The Gringotts

Entra, desconocido, pero ten cuidado

con lo que le espera al pecado de la codicia,

porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,

deberán pagar en cambio mucho más,

así que si buscas por debajo de nuestro suelo

un tesoro que nunca fue tuyo,

ladrón, te hemos advertido, ten cuidado

de encontrar aquí algo más que un tesoro...


12 de diciembre de 2010

La Mademoiselle Et Le Prince: Chapitre 2

Chapitre 2
Exilés

El nacimiento de la princesa Amelié, a su madre, la reina Rominè, no le había sentado nada bien. Si bien, la reina siempre había sido caprichosa, ahora lo era muchísimo más. Inmediatamente después del parto de la pequeña Amelié, se había negado a prestarle la más mínima atención y cuidados que la princesa pudiera necesitar. Se había negado a darle pecho, por lo que hubo que conseguir una madre sustituta. Se negó a alimentarla cuando la princesa dejó de tomar leche materna, y hubo que conseguir una niñera. Se negó a enseñarle a leer y a escribir, por lo que la princesa contó con una tutora.

Muchas mujeres pasaron por la vida de la princesa Amelié, conforme iba creciendo. Muchas damas, doncellas, mujeres en general, menos la reina. Solo se encontraba con su madre en las comidas, y cuando la familia real debía presentarse frente al pueblo, para dar anuncios a la ciudadanía.

Sin embargo, la princesa pasaba mucho tiempo en compañía de su padre, quien le cumplía todos sus caprichos. A pesar de que estaba muy mimada por el rey, la princesa no era para nada berrinchuda ni orgullosa, todo lo contrario, era la viva imagen de su padre: alegre, despreocupada y atenta a las necesidades de los demás. La princesa y el rey disfrutaban de largas caminatas por los jardines reales, mirando las flores y dando de comer a los conejos. La princesa tenía un caballo que el rey mismo le había regalado, pero al cual aún no la dejaban subirse por miedo a que le pasara algo. En cambio, podía jugar con los perros y el gato (al cual nunca se le acercaba porque le daba miedo).

En pocas palabras, puede decirse que la vida de la princesa era muy tranquila y alegre.

Pasaron los años, faltaba poco para que la princesa cumpliera 12 años. Todo el reino se estaba preparando para una gran celebración en honor a la princesa Amelié. Desde la corte, hasta los campesinos, pasando por la ciudadanía en general, se encontraban adornando el palacio y el pueblo para celebrar ese día de festejo real.

Una tarde, días antes de que ocurriera el festejo del 12vo cumpleaños de la princesa Amelié, esta se encontraba jugando en los jardines del palacio, con uno de los cachorros que acababan de nacer de la pareja de perros favorita de su padre, y su mejor amigo de toda la vida, el hijo de la cocinera, que tenía un año más que ella. El joven se llamaba Roberto, y sentía un gran amor por la princesa, quien había sido su única amiga durante toda su vida, ya que los otros niños del pueblo se burlaban de él porque era muy flaco y débil.

Esa tarde, la princesa Amelié y Roberto se encontraban jugando con el pequeño Rex, el cachorro de husky más bonito que la princesa hubiera visto nunca, su cachorro favorito.

-He escuchado que la noche de tu cumpleaños, bailarás el vals con un príncipe que viene de un reino lejano –dijo Roberto, como si no le diera importancia al comentario, desviando la mirada.
-Es lo que yo también he escuchado –respondió la princesa, quien borró la sonrisa de su rostro, y se sentó en la hierba. Roberto se sentó junto a ella-. No me hace mucha gracia tener que bailar delante de todo el pueblo, y de ambas cortes. Estoy segura de que los padres del príncipe aquel, los reyes de tales tierras lejanas, estarán presentes también. Tengo miedo –dijo finalmente.
-No te preocupes –la tranquilizó Roberto-, eres una bailarina excelente, y nada te sale mal nunca. Es solo que, estaba pensando… Que me gustaría que bailaras conmigo también –las mejillas de Roberto se pusieron coloradas-, ya sabes, como regalo de cumpleaños.

La princesa Amelié se rió en voz baja, y abrazando a Rex, se puso de pie. Revolvió los cabellos de Roberto, y prometió bailar con él una pieza la noche de su cumpleaños. Y sin decir nada más, ella y Rex, aún en sus brazos, entraron al castillo.

Sin embargo, aquella noche, ocurrió algo devastador. La princesa despertó abruptamente al ser zangoloteada por uno de los miembros de la corte. El lugar se encontraba completamente a oscuras, y se escuchaban los lloriqueos de Rex. La princesa se abrazó del cachorro, mientras que varios miembros de la corte entraron a la habitación, la bajaron de la cama, le pusieron la capa de viaje, y se la llevaron, aún envueltos en la oscuridad, hacia las escaleras de servicio.

Un par de gritos se escucharon en el aire.

-¿Qué pasa? –preguntó la princesa, asustada, pero nadie respondió-. ¡¿Qué pasa?! –preguntó más angustiada-. ¿Dónde está papá? –pero los lacayos siguieron sin contestar.
-¡Rápido! –dijo uno de ellos, mientras más gritos se escuchaban a lo lejos-. ¡Llévala por el pasaje que baja al primer piso –dijo aquella voz-. Hay una carroza esperando afuera, en el establo.

La princesa fue alzada en el aire por alguien más, y con Rex aún en brazos, aquel sirviente salió corriendo por el pasaje envuelto en oscuridad.

-¿A dónde me llevas? ¿Dónde está papá?
-Por favor, princesa, baje la voz, o nos descubrirán.
-¡¿Qué está pasando?!
-Princesa, ¿es que acaso quiere morir?

La pregunta flotó en el aire, dejando una estela de miedo dibujada en el rostro de la princesa. Se aferró más a Rex, y pudo sentir el rápido palpitar del cachorro. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo a sí misma. Y siguieron bajando el pasaje secreto, que los llevó hasta el establo donde se guardaban los caballos.

Mientras tanto, fuera del castillo, el pueblo, con todas sus casitas con techos de paja, se encontraba ardiendo en llamas. La gente corría por todos lados, presa del pánico, mientras que unos extraños caballeros, con armaduras negras, se abrían paso entre la debocada multitud, cortando cabezas aquí y acá, destruyendo casas y robando caballos y gallinas.

Un grupo de caballeros de armadura negra, aún montados en caballos negros, se abrió paso entre el caos, y precedió hacia el castillo. Los guardias intentaban detenerlos usando sus flechas y sus espadas, pero cayeron prontamente. Los caballeros negros entraron al castillo, y empezaron a saquearlo, matando a todo aquel que se interponía en su camino.

El rey y la reina se encontraban aún en sus aposentos. Varios miembros de la corte se encontraban ayudándolos a ponerse las capas de viaje, y apurándolos a que salieran de ahí.

-Ya vienen, su alteza –dijo el consejero real, con lo que el rey y la reina salieron corriendo, siguiendo a un sirviente, quien los condujo entre pasillos y pasajes secretos, para ocultarlos de los caballeros de armadura negra.
-¿Dónde está mi hija? –preguntó el rey, mientras la reina sollozaba detrás de él-. ¿Dónde está? ¿Alguien ha ido por ella?
-Sí, su majestad –respondió el consejero-. Su hija se encuentra esperándolos abajo, en la carroza. Deben darse prisa.
-No, vayan ustedes a ponerse a salvo, mi esposa y yo sabremos llegar.

El consejero y los lacayos se quedaron atónitos. Intentaron oponerse, diciendo que darían su vida por la de su rey, pero él se negó. Así que, entre los gritos de la reina y la desesperación de ésta, el rey y la reina se quedaron solos a medio pasaje secreto.

-Escucha, y escúchame bien –le dijo el rey a su esposa, quien intentaba dejar de llorar, tapándose la boca-. Tú y Amelié deben salir con vida del castillo. No vayan al pueblo, sigan por el bosque oeste, y encontrarán el reino vecino, si viajan durante 5 días seguidos.
-¿Es que acaso tú no vienes con nosotras? –preguntó la reina, asustada.
-No puedo, debo defender el reino. Así que escucha, yo sé que no amas a nuestra hija, pero ahora dependerá de ti que se encuentre bien. Debes protegerla hasta que encuentren el castillo del reino vecino, y traigan ayuda. Yo me quedaré aquí, podemos defendernos por un tiempo, pero necesitaremos la ayuda del rey y…
-¡No pienso dejarte!
-No te estoy preguntando. Tú y la niña deben huir. Sé que no me amas, pero yo a ti sí. Sé que esto fue solo un matrimonio por conveniencia, pero debes saber que yo si te amé, y te di todo lo que pude darte. Si alguna vez sentiste algo por mí, aunque sea agradecimiento por haber salvado a tu reino de la ruina y la miseria, sálvate a ti y a nuestra hija. No permitas que este reino se hunda.

El rey besó a la reina en los labios, y después de susurrar “te amo” nuevamente, la empujó para que recorriera sola el resto del pasaje secreto, y el volvió a sus aposentos, para tomar la armadura y la espada, y disponerse a luchar.

La reina prontamente bajó a los establos, donde varios lacayos se encontraban esperándola. La ayudaron a subir al carruaje, y dos de ellos subieron también, para protegerlas en caso de que los descubrieran huyendo, y fueran atacados. La cocinera llegó en ese momento, y le puso a la reina en el regazo un cesto con comida.

-Será un largo viaje –le dijo la cocinera, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas-. Espero que regresen con bien, y puedan salvarnos. Amelié –le susurró entonces la cocinera a la princesa-, cuida de Roberto, que él cuidará de ti…
-¿Qué? –preugntó Amelié, asustada-. ¿Pero Roberto, dónde está? ¿Dónde…?

Pero la princesa ya no supo nada más, porque en ese momento, los lacayos golpearon a los caballos, los cuales empezaron a correr, y la carroza se alejó del castillo, a toda velocidad, en dirección al bosque.