno.
-Buenas noches, necesito una habitación para dos -respondió el inglés, mientras sacaba la cartera, para extraer de ella una de las tarjetas de crédito.
-¿Sencilla o suite?
-Deme la Ritz-Carlton Suite, por favor.
-¿Su pago será en efectivo o con tarjeta?

El inglés se detuvo al escuchar la pregunta. Algo le decía que no debía de usar la tarjeta, ya que cuando su secretaria revisara sus transacciones, se daría cuenta de semejante irregularidad, sobre todo tratándose de la suite más cara del hotel, y que era una suite para 2, tomando en cuenta el hecho de que él viajaba solo. Sintió la mirada del recepcionista, y guardó la tarjeta.

-Será en efectivo.

Cuando hubieron llegado a la suite, el botones dejó su equipaje (que no era nada más que las compras que Rosallie llevaba desde el centro comercial), se despidió de ellos cortésmente, y después de recibir un billete de 50 dólares, salió del lugar.

Para Rosallie, aquella fue la mejor noche que pasó en toda su vida. El champagne y las fresas cubiertas con chocolate llegaron alrededor de las 9 de la noche. Los juegos duraron poco más de una hora, y el sexo terminó como hasta las 3 de la mañana. Se sentía cansada, pero feliz: había sido el mejor sexo de toda su vida. Y con ese pensamiento en la cabeza, se quedó dormida.





La costumbre la antecedió cuando, a la mañana siguiente, se levantó alrededor de las 6 de la mañana. Se desperezó lentamente, ya que en esta ocasión no tenía planeada una silenciosa huída. Se puso las zapatillas y se dirigió al baño, a relajarse en la tina con agua caliente y sales aromáticas. Media hora de relajación después, Rosallie se encontraba secando su cabello con una toalla, y se acercó a la cama. Un bulto debajo de las sábanas de seda blanca, indicaban que el inglés seguía durmiendo.

Rosallie se sentó junto a él, y deslizó lentamente las cobijas, para no despertarlo bruscamente.

Pero debajo de las cobijas no había ningún inglés. Sólo un montón de almohadas amontonadas, dando la impresión de formar un cuerpo.

Rosallie se levantó inmediatamente, y fue ahí cuando se dio cuenta de que en la suite, no había ni rastro del inglés. No estaba su ropa, ni el celular, ni el reloj, ni la cartera. Nada. Durante años en su vida, había aplicado el escape silencioso en las mañanas después de sus aventuras de una noche. Era la primera vez que se la aplicaban a ella.

Y lo peor, era que ella se había enamorado.

-Leopold Hudson -susurró mientras caminaba por la calle, buscando un taxi que la llevase de regreso a su departamento-. Leopold Hudson -repitió. Era lo único que le quedaba del inglés. Su nombre, y la pulsera de perlas y oro amarillo que se agitó en su muñeca, cuando alzó la mano para detener un taxi.